
Francisco, nuevo Papa
¿Un impulso para la Compañía?

l ¿Qué importancia tiene para la Compañía que el Papa sea jesuita?
–Lo más importante es que un compañero nuestro jesuita haya aceptado un servicio a la Iglesia en tiempos tan difíciles. San Ignacio no quería que los jesuitas aceptasen dignidades eclesiásticas, pero el estilo del Papa Francisco ha manifestado de un modo claro y expresivo que lo que ha asumido no es ni un poder, ni una dignidad, sino un deseo de servir a la gente de su nueva diócesis de Roma, y desde allí a todos los pueblos del mundo, como lo ha intentado hacer hasta ahora con la gente sencilla de los barrios de Buenos Aires. La Compañía se puede enorgullecer no de tener un Papa jesuita, sino de querer ponerse a su disposición para compartir con él ese servicio de amor solidario y fraternidad, sobre todo a los más desfavorecidos.
l ¿Podría dar algún impulso?
–Eso es lo que esperaba todo el mundo del nuevo Papa, fuera quien fuese. En el caso del recién elegido Papa Francisco, los jesuitas podemos esperar que todos los valores evangélicos de su espiritualidad ignaciana los pondrá al servicio de la nueva evangelización: el discernimiento con libertad de espíritu para buscar y hallar la voluntad de Dios en este mundo social y eclesial tan complicado; el seguimiento de Cristo, pobre y humillado, para en todo amar y servir sobre todo a los empobrecidos, excluidos de la sociedad y víctimas de la injusticia, y la actitud humilde, sencilla y sincera de estar siempre dispuesto al mayor servicio...
l ¿Qué puede aportar su formación como jesuita al Papado?
–El actual general de la Compañía últimamente nos ha recordado muchas veces a los jesuitas que lo que siempre le decía el Papa emérito Benedicto XVI, cuando se encontraba con él, es que lo que la Iglesia esperaba de la Compañía es «profundidad y Espíritu»: profundidad de pensamiento, estudio y reflexión, y espiritualidad de autenticidad evangélica, en contraste con el actual ambiente de superficialidad y consumismo presente en la sociedad. Por eso la formación jesuítica, fundamentada en la experiencia vivida de la dinámica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, puede aportar al nuevo Papa dos actitudes evangélicas muy necesarias en el mundo de hoy: una «lucidez profunda» apostólica que no se conforme con hacer cualquier cosa, sino lo que más conviene y es más necesario, con un discernimiento decidido y valiente, dispuesto a dar las respuestas más adecuadas a los problemas de hoy; y una «búsqueda libre» de la voluntad de Dios que se deje interpelar constantemente, desde el Evangelio y su opción por los pobres, por las necesidades reales del mundo.
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