Investigación

La culpa de los antojos gastronómicos la tiene el cerebro, no la lengua

Descubren unos sensores de grasa en los intestinos que estimulan el centro nervioso y generan deseos de comer

El cerebro y la comida basura
El cerebro y la comida basuraDreamstimeDreamstime

Es normal haber vuelto de las vacaciones con algún que otro kilo de más. Los aperitivos, los helados, las cervezas... todo contribuye a que en la báscula salgan otros dígitos. Por eso, en esta época muchos se ponen a dieta. Pero uno de los errores que se cometen es decir adiós de forma tajante a los carbohidratos, las grasas y los azúcares porque, seamos realistas, ¿quién puede resistirse a un delicioso helado cuando se acaba de reincorporar al trabajo?

La culpa de ello no es del paladar... Ahora, una nueva investigación concluye que es el cerebro el que nos impulsa a comer mal. Es decir, la fuente de nuestro apetito voraz por los alimentos grasos se debe a una conexión entre el intestino y el cerebro que despierta nuestro deseo de devorar grasa.

Para llegar a esta conclusión, un equipo de científicos del Instituto Zuckerman de Columbia realizó un ensayo en ratones con el fin de averiguar cómo respondían a los lípidos y a los ácidos grasos.

Los investigadores ofrecieron a los ratones agua con grasas disueltas y con sustancias dulces.

Los roedores desarrollaron una fuerte preferencia durante unos días por el agua grasa, también incluso cuando los científicos les modificaron genéticamente para eliminar su capacidad de saborear la grasa con la lengua. Es decir, se sentían impulsados a consumirla, pese a no poder saborearla.

Ante este hallazgo, los investigadores razonaron que la grasa debe estar activando circuitos cerebrales que impulsan la respuesta conductual de los animales a la grasa y descubrieron, tras medir la actividad cerebral de los ratones mientras les daban grasa, que cuando la grasa ingresa en los intestinos activa una señal que, conducida a lo largo de los nervios hasta el cerebro, genera un deseo por los alimentos grasos, según concluye el estudio publicado esta semana en «Nature».

En concreto, las neuronas del tronco encefálico se animaron (que son las implicadas en la preferencia por el azúcar), así como las neuronas en el nervio vago, encargado de coordinar los movimientos del intestino, cuando los ratones tenían grasa en los intestinos.

Habiendo identificado la maquinaria biológica que hace que un ratón prefiera la grasa, quisieron saber el porqué y para ello analizaron las células endoteliales que recubren los intestinos y encontraron dos grupos de células que enviaban señales a las neuronas vagales en respuesta a la grasa.

Un grupo de células funciona como un sensor de nutrientes esenciales, respondiendo no solo a la grasa, sino también a los azúcares y aminoácidos.

El otro grupo responde solo a la grasa, lo que podría ayudar al cerebro a distinguirlas de otras sustancias.

A continuación, los investigadores bloquearon la actividad de estas células con un fármaco y lograron que los ratones perdieran el apetito por la grasa.

«Estas intervenciones verificaron que cada uno de estos pasos es fundamental para la respuesta de un animal a la grasa. Estos experimentos también proporcionan estrategias novedosas para cambiar la respuesta del cerebro a la grasa y posiblemente el comportamiento hacia la comida», afirma en un comunicado el primer autor del estudio Mengtong Li.

Y es que este estudio plantea la posibilidad de interferir en esta conexión intestino-cerebro para ayudar a prevenir elecciones poco saludables, lo que podría frenar la otra pandemia del siglo XXI, la de la obesidad.

«Nuestra investigación muestra que la lengua le dice a nuestro cerebro lo que nos gusta, como las cosas que saben dulce, salado o graso», dice el doctor Charles Zuker. «El intestino, sin embargo, le dice a nuestro cerebro lo que necesitamos», añade.

Pero, ¿hay forma de evitar los antojos?

«Hemos desarrollado dos circuitos separados para asegurarnos de obtener la grasa y el azúcar que necesitamos. Desafortunadamente, la sobrenutrición se ha convertido en el problema más grande en la salud humana. Comprender estos circuitos puede ayudarnos a desarrollar estrategias para ayudar a controlar nuestro apetito insaciable por alimentos grasos y azucarados», explica Li a preguntas de este suplemento.

Para evitar caer en antojos, «debemos intentar llevar una dieta saludable y evitar los alimentos ultraprocesados ricos en grasas y azúcares. Intente comer solo un poco para satisfacer el deseo... y pare», recomienda.

«El truco está en llevar una dieta saludable, en la que tengan cabida los caprichos de vez en cuando. Si no nos los permitimos de forma ocasional, la capacidad de resistir a los antojos será más difícil», explica Andrea Calderón, profesora de Nutrición de la Universidad Europea y secretaria científica de la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación.

Ahora bien, «para no excedernos con los caprichos –prosigue Calderón– hay que aprender a distinguir entre hambre fisiológica y apetito o ganas de comer un antojo, y evitar canalizar toda emoción con la comida, porque si no será casi imposible resistirse a un capricho».

El papel de la glucosa

Esta investigación sobre las elecciones dietéticas comenzó con un trabajo previo del laboratorio del doctor Charles Zuker sobre el azúcar. Los investigadores encontraron que la glucosa activa un circuito intestino-cerebral específico que se comunica con el cerebro en presencia de azúcar intestinal. Los edulcorantes artificiales sin calorías, por el contrario, no tienen este efecto, lo que probablemente explique por qué los refrescos dietéticos pueden dejarnos insatisfechos, recuerdan en el estudio.