Mayores Clece

Los héroes anónimos de las residencias de mayores

No estaban presentes en los aplausos de los balcones, pero sí en primera línea de combate contra la pandemia. Son los profesionales que establecieron barreras de protección para salvar vidas en los centros de personas mayores. Les duele que se insinúe que han sido negligentes.

La auxiliar F.M.C. ha seguido trabajando pese a ser inmunodepresiva crónica y haber conseguido vencer a un cáncer tras dos años de lucha
La auxiliar F.M.C. ha seguido trabajando pese a ser inmunodepresiva crónica y haber conseguido vencer a un cáncer tras dos años de luchaLa RazónLa Razón

Las residencias de mayores han sufrido el coronavirus de una manera acusada. El patógeno se ha cebado de una forma despiadada sobre las personas que viven en estos centros. Como si de un tsunami se tratara, ha dejado a su paso miles de víctimas mortales e historias de sufrimiento y pánico inefables y, sobre todo, un sentimiento de desamparo y de olvido difícilmente comprensible si no se vive en primera persona. En el punto álgido de la pandemia, los gerocultores, no solo encontraron cerradas las puertas de los hospitales para muchos de los mayores sino que, además, todo su sector profesional fue acusado de falta de diligencia, al habérsele atribuido un papel sanitario que ni le corresponde, ni tiene capacidad de cumplir.

En esos centros, personas anónimas con diferentes niveles de responsabilidad han trabajado sin cesar por los que habían sido presa del virus. Les han ayudado a recuperarse y han luchado hasta la extenuación por levantar una sólida muralla contra la pandemia. Han sabido aguantar la presión, gestionar un estrés paralizante, tomar decisiones acertadas en segundos, hacer frente al miedo, pensar en los demás antes que en uno mismo.

Estas batalladoras tienen nombre y apellido, rostro, familia, corazón, sentimientos… Una de ellas es F.M.C., auxiliar de la residencia La Purísima, en la localidad murciana de Totana. Lleva trabajando 13 años en este centro municipal que opera Clece. Esta empresa del Grupo ACS suma 2.604 profesionales que trabajan en 66 residencias de gestión integral y que prestan servicios en otras 44. Cuando al lobo no se le veían las orejas, pero daba zarpazos en muchos puntos de España, su directora la llamó y le dio un consejo: “Sería lógico que pidieras la baja porque perteneces a esos grupos de alto riesgo del Covid-19”. “Era verdad. Mi sistema inmunitario está bajo mínimos crónicamente”, relata. “Estuve dos años, entre noviembre de 2016 y febrero del 2019, luchando contra un cáncer”. Pero en ningún momento pensó en coger la puerta y huir. “Ni siquiera lo valoré”, afirma con rotundidad. Explica que, en un principio, cuando se empezó a hablar del coronavirus, casi nadie era consciente de lo que era. Entonces, cuando su jefa la alertó, ya había estallado la bomba y “sabíamos –indica- que nos enfrentábamos a algo gordo y desconocido”.

Tomó esa decisión “porque mi enfermedad me había preparado para enfrentarme a algo como esto”. Aunque a esta mujer, firme y tierna al mismo tiempo, se le vinieron “sus ancianicos” a la cabeza. A muchos los conoce desde hace años. “Ya no tenían relación presencial con sus familiares. Se habían prohibido las visitas unos días antes. “Nosotras –narra- éramos su contacto con el exterior. De pronto nos convertimos en el único lazo que les ligaba al mundo”.

“Éramos como unos clavos a los que se aferraban. Muchos estaban desconcertados. Recuerdo cómo una señora muy silenciosa me pegó un “tironcico” de la mano y me preguntó ¿cómo están las cosas ahí fuera? Si me hubiera ido, si les hubiera abandonado en un momento tan crítico, no habría tenido cara para volver. Me habría dado vergüenza quitarme de en medio cuando más me necesitaban”, apostilla.

Leticia García, la directora de la Residencia Clece Vitam San Pedro Poveda, en Burgos, desde finales de octubre de 2019, es otro de esos ejemplos admirables de compromiso con su profesión. “Hemos tenido casos de Covid-19, pero logramos gestionarlos de manera que no se ha propagado masivamente.”, expresa. A principios de marzo, “suspendimos las visitas y comenzamos a utilizar equipos de protección, a aislar a los residentes en habitaciones individuales, lo cual fue posible porque había plazas libres, a limpiar y desinfectar más aún, a seguir rigurosamente los protocolos…”. Las familias no entendieron al principio este alejamiento, pero después “nos agradecieron haberlo hecho antes que otras residencias. Nadie pensaba entonces que la situación se agravara tanto. El momento más crítico se produjo a finales de marzo, ya que muchos trabajadores se dieron de baja. Afortunadamente, la mayoría ha evolucionado bien y a día de hoy están recuperados".

La residencia de F.M.C. es una de las catalogadas como “0-Covid”. “Antes de que se decretara el estado de alarma, nosotros llevábamos ya unos días con la residencia cerrada a cal y canto. Se tomaron medidas excepcionales que fueron muy pertinentes. Las tomamos en el momento adecuado”. Cuando pasaron 14 días y se comprobó que no había ningún síntoma, “nuestra responsabilidad y el grado de compromiso crecieron”.

Leticia, por su parte, no se conformó con trabajar en San Pedro de Poveda. Además, estuvo dando apoyo en una residencia propiedad de la Congragación de la Hermanitas de la Ancianos Desamparados, la Residencia Sagrada Familia, en Aranda de Duero, donde se habían registrado muchos casos positivos. Allí ha trabajado implantando las medidas necesarias para contener la propagación, como el aislamiento de residentes, la desinfección con cañones de ozono la formación o el uso adecuado de equipos y medidas de protección.

La familia de F.M.C. tenía miedo de que pudiera contagiarse. “Desde el primer minuto me pidieron que me diera de baja pero yo les decía, ¿y qué hago? ¿Les dejo? ¿Les digo que tengo miedo? Me daba mucha pena verlos tan necesitados. Estos dos meses y medio nos han servido para estrechar lazos en la residencia. Tengo más ganas que nunca de hablar con ellos. Me emociona mucho la alegría que te muestran al verte después de dos días de descanso”.

La directora de la residencia de Burgos lo tiene claro: “Las residencias han sido los lugares más vulnerables y, paradójicamente, las grandes abandonadas de esta crisis. Han estado sometidas a una enorme presión y, ahora, se las está poniendo en el ojo del huracán. Han querido que hiciéramos una función que no nos correspondía: no somos un centro médico. Me duele mucho cuando se insinúa que se estaba desatendiendo a personas en estos centros”.