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Sucesos

Rosario Porto, crónica de un suicidio anunciado

Era la cuarta vez, (conocida), que la madre de Asunta intentaba quitarse la vida. Su situación de desesperación extrema hizo que esta vez sí funcionara.

“El suicidio sólo debe mirarse como una debilidad del hombre, porque indudablemente es más fácil morir que soportar sin tregua una vida llena de amarguras”. Una frase del poeta y dramaturgo Goethe, que, por desgracia, nunca pierde actualidad. Detrás del suicidio de Rosario Porta, la presunta filicida que, junto a su entonces marido, Alfonso Basterra, acabó con la vida de Asunta, su hija adoptiva de 12 años, en 2013, hay mucho sufrimiento, culpa, dolor y desesperación. Mucho más que eso, hay una vida que quizá llevaba sin carecer de sentido décadas y para la que la muerte era la única salida posible.

Lo que sabemos objetivamente sobre esta abogada gallega de 51 años, condenada a 18 años de prisión por el asesinato de su hija, y que cumplía condena desde marzo de este año en la cárcel de Ávila, proviene de los informes realizados por los psicólogos periciales del caso. Su diagnóstico era de depresión mayor grave, que no fue algo que desarrolló a raíz del homicidio, sino que le había acompañado prácticamente toda su vida adulta. “Los trastornos mentales graves provocan en la persona que los padece un nivel de sufrimiento que, en algunas ocasiones, los enfermos no consideran compatible con la vida. No es algo común, ni es una relación causa-efecto con el hecho de padecerlo, pero si es más habitual que en otro tipo de problemas mentales”, señala Laura Baliñas, psicóloga sanitaria en Center Psicología Clínica. “El suicidio no es producto de una forma de ser, sino de estar. Es consecuencia de un proceso, y del momento de ese proceso en el que se esté viviendo. El hecho de que esta persona se hubiera intentado suicidar ya en varias ocasiones, incluso previamente a cometer el homicidio y a entrar en la cárcel, muestra que su psique no había encontrado ningún otro modo de dejar de soportar el sufrimiento”, añade.

Se ha escrito mucho sobre Rosario Porto, sobre sus orígenes en la clase alta de Santiago de Compostela, su educación “elitista” en diversas universidades europeas y su intensa vida social. Sin embargo, nada de eso conforma ni asegura la estabilidad mental de una persona. Por el contrario, si hay otros factores que pudieron jugar a favor de su enfermedad mental, y que son el historial de maltratos que habían sufrido por parte de su ex-marido, la enfermedad autoinmune y crónica que padecía desde hace años, lupus eritematoso sistémico, y que le impidió tener hijos biológicos, y el agravamiento de su condición psiquiátrica durante los siete años que llevaba en prisión.

Desde que ingresó en la cárcel de A Lama (Pontevedra), Rosario estaba bajo el protocolo de prevención de suicidios (PPS), que implica, entre otras cosas, una vigilancia constante, apoyo psicológico y tratamiento psiquiátrico. “Se trata de un procedimiento necesario y muy útil, pero ello no quita que añada más soledad y sensación de desamparo y desesperación a las personas que padecen una enfermedad mental grave, como es el caso de Rosario, para la que el suicidio parecía ser la única salida que le parecía viable para acabar con su sufrimiento”.