Beatificación
Vasco de Quiroga, a un paso de los altares
El Papa Francisco reconoce las virtudes heroicas del obispo que defendió los derechos de los indígenas mexicanos y promovió la evangelización a través de lo social
Solo hace falta el reconocimiento de un milagro por su intercesión. Que no es poco. Sin embargo, Vasco de Quiroga ha superado la primera criba vaticana para subir a los altares. El Papa Francisco ha aprobado las virtudes heroicas del abulense que se convirtió en el primer obispo de Michoacán en México en el siglo XVI. Tata Vasco -como le rebautizaron los indígenas- ya es venerable. El anuncio ha sorprendido en la arquidiócesis mexicana de Mora, que ha promovido la causa, en tanto que no se esperaban un pronunciamiento de la Santa Sede antes del mes de marzo.
Natural de Madrigal de las Altas Torres, licenciado en Derecho Canónico, fue juez de residencia en Orán y jugo un papel clave en la firma del tratado de paz con el Rey de Tremecén, un estado musulmán limítrofe. El documento resulta especialmente profético para la época, en tanto que supone un reconocimiento a la libertad religiosa pues garantizaba que los vasallos del monarca no serían convertidos al cristianismo por la fuerza.
Esta experiencia le curtiría en lo que hoy se conoce como inculturación del Evangelio para aplicarlo cuando puso rumbo a México. Y no solo eso. Se convertiría en un defensor de los derechos de los pueblos indígenas. Con su salario y sus bienes, comenzó a comprar tierras a los españoles para entregárselo a los nativos. Así fue como fundó el Pueblo-Hospital Santa Fe, en la zona de Acaxochil, un oasis para indios pobres, peregrinos y enfermos, en el que apostó a la par, por la evangelización, la educación y la promoción para el desarrollo.
Fue a mediados de 1538 cuando tomo posesión como obispo de Michoacán. No solo se limitó a levantar prácticamente de la nada la diócesis, con su catedral incluida. Su empeño fue máximo para que los sacerdotes estuvieran bien formado y que dominasen las lenguas indias para poder identificarse con la realidad de los pueblos donde estarían destinados.
Con este punto de partida, multiplicó las obras sociales. Tata, como le empezarían a llamar los nativos, soñaba con que en cada pueblo se levantara un hospital cerca de las iglesias y que los monasterios fueran lugares para atender a pobres y enfermos. Un sueño que hizo realidad, apoyado tanto por el clero como por las órdenes religiosas. Hasta tal punto que durante el primer siglo de vida de la diócesis de Michoacán se llegaron a construir hasta trescientas fundaciones, convirtiéndose así en el principal atrio de la vida local. En paralelo, Quiroga fue un pacificador de la región, rebajando las tensiones entre los indios chichimecas y los españoles.
Tata Quiroga fue enterrado en Pátzcuaro, donde reposan sus restos.
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