La Guardia Forestal trasladó a pacientes a diálisis

A diálisis en un camión del Ejército: “Los militares me cogieron en volandas y me dejaron en la puerta”

Guardias forestales y miembros de las Fuerzas Armadas han trasladado estos días a pacientes renales al hospital para recibir un tratamiento del que depende su vida

Francisca García Garrido es la paciente renal más antigua del Hospital 12 de Octubre. Cada semana desde hace dos años, esta mujer de 78 años pasa más de cuatro horas en diálisis tres días a la semana. El pasado sábado le hubiera tocado acudir a la clínica, pero Filomena se lo puso imposible. Como el domingo continuaba la ventisca, Francisca comenzó a ponerse nerviosa pensando que si tenía que esperar hasta el martes la cosa podía ponerse fea para ella. Habló con su médico, que le advirtió de que ni se le ocurriera coger su coche para tratar de llegar. Sus tres hijos tampoco cuentan con un todoterreno, así que las opciones de ir a diálisis menguaban.

«Estábamos todos muy disgustados y, de pronto, el domingo recibo una llamada: era el Ejército. Fue como un lapsus, de pronto pensé que qué hacían llamándome a mí hasta que me di cuenta de que estaban ayudando a los hospitales», recuerda. Solo media hora después de avisarla de que iban a por ella, Francisca se asomó a la ventana y vio allí, parado en su portal, un camión del Ejercito. La fuerte nevada le impedía cruzar la acera, así que los militares «me llevaron en volandas y me subieron en vilo al vehículo porque era muy alto». Solo cuando ya estaba instalada en el centro médico se aventuró a escribir un mensaje a sus hijos para decirles que todo iba a salir bien y que la volverían a dejar en su casa una vez acabado el tratamiento.

Esta mujer joyera de profesión, que quedó viuda el pasado mes de mayo, sigue impresionada por el «cariño, la amabilidad, la paciencia» demostrada por los militares durante el traslado. Ha sido un año duro, perdió a su marido con el que llevaba desde los 16 años a causa de la leucemia y le emociona el cuidado y el mimo tanto de sus improvisados chóferes como del personal del 12 de Octubre. Tiene palabras de agradecimiento hasta para el alcalde de Madrid: «De verdad que da gusto con el Ejército y la Seguridad Social, no sé de qué se queja tanto la gente. A mí hasta me pone contenta ver a Martínez Almeida ahí con su paraguas y su bufandita arrimando el hombro».

Francisco Sanz llegó a diálisis caminando y corriendo
Francisco Sanz llegó a diálisis caminando y corriendoLa RazónLa Razón

La necesidad imperiosa de pacientes como Francisca de acudir a recibir tratamiento renal también puso en guardia durante el pasado fin de semana al Cuerpo de lo Agentes Forestales de la Comunidad de Madrid, que pusieron sus vehículos todoterreno al servicio del 112 para el traslado de pacientes. Este fue el caso de Alfredo Ortega, agente desde hace 16 años, que participó el domingo en el operativo de emergencia en la sierra madrileña. «El sábado fue duro porque la nieve me impidió llegar a trabajar, pero al día siguiente me vinieron a buscar y nos pusimos en marcha», cuenta. Junto a una compañera se encargó del traslado de un hombre que residía en Soto del Real hasta el Hospital de Villalba, donde la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo se encarga de administrar la diálisis.

Alfredo se siente contento de haber podido echar una mano, para él fue «muy gratificante aportar nuestro granito de arena en una situación tan difícil tanto para los enfermos como para los que trabajan en los centros médicos». El Cuerpo de Agentes Forestales también se encargó de la recogida y vuelta a casa de los sanitarios sin los que el tratamiento habría sido imposible.

El caso de Francisco Sanz fue un poco distinto. Este joven de 32 años, paciente renal desde los 17, se las ingenió para acudir al Hospital de Villalba caminando y, a ratos, corriendo. El riñón que le trasplantaron hace doce años comenzó a fallar y el pasado mes de julio se vio necesario que acudiera a diálisis tres veces por semana. Así que el sábado, «aunque la situación era complicada», se abrigó bien y se dispuso a recorrer a pie los diez kilómetros que lo separaban de la clínica. «Sabía que no me lo podía saltar, solemos tener dos días de margen pero el jueves había recibido la última», cuenta este joven entrenador personal. Tardó unas dos horas y su madre y hermana lo acompañaron un trecho del camino. El último tramo lo hizo corriendo porque «sabía que el personal me estaba esperando y no quería tardar mucho».