Opinión

Exclusión digital

La adicción a las nuevas tecnologías constituye una de las principales preocupaciones del nuevo Instituto de Estudios de las Adicciones IEA-CEU de la Universidad CEU San Pablo | Fuente: CEU
La adicción a las nuevas tecnologías constituye una de las principales preocupaciones del nuevo Instituto de Estudios de las Adicciones IEA-CEU de la Universidad CEU San Pablo | Fuente: CEUCEU

Si este no es un mundo para viejos, la pandemia ha empujado a las instituciones a digitalizar sus servicios. Es decir, a que sean los propios ciudadanos, a través de sus máquinas, quienes se resuelvan los asuntos que antes hacían otros. Otros que eran personas con manos, boca y conocimiento de su oficio; que ayudaban a resolver las miles de burocracias en las que habitamos.

Hoy, muchos entes públicos y privados se han aprovechado de la situación para ahorrarse trabajadores y dineros, claro. Hoy, los bancos, por ejemplo, son lugares apenas habitados por seres humanos cuya función principal pasa por informarte de dónde tienes la máquina de operar.

Hoy, los grandes bancos de dinero, lo opuesto a los bancos de los parques, mortifican a sus clientes habituales sin pudor.

Nos suben las comisiones, nos saquean por tener dinero, nos bloquean las cuentas, nos piden datos hasta del color de las bragas (¿por el blanqueo?) y, si no te gusta, te invitan a marcharte sin contemplaciones. No les interesan ni los autónomos, ni las asociaciones, ni los pequeños clientes. ¿Y los mayores con sus pensioncitas? De esos, ni hablar. Y si quieren pasar por caja que sea antes de las diez y media. Nos amargan con su prepotencia y nadie les para los pies. Da miedo.

Las Administraciones se han apuntado al carro de internet. Te mandan las citas médicas por sms y si tienes que moverlas te envían a su web, lugar en el que te hacen un cuestionario imposible que acaba en «váyase a la mierda» o llame a este teléfono. Teléfono que, por supuesto, está saturado. Pobres mayores nuestros. Ellos que siempre han tendido su mano, ahora les empujan a la oscura máquina. ¡Qué desamparo!