Teresa Agulló, de 82 años, en su balcón situado justo en frente del lugar donde estaba la Cruz de los Caídos

La abuela que ‘resucitó' la cruz de Callosa

Teresa Agulló proyecta desde el día 10 un holograma sobre la fachada de la Iglesia de San Martín, una actividad que el Ayuntamiento del pueblo considera ilegal y por la que le multan con 100 euros diarios

«Esto lo hago por mi fe». Son las 20:30 horas y, como cada tarde desde hace 17 días, Teresa Agulló (82) se pone su abrigo, se cubre el cuello y, decidida, abre balcón de su casa que da a la Plaza de España. En ese pequeño espacio está el foco con el que proyecta la cruz que hace dos meses presidía el pueblo y la que, desde entonces, tiene en vilo a sus vecinos. «Es nuestro símbolo, pero no sólo a nivel religioso, sino también histórico. Es parte de nuestra identidad», dice esta vecina mientras se dispone a iluminar, una noche más, la fachada de la Iglesia de San Martín. Lo hace, se asoma para ver que todo está correcto y sonríe. «No nos podíamos permitir una Semana Santa sin ella».

Esta parroquia fue edificada en Callosa de Segura (Alicante) en torno al siglo XVI, pero mucho más reciente era la cruz que se encontraba a sus puertas y que hoy guarda por partes el Museo del Cánamo. Era la Cruz de los Caídos, el símbolo del pueblo, de su tradición, de sus vecinos. El problema para algunos de ellos era la placa en la que aparecían inscritos los nombres de 81 personas que fueron asesinadas por parte del bando republicano. Por eso, en marzo de 2016, el gobierno municipal formado por el PSOE, IU y Podemos en el pueblo forjó una iniciativa que ya venía meses fraguándose: aprobar una moción para retirarla, amparándose en la Ley de Memoria Histórica.

«Dicen que se trata de una cruz franquista, pero no lo es», explica a LA RAZÓN Luis Valdés, vicepresidente de la Plataforma Ciudadana para la Defensa de la Cruz. «Es cierto que tenía una base con el nombre de personas asesinadas, pero estos delitos se cometieron antes de la Guerra Civil». Incluso, para atajar esta polémica, se comprometieron a retirar las citadas inscripciones si con eso conseguían mantener la cruz, pero la petición no fue aceptada por el Consistorio liderado por Francisco Maciá. Hasta que el 28 de enero de este año, un fuerte dispositivo policial procedió a retirarla pieza a pieza, después de que decenas de vecinos se turnaran para custodiarla durante 400 días.

Su reaparición, en forma de holograma, no sólo ha devuelto la esperanza al pueblo, sino que también ha reavivado viejas rencillas sobre un tema que, para ellos, estaba zanjado desde hace mucho tiempo. Hoy, esta luz ocupa el mismo lugar en el que estuvo antes de que los operarios la quitaron entre protestas. La imagen cuenta con un tamaño similar a la cruz original –algo más grande–, con los dos faroles de los lados y el pedestal aunque, eso sí, sin los nombres de los 81 caídos. «El Ayuntamiento dice que estoy haciendo una actividad ilegal», añade Teresa. «Nunca pensé que proyectar una luz en una fachada con el consentimiento del cura iba a llevarnos a esta continua pelea».

Dos agentes de Policía Local cada noche

Cada noche, minutos después de encender el foco, Teresa recibe la visita de dos agentes de Policía Local que le insisten en quitar el proyector y le entregan una multa de 100 euros. En total, lleva acumulados más de 1.700. «Esto fue una iniciativa que adoptamos entre todos. Estábamos muy dolidos por lo que había pasado y queríamos hacer Justicia», dice Teresa, apretando los dientes y emocionándose cada vez que recuerda «uno de los días más tristes de su vida».

En principio, el Ayuntamiento alegó el incumplimiento del artículo 110.11 de la Ordenanza reguladora de los usos de la vía pública, que exige «no instalar aparatos reproductores de imagen y/o sonido en la vía pública». Sin embargo, la infracción no resultaría aplicable pues se trata de una obligación que deben cumplir los establecimientos de restauración y hostelería.

De tal modo que, una vez que la Administración cayó en la cuenta, pasó a aplicar el precepto 129.1.2 de la misma norma, aludiendo que la proyección de la cruz es una «actividad de publicidad audiovisual sin la correspondiente autorización». «Pero, ¿eso qué quiere decir?», se cuestiona Teresa. «¿Significa que ahora queremos dinero a cambio de poner un símbolo? Absurdo. El alcalde nunca se ha reunido conmigo para explicarme nada, por lo que no lo entiendo». Las multas, reconoce, las denunciarán. Incluso desde la plataforma critican la persecución religiosa emprendida por el equipo de Gobierno hacia el movimiento ciudadano-religioso. «No nos vamos a quedar quietos».

Por lo pronto, la cruz sigue presente. Al menos hasta el Domingo de Resurrección, pero los habitantes confían en que la Justicia la devolverá a su lugar, a las puertas de la Iglesia para seguir dando testimonio de su fe. Y no sólo de eso, sino también de la historia de su pueblo. «Pusimos esta fecha por el cariz religioso de esta semana, pero luego continuaremos. No sé cómo aún, pero lucharemos para vuelva algún día».

Un pueblo dividido

«Es como si nos hubieran amputado un miembro vital de nuestro cuerpo», dice un vecino. «No puedo mirar la plaza porque me emociono», añade otro. Desde que se desató el conflicto, buena parte del pueblo se ha mantenido unida para salvar «su bien más preciado». Sin embargo, hay otra que desoye estas reivindicaciones: «Son unos fascistas», «Asumir la historia cuesta, pero es lo que hay» o «Yo no quiero que una cruz sea el símbolo de mi pueblo» son algunos ejemplos.

«Esto es una cacería», alega Toni Illán, presidente de la Plataforma para la Defensa de la Cruz, que cada día convoca actos y manifestaciones a pie de calle. «Hay que ir siempre con la verdad por delante». Por eso, para satisfacer a ambas partes, se acordó hacer un monumento a la reconcialización en el Barrio de la Cruz, pero no obtuvo el efecto deseado y su símbolo desapareció igualmente. Desde entonces, invitan al Ayuntamiento a reflexionar «sobre la persecución policial personal que está organizando contra sus propios vecinos a cuenta de la cruz». Una iniciativa que viene acompañada por más de 24.000 firmas en la plataforma máslibres.org.

«Tenemos que serenarnos»

Desde hace siete años, Juan Bautista ejerce de párroco en la Iglesia de San Martín. Nunca antes había vivido algo parecido a lo que impera en Callosa desde hace dos años. Para él lo importante son los vecinos, por eso prefiere no hacer ninguna declaración que pueda enfrentar aún más a ambas partes. «Yo no quiero que haya conflicto entre unos y otros. Hay que serenarse y buscar la tranquilidad».

Quizá el regreso de la cruz sea lo que una mayoría busca, pero la mayor ansia de todos es vivir sin ser señalados. Esta nueva etapa la abandera el ramo de flores enlazado con los colores de España, que espera en la plaza ante un posible regreso de la cruz. Porque, como todos coinciden, la esperanza es lo último que se pierde. Sea para lo que sea.