Opinión
Bailar
Ya se puede bailar en muchos lugares. Las pistas se han abierto para el suelto y con mascarilla. Pena no ver la cara de los danzarines, sobre todo de aquellos que muestran su alma en cada balanceo. Y ya saben, el rostro es el reflejo del alma. Pero pronto, si el virus sigue yéndose, volveremos a ver la cara de los otros con sus narices aguileñas o sus dientes mellados, frente a nuestras narices chatas o dientes sombríos. Volveremos a ver la realidad de frente.
Y pronto bailaremos pegados, como nos dejó dicho Sergio Dalma, porque «bailar pegados es bailar igual que baila el mar con los delfines. Corazón con corazón, en un solo salón dos bailarines. Abrazadísimos los dos, acariciándonos, sintiéndonos la piel…». Ya he olvidado esa sensación de amante. O de desear a ese como amante y que solo el roce de los cuerpos, con un bolero por medio, nos lleve al paraíso. He olvidado la conga de Jalisco, que va y viene, viene y va.
Tenemos que olvidar el miedo a las personas que sueltan perdigones por la boca al hablar. Es tan bello bailar mirándose y riéndose y haciendo un poco el tonto. O bailar para que te miren y piensen que eres divino, aunque no sea eso lo que piensen.
Y luego está bailar suelto para uno mismo, para desfogarse, para sentir la música alta y volar, para dejar de utilizar el pobre intelecto desgastado y notar que hay algo más, un cuerpo vivo, por ejemplo.
Bailar es terapéutico siempre, sanador. Es lo contrario de estar parado. Es querer hacer. Es celebrar que hay armonía y ritmo en la vida. Es quedar para irse a bailar. La copa con hielo esperará en la mesa. Y cuando regresemos cansados de tanto movimiento feliz, daremos un traguito refrescante y sin tapaboca.
¡Bailemos queridos! Celebremos con los dedos cruzados que ese virus maldito nos está abandonando.
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