Opinión

Rutina Covid

Dos personas con mascarilla se cruzan en una calle de la ciudad de Valencia
Dos personas con mascarilla se cruzan en una calle de la ciudad de ValenciaAna EscobarAgencia EFE

La pandemia nos ha dejado una rutina aún mayor y más aburrida que la de antes. El primer encierro tuvo su aquel de aventura. Nos enfrentamos a nosotros mismos y a nuestra resistencia, conocimos a vecinos invisibles, rellenamos los armarios de papel higiénico, volvimos a la lejía, aplaudimos juntos a las ocho, recuperamos los balcones, cocinamos rico, usamos el teléfono con un sentido, le encontramos su valor a las noticias televisivas. Incluso a «Supervivientes», programa donde un grupo de personajes, ajenos al virus, disfrutaban de una isla. Sus cuerpos soleados, su delgadez hambruna, sus juegos físicos, el mar… Aquello era un poco de paraíso a nuestro averno. Además, teníamos la casi seguridad de que aquello acabaría más pronto que tarde, por lo que el sacrificio tenía un plazo, y eso siempre es soportable. Vivimos con horror muertes, enfermedades, miedo… Pero ni sospechamos que aquello se alargaría como una ola de surf virtual.

Ahora, en la sexta embestida de la pandemia de Covid-19, y sin contar la lacra de salud física y mental de muchos que han decaído, lo cotidiano de todos es muy aburrido. Salvo algunos jóvenes que se saltan normas a la torera, pocos realmente, la mayoría repetimos cada día las pautas cotidianas sin pena ni gloria.

El teletrabajo nos protege, sí, pero es un letárgico mayúsculo. Yo llevo, como tantos, meses y meses relacionándome con mis compañeros por el puto zoom. Solo nos vemos las caras, casi siempre adormiladas y sin maquillar. Yo me pongo coloretes para no parecer una muerta. Pero de cintura para abajo todos en pijama o, los más finos, en chándal abatido.

La gente apaga el audio para hablar con otros, supongo, o apaga el video para hacer algo prohibido, supongo. Trabajar así, viajar apenas, seguir las inoculaciones, buscar un rato de sol de ojos para arriba, frente morena. Y en mi caso ir al teatro con abrigo, gorro y mascarilla. Sin poder departir en el hall con los compis. Sin conocer sus opiniones ni atuendos.

En pijama, vivimos.