Elaine y Arthur Aron, fueron los primeros estudiosos, en los años 90, de este fenómeno ancestral que hace que ciertas personas puedan detectar diferencias sutiles en los estímulos y tengan un proceso de la información sensorial más profundo que los demás. Y nos dicen que entre el 15 y el 20 por ciento de la población general lo posee. No es mala la cifra, y ojalá se equivocaran por abajo, porque las personas altamente sensibles sensorial y emocionalmente son las que humanizan el mundo.

He encontrado un artículo de Amanda Chan, donde expone los rasgos de la personalidad de una “PAS”, que les comento resumidamente:

Sienten con mayor intensidad. Son muy intuitivos, y llegan hasta el fondo de las cosas para llegar a descubrirlo todo. Maravilloso, ¿no?

Muestran más empatía y preocupación por los problemas de los otros. Escuchan y cuidan, añado yo.

Prefieren hacer ejercicio solos, como el senderismo, bicicleta, natación… Momentos para meditar.

Son muy observadores. Enseguida se dan cuenta de detalles, como si tienes mala cara o has estrenado zapatos. Gracias.

Aunque se sienten bien haciendo su trabajo en soledad no tienen por qué ser introvertidas, y suelen funcionar bien en equipo. Aunque, según comenta el estudio, al ser personas muy receptivas y analíticas, no son las mejores para tomar decisiones rápidas. La duda es parte de la sabiduría, dicen los que saben.

Son propensos a la ansiedad y a la depresión, pero solo si han vivido experiencias negativas en la infancia. ¿Y quién no?

Los sonidos desagradables son muy molestos para las personas altamente sensibles. Quizá los que no los perciben es que no oyen, ni escuchan.

No soportan las películas violentas. La violencia es dolorosa siempre.

Lloran con facilidad. Claro, hay tanto por lo que llorar.

Reaccionan a las críticas negativas de forma más intensa. Porque les importa lo que dicen los otros.

Son, sin duda, los que más caen. Porque son los diferentes, los artistas del arte y de la vida. Los imprescindibles.