Sinhogarismo

«Viví 8 años en la calle, caí en la droga y me quedé incapacitado después de una paliza»

José María pasó de tener una casa, coche y una familia a perderlo todo. En el Día Mundial del Sinhogarismo recorremos el que fue su viacrucis: «Dormía entre cucarachas y vi cómo personas morían a mi lado»

José María, de 57 años, durante su encuentro con LA RAZÓN en un parque de Madrid
José María, de 57 años, durante su encuentro con LA RAZÓN en un parque de MadridJesús G. FeriaLa Razon

Curro no se separa de José María. Más que un perro se ha convertido en su gran protector. A José María le cuesta confiar, más aún después de lo que ha sufrido por el sinsentido de la brutalidad humana. Lleva el brazo derecho en cabestrillo. No puede moverlo desde la última paliza que le dieron en la calle hace un par de años. La aporofobia es una realidad. El desprecio a los pobres, a las personas sin hogar que deambulan por las ciudades, lo conoce bien este jienense de 57 años que durante ocho estuvo viviendo en la calle.

Su historia es la encarnación de la caída a los infiernos de una persona que tenía su familia, su trabajo, salud y planes de futuro. Hoy que se celebra el Día Mundial del Sinhogarismo relatamos a través de José María la realidad a la que se enfrentan hasta 40.000 personas en España y las posibles soluciones a un problema que se encuentra enquistado en nuestra sociedad.

«Nací en Jaén, pero a los pocos años, toda mi familia se vino para Madrid. Vivía con mis padres y mis nueve hermanos hasta que me casé. Tuve un hijo de esa relación. Siembre trabajé, bien en la construcción, de vigilante... pero todo cambió cuando me separé. Caí en una profunda depresión, me quedé sin casa, sin coche, sin mi familia, y de repente me encontré durmiendo en la calle. No me lo podía creer», relata.

José María: "Un día prendieron fuego al colchón en el que dormía, también me apuñalaron, no quería seguir vivo»
José María: "Un día prendieron fuego al colchón en el que dormía, también me apuñalaron, no quería seguir vivo»Jesús G. FeriaLa Razon

A partir de ese momento comenzó su lucha por la supervivencia. Sobrevivir a cada noche a la intemperie, robar para comer y buscar a diario un refugio donde pasar la noche: «Yo que había tenido mi casa, me despertaba en un parque rodeado de cucarachas. Mi familia me repudió. Incluso, recuerdo que cuando cayó la gran nevada en Madrid, yo estaba a unos metros de la casa de mis padres y no me dejaron entrar».

Para más inri, José María se enganchó a la heroína, lo que agravó su precaria situación que se alargó durante casi una década. Con ojos vidriosos y pulso trémulo asegura que todavía no se ha recuperado del trauma de aquella época negra, «porque cuando vives en la calle, no eres persona, eres una cosa, un trozo de carne». Más allá de las penurias por las que atravesó, la violencia que vivió todavía la tiene grabada: «En varios momentos quisieron quemarme vivo. Un verano, mientras dormía a las puertas de una iglesia, prendieron fuego a mi colchón. En otra ocasión, me apuñalaron por Argüelles en el glúteo, me derrumbé. Te juro que quería morirme, sé que hice cosas mal pero no me merecía ese trato. Quizá por eso comencé a drogarme, para no pensar».

Por si fuera poco su padecimiento, hace un par de años, cuando ya no estaba en situación de calle, sufrió una brutal agresión en la Casa de Campo de Madrid por parte de un vigilante que le dejó incapacitado de por vida. «Mi brazo derecho ya no se puede mover, me dejó lesiones muy graves. Yo que soy diestro, imagínate, ya no puedo hacer nada. Me cuesta ver el futuro con optimismo».

Fenómeno estructural

Sin embargo, un día, cuando menos lo esperaba, su vida volvió a dar un vuelco, pero en esta ocasión, muy positivo. «Se me acercó un chico y me habló de la posibilidad de salir de esta situación. No me lo creía, pensaba que quería engañar o hacer daño». Su salvador es un trabajador de HOGAR SÍ, que poco a poco se fue ganando su confianza.

Ahora, ellos son su nueva familia y quienes le han facilitado a través de su organización una casa autogestionada para que pueda volver a tener una vida digna.

«El sinhogarismo es un fenómeno estructural que se basa fundamentalmente en la vulneración del derecho a la vivienda y no un problema personal. Invertir en el sistema tradicional para frenar esta problemática no produce más que la cronificación de las personas que están en esta situación. En contraposición, abogamos porque el sinhogarismo pase a un sistema de viviendas normalizadas y no albergues. El modelo de viviendas ha conseguido un éxito mayor donde ya se aplica», explica José Manuel Caballol, director general de HOGAR SÍ.

"Cuando vives en la calle dejas de ser persona, nadie te quiere, te sientes un apestado", asegura José María a La Razón
"Cuando vives en la calle dejas de ser persona, nadie te quiere, te sientes un apestado", asegura José María a La RazónJesús G. FeriaLa Razon

Segun los datos que maneja esta organización, las plazas disponibles en España para personas sin hogar se sitúan en las 20.000, lo que su pone que un 45% no tiene alojamiento disponible. «Además, el 75% de esas plazas son alojamientos colectivos, es decir, albergues, y la mayoría de ellas de corta o media estancia, o sea, entre una semana y 15 días», apunta el directivo. A la espera de que el INE haga públicos los datos sobre la situación real de personas sin hogar, estadística que lleva sin publicarse más de una década, Caballol apunta que «existe una gran desconexión entre la oferta y la demanda y eso confirma que el sistema no funciona».

Reencontrarse con su hijo

Tradicionalmente, la forma de afrontar el sinhogarismo seguía un modelo de atención en escalera. Las personas tenían que ir superando pasos poco a poco: de la calle a un albergue, del albergue a un alojamiento temporal y, como último escalón, una vivienda permanente. En ese largo proceso, un alto porcentaje de personas volvía a la calle. «Housing First, una de las metodologías que desarrollamos desde la entidad, da la vuelta a ese modelo y comienza por la vivienda para recuperación de su vida autónoma», apuntan desde la organización.

Según los datos públicos, la estancia media en la calle, suele ser de entre 3,7 y 6 años. José María los superó. «Pensé que moriría en la calle, ahora llevo ya cinco años limpio y vivo en una casa que gestiono yo gracias a la ayuda de HOGAR SÍ», confiesa. Tras la última agresión que recibió, le fue concedida la incapacidad y no puede trabajar. Cobra 400 euros al mes y con parte de ese sueldo colabora con el pago mensual de la casa, a que asume en su práctica totalidad la entidad que le ampara.

De hecho, tiene un técnico asignado que le sirve de apoyo para su reinserción. «Ahora, cuando veo a personas durmiendo en parques, o cuando se acercan para pedirme un bocadillo, hago lo que puedo para ayudarles, aunque tampoco es que sea de gran utilidad. Es inevitable que al verles no me vengan recuerdos. He vivido cosas terribles, incluso he despertado con personas muertas a mi lado», desvela.

Reconoce que cuando se encontraba sumido en la miseria no solo se topó con mala gente, sino con personas buenas que quisieron echarle un cable: «Recuerdo que a la salida de una iglesia, una mujer me pidió que rezara por ella. Le dije que por supuesto. Al terminar, me dio 150 euros, se me saltaban las lágrimas. Siembre hay gente con buenas intenciones donde menos lo esperas».

Según HOGAR SÍ, el perfil de las personas que están atrapadas en la coyuntura que también atravesó José María, no ha cambiado en los últimos años, eso sí, desde la crisis económica de 2008, los casos han aumentado significativamente. «Sí que es cierto que hemos observado un mayor número de mujeres en el ámbito del sinhogarismo extremo. Actualmente suponen entre el 15 y el 17%. En cuanto a la edad, dominan las personas entre los 40 y lo 60 años. En relación a la nacionalidad, calculamos que el 60% son españoles y el 40% extranjeros», puntualiza José Manuel Caballol.

Además, el director general de este organismo aclara que no todas las personas que se encuentran en esta situación presentan problemas mentales: «Quizá hay más afectación de problemas mentales respecto a la sociedad en general, pero uno se pregunta si es la locura la que le llevo a la calle o la calle o que le llevó a la locura. Igual pasa con las adicciones. Lo que está claro es que el sinhogarismo es uno de los pocos problemas que tendría solución en un plazo razonable en un país rico como el nuestro si el sistema fuera el adecuado».

A José María le gustaría realmente volver a trabajar, pero lo tiene complicado. También soñaba con poder retomar el boxeo, deporte que practicaba antes de su caída en picado. «Pero, sin duda, lo que ahora más deseo es volver a ver a mi hijo. Tiene ya 16 años y no le veo desde que cumplió los cinco. Es muy duro saber que está ahí y no poder hablar y explicarle lo que me ha pasado. No es fácil de comprender, pero al menos, tener la oportunidad de hacerlo. Esto es lo que me mantiene vivo», sentencia.