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Lucha contra el peor mal

No todos somos iguales ante el tumor

Los grandes avances terapéuticos en diagnóstico precoz y tratamiento dan esperanza a los enfermos de cáncer, pero no de todas las partes del mundo

Radiografía del cáncer Tania Nieto

Apesar de que la enfermedad sigue produciendo dramas diarios –es la segunda causa de mortalidad en la Unión Europea–, de que sigue habiendo casos incurables, y de que el 50 por 100 de los que estamos leyendo estas líneas hemos padecido o padeceremos uno, el cáncer puede ya considerarse un caso de éxito en la historia de la medicina. Los esfuerzos científicos por combatirlo no tienen muchos precedentes en otras enfermedades y las nuevas herramientas de diagnóstico y tratamiento han reducido espectacularmente la mortalidad oncológica en las últimas décadas. Solo por poner un ejemplo, las autoridades sanitarias europeas aprobaron 118 tratamientos diferentes en seis años (entre 2012 y 2018).

La lucha, sin embargo, continúa. Y ahora cuenta con nuevas herramientas. La ciencia cuenta con un conocimiento nunca antes disfrutado sobre la inmunología y la biología de los tumores y se han aportado al arsenal de tecnologías oncológicas la inteligencia artificial, la nanoingeniería y la genética. Algunas terapias con las que no hubiéramos soñado hace medio siglo empiezan a dar sus primeros resultados. En 2022 se conoció la noticia de que dos de los primeros pacientes que recibieron una terapia de células CAR-T (un tipo muy avanzado de inmunoterapia) mantenían su enfermedad controlada diez años después de iniciar el tratamiento. El éxito de estas terapias contra cánceres de la sangre es un paso de gigante hacia el tratamiento futuro de tumores sólidos. De hecho, a mediados del año pasado también se presentaron prometedores resultados de ensayos en fase I con terapia CAR-T contra cánceres de próstata metastásicos.

No es más que un ejemplo de hasta qué punto el abanico de estrategias contra la enfermedad se ha ampliado en poco tiempo.

Sin embargo, el prodigioso avance de la oncología no afecta por igual a todos los habitantes del planeta. El lema del Día Mundial del Cáncer 2023, «Closing the care gap» (que se ha traducido como «Por unos cuidados más justos»), pretende poner de manifiesto que, como en tantas otras cosas, la lucha contra el cáncer está trufada de inequidades.

Más de la mitad de la población mundial no tiene acceso a los servicios más básicos para combatir la enfermedad. Y, según la Organización Mundial de la Salud, el problema no afecta solo a los países menos desarrollados, aunque obviamente es en ellos donde se manifiesta de manera más dramática. Incluso en las regiones más ricas del planeta el acceso a ciertas tecnologías de vanguardia está vedada a ciertas personas en función de sus ingresos o del área local en la que viven. Aunque parezca mentira, el lugar de nacimiento, la condición social e incluso la raza condicionan todavía hoy la capacidad de sobrevivir a un tumor. Algunos datos dados a conocer estos días avalan esta realidad.

Una mujer blanca estadounidense tienen un 71 por 100 de probabilidades de sobrevivir a un cáncer cervical. Una mujer negra del mismo país, el 58 por 100. En Nueva Zelanda, la población Maorí tiene dos veces más riesgo de morir de cáncer que la no maorí. El cáncer infantil ha alcanzado un 80 por 100 de supervivencia en los países ricos; el 20 por 100 en los pobres. Más del 90 por 100 de las muertes globales por cáncer de cérvix afectan a personas que viven en países en vías de desarrollo. La edad es un factor determinante de discriminación: el 70 por 100 de los 10 millones de personas que mueren por cáncer al año en el mundo tienen más de 65 años. Las poblaciones rurales de países desarrollados como España siguen teniendo menor acceso a las campañas de cribado y suelen presentar peores ratios de recuperación o de diagnóstico precoz.

Uno de los factores más diferenciales a la hora de entender las diferencias de pronóstico y de éxito en diferentes poblaciones es, sin duda, el acceso al diagnóstico precoz. En los próximos años adquirirán especial relevancia las políticas destinadas a potenciar el cribado de la población a la caza de los primeros signos de un proceso oncológico antes incluso de que afloren síntomas iniciales.

Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó ayer un nuevo «Marco de la Iniciativa Mundial contra el Cáncer de Mama» que proporciona una hoja de ruta para alcanzar el objetivo de salvar 2,5 millones de vidas por cáncer de mama hasta 2040.

El documento recomienda a los países que se centren en programas de detección precoz del cáncer de mama para que al menos el 60 por ciento de los cánceres de mama se diagnostiquen y traten en estadios tempranos.

Asimismo, instan a diagnosticar el cáncer de mama en los 60 días siguientes a su presentación inicial puede mejorar los resultados. El tratamiento debe iniciarse en los tres meses siguientes a la primera presentación. Por último, también apuestan por controlar el cáncer de mama para que al menos el 80 por ciento de las pacientes completen el tratamiento recomendado.

Y en este sentido, un nuevo término ha venido a ampliar la familia de herramientas de la oncología contemporánea: la teragnosis. Se trata de la fusión de terapia y diagnosis y promete arrojar grandes alegrías en el futuro más cercano.

Con técnicas de medicina nuclear, la teragnosis emplea moléculas unidas a isótopos radiactivos para localizar tumores y, en el mismo acto clínico, comenzar a combatirlos.

En las últimas dos décadas se ha avanzado enormemente en la localización de dianas moleculares oncológicas, es decir, en detectar moléculas del organismo que están presentes allá donde se está gestando o se ha gestado un tumor. Por ejemplo, se sabe que una proteína llamada Lu-PSMA-617 se encuentra habitualmente en la superficie de una célula de un tumor de páncreas. Mediante radionúcleos, la medicina hoy puede detectar esa proteína en un paciente y activar inmediatamente un proceso que induce a la destrucción de la célula cancerosa.

El interés comercial de muchas farmacéuticas por esta tecnología ha crecido al calor de algunos ensayos clínicos muy prometedores. Pero es de temer que, como en otros casos, el acceso real a la terapia estará al principio muy limitado a determinados países con grandes recursos sanitarios.

El cáncer infantil sigue siendo otro de los pequeños o grandes olvidados. En las últimas dos décadas el avance de las terapias oncológicas pediátricas a elevado hasta el 80 por 100 la probabilidad de curar un cáncer en un niño nacido en Europa.

Pero en los países más pobres el porcentaje va desde el 9 al 57 por 100.

Para colmo, las regiones más pobres del planeta siguen estando a la cola en la práctica de ensayos clínicos lo que aleja a sus poblaciones de los beneficios derivados de formar parte de estas pruebas a gran escala. Paradójicamente, la pandemia puede haber ayudado a recortar algo las diferencias: el acceso global a la telepresencia o el trabajo a distancia y la puesta en práctica de sistemas de ensayo clínico más veloces e internacionales puede ser un punto de partida óptimo para universalizar el acceso a las prometedoras terapias contra el cáncer que se avecinan en los próximos años.

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