Perfil más diverso y complejo
Casi el 70% de personas sin hogar disponía de casa y empleo
Su acceso a los servicios básicos no está garantizado y para el 16% sus condiciones de salud son malas o muy malas
El “retrato robot” de las personas que carecen de hogar en España o están en situación de exclusión residencial se ha diversificado y vuelto más complejo en los últimos años, lo que se explica en gran medida por las crisis socioeconómica, sanitaria, energética y su impacto en el empleo, la vivienda y la pobreza.
Según un estudio elaborado por Cruz Roja en colaboración con la Universidad Carlos III, el 82% de estas personas son varones, aunque ha aumentado el sinhogarismo femenino y de personas jóvenes (cada uno del 18%). El dato más significativo de esta investigación es que antes de quedarse sin hogar, el 66% de las personas encuestadas (una muestra de 979 individuos sin hogar) residía en un piso o una vivienda unifamiliar y un 15% en una habitación de un piso compartido. La mayoría de los implicados alterna pernocta en la calle durante períodos más o menos cortos con estancias en viviendas ocupadas, recursos residenciales u hogares de personas conocidas.
Asimismo, aparece un perfil de personas que alternan periodos de trabajo con desempleo y cuentan con alguna ayuda social o ingreso mínimo, pero viven en una precariedad que no les permite tener un hogar propio ni planificar su futuro: el 66% estaban ocupadas y, aunque un 25% de este grupo se desempeñaban en la economía sumergida, otro 40% lo hacían en la economía formal: el 33% con contrato a tiempo completo y el 7% a tiempo parcial.
Por edad, el grupo mayoritario tiene de 45 a 64 años (51%) aunque un 18% tiene menos de 30 años, entre los que hay una presencia especialmente relevante de personas migradas no comunitarias. En este sentido, el mayor porcentaje de personas sin hogar (el 53%) ha nacido en España. El resto, un 47%, son migrantes.
Las personas que carecen de residencia se criaron en la mayoría de los casos (71%) en una familia nuclear (madre, padre, hermanas y/o hermanos); un 13% creció en una familia monoparental (mayoritariamente con su madre) y un 19% en otro tipo de hogares (con otros familiares, otras personas o en instituciones) estas últimas teniendo en común la ausencia, tanto de la figura paterna como de la materna
Respecto a la educación, el 71% tiene únicamente estudios primarios, aunque lo habitual (44%) es que no llegaran a completarlos. Por otro lado, un porcentaje del 24% cuenta con estudios secundarios y un 5% con estudios universitarios.
La mayoría de las personas (82%) están empadronadas, pero un 16% no lo está en ningún municipio con la dificultad que ello supone su acceso a servicios públicos. El 25% pertenece a algún grupo étnico diferente al mayoritario lo que, unido a las dificultades con el idioma disminuye el contacto con personas fuera del sinhogarismo y dificulta la solicitud de recursos de apoyo contribuyendo de forma decisiva a su exclusión.
El acceso a servicios básicos no está garantizado. Esta circunstancia supone que no pueden utilizar un inodoro, ducharse, guardar su documentación y pertenencias en lugar seguro, conectarse a internet o prepararse una comida caliente siempre que lo necesiten.
El 18% de las personas sin hogar con nacionalidad española y el 34% de las personas sin hogar que son migradas carece de tarjeta sanitaria, por lo que tienen acceso limitado a los servicios médicos del Sistema Nacional de Salud. Esto se debe, en parte, a las barreras de acceso al empadronamiento (requisito fundamental para cualquier trámite) como puede ser la negativa de algunos Ayuntamientos al empadronamiento a quienes no tienen un domicilio; a falta de información por parte de algunas de estas personas y/o a la desconfianza
En este sentido, la salud de las personas sin hogar es significativamente peor que la del resto de la ciudadanía: el 16% afirma que su salud es mala o muy mala (el doble que entre la población general según la última Encuesta Europea de Salud en España). Algunas personas manifiestan un estado de salud deficitario crónico derivado de sus condiciones de vida, posibles adicciones y dificultades para realizar tratamientos y seguimientos médicos después de intervenciones. Se aprecia una relación directa entre las dolencias orgánicas y los malestares psicoemocionales, siendo estos últimos un factor que contribuye a la aparición de aquellas o a su agravamiento.
Sin embargo, el estereotipo que suele asociar personas sin hogar a un mayor consumo de alcohol es absolutamente falso a la luz de los datos: el porcentaje de personas sin hogar encuestadas que consumen bebidas alcohólicas al menos una vez a la semana es del 34%, mientras que entre la población general alcanza el 35%. El recurso al consumo de alcohol y sustancias puede actuar como estrategia de evasión mental, aunque también para hacer frente al hambre y al frío. Las adicciones incrementan los problemas de las personas sin hogar, dada la dependencia de las sustancias, la necesidad de conseguirlas y las conductas ilegales que esto puede comportar.
Por último, su aislamiento social es acusado, el 31% de las personas encuestadas manifiestan que se sienten socialmente aisladas, y que no pueden contar con la ayuda de nadie. Esta situación se agrava con la edad, de hecho, sólo un 12% siente que puede recurrir al apoyo familiar. En el caso de las personas migradas, el aislamiento viene determinado por la separación geográfica con las familias de origen y utilizan en mayor medida el recurso de las redes de apoyo, formadas generalmente por personas en la misma o similar situación, según indica el informe de Cruz Roja.
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