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Curiosidades

¿Cómo se calentaban los castillos en la Edad Media? La técnica para combatir el frío glacial

Por fuera eran fuerzas majestuosas y símbolos de poder pero, vivir entre sus muros era otra historia

El método medieval para calentar un castillo y por qué era peor de lo que imaginabas La Razón

Por fuera los castillos medievales parecen salidos de cuento, torres imponentes, muros de piedra y grandes salones. Pero si uno pudiera pasar una noche dentro, descubriría una verdad menos romántica, el frío. En los inviernos del norte de Europa, vivir en un castillo era casi como acampar dentro de una cueva de piedra.

La razón principal de tanto frío estaba en la construcción. Los muros de piedra eran excelentes para proteger de ataques, pero pésimos para conservar el calor. Las rendijas, las ventanas sin vidrio y las enormes salas vacías hacían imposible mantener una temperatura agradable.

Durante la Alta Edad Media, la mayoría de lasa casas nobles tenía un solo lugar realmente cálido, el Gran Salón. Allí se encendía un gran fuego en el centro, y el humo salía (como podía) por una abertura en el techo. No había chimenea, ni conductos, así que el humo llenaba la sala y el calor se perdía hacia arriba. Solo quienes se sentaban cerca del fuego podían disfrutar de algo de calor, el resto tiritaba en las sombras.

La llegada de las chimeneas

Con el paso del tiempo, entre los siglos XI y XIII, las cosas empezaron a mejorar. Aparecieron las chimeneas y los conductos de humo, que permitieron calentar habitaciones más pequeñas. Fue una especie de revolución doméstica: los señores y las damas ya no tenían que pasar todo el día en el Gran Salón, sino que podían resguardarse en cuartos privados. Aun así, las chimeneas de la época no era muy eficientes. Los muros de piedra absorbían el calor, las ventanas pequeñas (sin cristales) dejaban pasar el aire y el fuego apenas calentaba un rincón del cuarto. Por esa razón, se usaban tapices en las paredes, que además de decorar ayudaban a mantener el calor dentro.

El horno que cambió todo

En Europa Central, hacia el siglo XIV, se inventó una solución mucho más práctica: el Kachelofen, un horno de cerámica que acumulaba calor y lo liberaba poco a poco. Era como una estufa de azulejos, muy duradera y eficiente. Bastaba con encender el fuego un rato y el calor se mantenía durante horas. En países como Alemania, Suiza o Austria, estos hornos convirtieron las frías habitaciones de piedra en espacios acogedores. Muchos castillos que esas regiones todavía conservan algunos de estos sistemas.

Kachelofen, el tipo de estufa tradicional de países de habla alemanaLa Razón

Algunos castillos también recuperaron una vieja idea romana: el hipocausto, un sistema de calefacción por suelo radiante. El aire caliente circulaba bajo el suelo y subía por las paredes, calentando ambientes desde abajo. Era un lujo que solo algunos podrían permitirse, ya que requería mucho combustible y mantenimiento, pero demuestra lo ingeniosos que llegaron a ser en su búsqueda de calor.

Trucos para no congelarse

Aún con todas esas mejoras, el frío seguía siendo un compañero constante. Las cocinas, con sus grandes fuegos y hornos, eran los lugares más cálidos, y el calor (junto con los olores de la comida) subía a los pisos superiores. En las habitaciones se usaban braseros, cocinas gruesas y camas con dosel cubiertas con mantas de lana.

Los tapices ayudaban a cortar las corrientes de aire, y la ropa de abrigo era indispensable incluso dentro de casa. Dormir con varias capas de ropa o compartir cama, era algo normal, y no solo por cariño.

Así que, aunque los castillos fueran símbolo de poder y lujo, vivir en ellos no era tan cómodo como parece en las películas. A menos que uno estuviera junto al fuego, y bien arropado con capas de lana, el frío era el verdadero señor del castillo.

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