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Opinión

¿Es desvergonzado decir que no lees?

Hay diferencia entre incurrir en un vicio y enorgullecerse de él

El arte (olvidado) de leer sin prisa Unsplash

La idiocia máxima no es ignorar, sino ufanarse en la ignorancia. Se puede muy bien nadar en colesterol y evitar cualquier esfuerzo físico, pero pretender que no te lleva al infarto es estupidez. Es posible engañar al marido, pero apuntarse a una página de adúlteros es un paso más en el cinismo. Hay diferencia entre incurrir en un vicio y enorgullecerse de él. A mí, por ejemplo, me deja perpleja la gente que dice “no arrepentirse de nada” ¿cómo no vas a arrepentirte de pagar tu mal humor con los demás, faltar al cuidado personal, ser cruel o manifestar debilidades vergonzosas?

María Pombo, que es una “influencer” muy influencer, quizá la más de nuestro país, ha dicho con sinceridad que “hay que empezar a superar que hay gente a la que no le gusta leer ¡y encima no sois mejores porque os guste leer!”. Hay quien le alaba la franqueza y quien le afea la desenvoltura, pero yo niego modestamente la mayor: es mejor quien lee. No moralmente, ni en dignidad, faltaría más; ni siquiera en educación -a menudo es más docto un campesino ágrafo que un tirano culto- pero sí en amplitud de mirada. No es original a estas alturas escribir que “leer abre horizontes”, pero parece imprescindible y hasta urgente cuando se desdibujan muchas cosas y se confunde por ejemplo viajar con hacerse selfies, tener perros con cuidar hijos o el rostro petrificado del botox con la belleza. Naturalmente que leer te hace mejor, María, precisamente te enseña que no eres superior a nadie. Si alguien enarbola un libro para abochornarte, sencillamente no ha leído apenas.

María Pombo: no tiene mayor importancia que leas revistas o manuales de decoración, es una buena forma de emprender el camino, pero es temerario que, con tu notable influencia, jalees la indiferencia hacia la lectura, porque relativizas la estulticia que nos aflige y, lo que es peor, contribuyes a impedir un inmenso placer. Cree quien no lee que se ahorra un camino tortuoso, trabajo arduo, “rollo”, cuando se está privando de un universo, una apasionante sucesión de encuentros, una de las mayores aventuras.

Hubo un tiempo en que el más iletrado envidiaba al que leía y quien no poseía libros, como mi abuelo Faustino, ahorraba fatigosamente para adquirirlos a plazos. Ahora se trivializa no leerlos y es como renunciar a una puesta de sol o cerrar los oídos a la música. Mi padre me dejó en herencia el Quijote de 1904 que recibió de su padre, un simple tipógrafo, y no pudo hacerme mejor legado. Con ese gesto me señalaba algo más que unas páginas: la libertad que aventaba Alonso Quijano, su

loca sabiduría, su cordura hilarante y un camino para la vida.