Alimentación

¿En quién te conviertes cuando comes?

Muchos son los que este mes se subirán a la báscula. Después, la mayoría optará por las dietas «milagro», otros por pagar la matrícula de un gimnasio del que con suerte se aprenderán su nombre, y los que menos optarán por adoptar hábitos de vida saludable.

¿En quién te conviertes cuando comes?
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Muchos son los que este mes se subirán a la báscula. Después, la mayoría optará por las dietas «milagro», otros por pagar la matrícula de un gimnasio del que con suerte se aprenderán su nombre, y los que menos optarán por adoptar hábitos de vida saludable.

Con la llegada de septiembre, muchos son los que deciden subir a la báscula con el fin de poner freno a esos kilos de más que hemos ganado en el alocado, al menos en lo que gastronómicamente se refiere, verano. Pero para adelgazar no todo vale. Algo que deberían saber esos tres de cada cuatro españoles que se estima que se van a proponer bajar de peso. Es la época de las tan seguidas como dañinas dietas «milagro», de pastillas, infusiones, cremas... que si bien pueden suponer una bajada de peso a corto plazo, a la larga hacen que ese temido siete u ocho vuelva a asomarse en la báscula (si no más grande) y con él aumente también nuestra decepción o de apuntarse a un gimnasio al que con suerte iremos dos meses. Aprender a comer, medir lo que uno ingiere y decir adiós al sedentarismo son la clave para perder esos kilos que nos sobran sin el famoso «efecto rebote». Ahora bien, en la práctica no es tan fácil. «Estamos buscando soluciones sencillas para un problema muy complejo. Soluciones que piensan en genes, metabolismo, industria alimentaria..., pero se olvidan de la persona, en entender nuestra relación con la comida, que es un paso indispensable para poder tener una relación saludable con la comida», afirma el doctor Javier Quintero, psiquiatra, doctor en Medicina y Neurocientífico experto en cognición que acaba de poner en marcha la App COCO Eating, junto a otros médicos, nutricionistas y psicólogos y cuyo fin no es contar calorías, ofrecer dietas o recomendaciones, sino mejorar la relación con la comida porque adelgazar no es difícil, lo complicado es mantenernos. En este sentido, Quintero explica que existen cinco formas de relacionarse con la comida: emocional, adictiva, traumática, impulsiva y desorganizada.

La alimentación, una conducta

«La alimentación es una conducta y, como tal, está influida por diversos factores externos e internos. Durante los últimos 15 años hemos investigado cuáles son los factores cognitivos, psicológicos y emocionales más relevantes que condicionan nuestra relación con la comida», afirma Quintero. Así, las personas que se relacionan con los alimentos de forma emocional tienen el rasgo de «modular sus emociones mediante la comida. En un vano intento de calmarlas, lo que hacen es ingerir alimentos», explica. Es decir, si cuando está aburrido suele acercarse a la nevera, por ejemplo.

En las personas adictivas, en cambio, «la comida activa de manera intensa los circuitos de recompensa, activando el deseo para volver a ingerir determinados alimentos». Dicho de otro modo, aquellos que cuando piensan que tienen hambre tienden a comer «cosas ricas», no una manzana, por ejemplo. Eso se debe, según precisa el médico especialista en Psiquiatría, a que optan por «alimentos palatables, que son aquellos ricos en grasas, azúcares o sal, ya que activan los circuitos recompensa, de placer. Por eso los perfiles adictivos suelen tener más adicción al chocolate, porque es un alimento rico en grasas, azúcares y sal».

Luego está el perfil traumático, que es «quizá el más complejo, y en la que entendemos la obesidad como un problema postraumático», precisa el especialista en Psiquiatría.

Los impulsivos, en cambio, son aquellos que habitualmente comen de manera ordenada, «pero de forma recurrente comen de manera desaforada, llegando a darse atracones». Léase, los que cuando tienen comilonas no saben cómo parar pese a seguir habitualmente una dieta correcta o aquellos que, «cuando llega la noche, se levantan para picar una galleta y en vez de una se toman toda la caja. Esto se debe a que lo que les caracteriza es la pérdida de control, por lo que comen más cantidad de la que inicialmente habían previsto y tienen la sensación de no poder parar».

Por último, están los desorganizados «a los que también podemos llamar disejecutivos, que son aquellas personas en las que lo que predomina es el desorden en la alimentación, picando entre horas y comiendo de manera poco equilibrada», como los que visitan las máquinas vending en exceso, por ejemplo. «También son los que afirman que comen muy poco y cuando se les pide que lo anoten se percatan de que registran un picoteo recurrente entre horas. Ojo, que comer poco no es garantía de adelgazar, pero ellos comen cosas más calóricas y menos saludables», detalla.

Si usted es de los adictivos, sepa que no es el único. «En nuestros estudios los perfiles emocionales, adictivos y desorganizados son los más frecuentes. No obstante, es importante destacar que es habitual que en una misma persona coexistan varias dimensiones al mismo tiempo. En estos casos, hay que priorizar qué tiene más impacto». En ellas, eso sí, el perfil más frecuente, según Quintero, «es el emocional». Y en ellos, en cambio, «el adictivo».

La más difícil de tratar es la traumática, «no tanto para bajar de peso, sino por lo complicada que es en sí misma. Cuando encontramos un trauma que condiciona la relación con la alimentación, se necesitará una atención especializada intensa y probablemente prolongada, como un trastorno por estrés postraumático», precisa el especialista en Psiquiatría.

La culpa es de...

Pero en una báscula, ¿qué porcentaje de culpa de nuestro peso tiene la genética, el hambre real y nuestra forma de relacionarnos con la comida? «Es difícil ponderar responsabilidades –explica Javier Quintero–, pero en nuestros estudios hemos encontrado que en el 85 por ciento de los casos la relación con la comida es un factor muy importante, lo que no quiere decir que sea el único. Es cierto que libera mucho decir que tenemos un metabolismo “lento”, pero en realidad eso no se sostiene científicamente. No obstante, si por ejemplo en mi familia hay mucha hipertensión arterial (HTA), querrá decir que voy a tener más riesgo de padecerla. Con independencia de quien sea el responsable, esto lo que debería ser es una razón para cuidarnos más y no menos. Con la obesidad y el sobrepeso pasa lo mismo».

Hay que poner freno a esta pandemia. «En el mundo se calcula que un 37 por ciento de la población, casi 2.000 millones de adultos, padece sobrepeso, de los cuales un 13% tiene obesidad. En España, las cifras son similares, afecta al 21,6 por ciento de la población adulta y en el caso del sobrepeso la cifra se eleva al 39,6%». Y lo más preocupante: «Para 2030 se estima que el 70 por ciento de la población a nivel mundial podría tener sobrepeso si no hacemos nada» para evitarlo, afirma Quintero. Un consejo: los productos saludables no vienen con etiquetas llamativas.

Una comida libre, no el fin de semana

Hay que ir despacio para que los resultados no sean temporales, y en eso no ayudan las prohibiciones, «ya que lo que hacen es disparar el deseo. Es mejor saber qué debo hacer y eso excluye lo que no». Preguntamos al experto si la opción de comer bien de lunes a viernes y dejar el fin de semana a gusto del paladar es idónea, y la respuesta es «no»: «Una comida libre a la semana es correcto, pero con las lógicas restricciones de las cantidades». Dos, no. «Esa opción es como un ‘’yo-yo’’, bajo y subo de peso y poco a poco algunos kilos se van quedando con nosotros. Nos podemos permitir ciertas licencias, pero no todo el fin de semana».