Muerte del Papa Francisco

Españoles en la capilla ardiente: «Es muy emocionante»

Se han desplazado hasta el Vaticano desde numerosas ciudades como Ibiza, Sevilla y Barcelona para despedirse de Francisco

Largas colas frente a la Basílica de San Pedro para entrar a la capilla ardiente del Papa
Largas colas frente a la Basílica de San Pedro para entrar a la capilla ardiente del PapaASSOCIATED PRESS / Agencia AP

Creyentes y no creyentes. Niñas, niños, ancianos, jóvenes, matrimonios y parejas. Miles de españoles se encuentran en Roma para despedir al Papa Francisco. Muchos de ellos, con lágrimas en los ojos, confiesan que su plan inicial era hacer turismo y, sobre todo, coincidir con el Papa durante la Audiencia General de este miércoles, en pleno Año Jubilar. Pero sus planes cambiaron, incluso antes de embarcar.

Muchos recibieron la noticia al encender sus móviles al aterrizar en el aeropuerto de Fiumicino. Otros, que residen en Roma por trabajo, lo habían visto en persona el domingo anterior.

Vanesa Izquierdo, de Barcelona, y Ana Triguero, de Sevilla, trabajan en una residencia para chicas jóvenes. Vanesa vive en Roma desde hace cinco años. Ambas estuvieron en la Plaza de San Pedro el Domingo de Resurrección, vieron al Papa en la logia y luego pasar a pocos metros en el papamóvil. Tienen un video de ese momento que consideran su tesoro. «Lo vemos y nos emocionamos», cuentan. Pero lo más mágico aún estaba por llegar.

Vanesa tuvo la oportunidad de encontrarse con Francisco varias veces. Se enteró, gracias a una amiga, de que el Papa solía rezar en Santa María la Mayor, así que comenzó a acercarse, «por si acaso». Y funcionó. «Cuando salía, siempre miraba a su alrededor. A diferencia de cuando entraba, que iba muy recogido. Un día, pasé la cinta que nos separaba, nadie me detuvo, y lo abracé. Le di un frasco de dulce de leche que yo misma había preparado. Lo hice en varias ocasiones. Pude decirle lo que sentía en el corazón. La última vez le conté cuánto su testimonio me ayudaba a vivir mi vocación. Le entregué otro frasco y una carta pidiendo oraciones por intenciones concretas», relata conmovida. «Su sonrisa fue de oreja a oreja, como la de un niño, o la de un abuelito encantador», añade.

Despedida histórica

Mientras Vanesa y Ana viven en Roma y han seguido de cerca esta despedida histórica, Fuensanta Rodríguez y José María García, una pareja de visitantes, comparten también su experiencia.

«Llegamos hace unas horas. Hace dos meses José María cumplió 65 años y yo 63, justo el mismo día que falleció el Papa. Ya teníamos el viaje organizado, y de repente, se muere. Es muy duro. El domingo lo vimos por televisión; se le notaba débil… y luego fallece el día de mi cumpleaños», lamenta Fuensanta

«Soy católica practicante, y el Papa Francisco me deja como legado su bondad, su cercanía con los más necesitados. Y eso no es fácil, especialmente su humildad», afirma. José María agrega con una sonrisa: «¡Y lo futbolero que era!».

[[H2:El «hombre de blanco»]]

También están Silvia y sus tres hijos, que llegaron ayer desde Barcelona. Nos presenta a Izan Janeth, de 20 años, quien, con sinceridad, destaca: «Francisco era la transparencia hecha persona. No tenía prejuicios. En temas polémicos como la homosexualidad, supo manejarlos con humanidad. Me gustaría que quien le suceda continúe con esta misma línea de apertura, aunque no estoy seguro de que los candidatos actuales sean los adecuados para seguir ese camino de progreso».

Por su parte, Patricia, que ha venido desde Ibiza con su esposo y sus hijas Estela, de 10 años, y Valentina, de 6, afirma que aunque no es una cristiana practicante, Francisco le ha tocado profundamente: «Era el Papa de los pobres, era nuestro padre. Las controversias sobre si estaba politizado o no, no me importan. Lo respeto por lo que representa para mis raíces. Esa parte blanca de él me encantaba».

Lo más hermoso de todo es que Francisco logró algo que parece no haber conseguido ningún otro pontífice antes: unir a creyentes y no creyentes, a católicos y no católicos, practicantes y alejados de la fe. Incluso los niños pequeños con los que nos cruzamos por la calle lo recuerdan con cariño:

«Es el hombre de blanco que hablaba con nosotros», dicen.

Y la pequeña Valentina, con la inocencia que solo una niña puede tener, sabía que ahora le tocaba decir adiós a «ese hombre de blanco… vestido de rojo».