
Opinión
Europa y la Inmaculada: del 8 de diciembre de 1941 al 8 de diciembre de 1991
La «Era de María» había comenzado en París en 1830 con su aparición como María Milagrosa a la hoy santa Catalina Labouré

Hace unos meses escribíamos acerca del proceso de «descristianización» que padece España y que no es ajeno al que experimenta, y con mayor intensidad, Europa. Naciones con unas raíces cristianas muy profundas como Francia, en primer lugar, que como consecuencia de su revolución ha pasado de ser la «hija primogénita de la Iglesia» a estar sumida en una cultura profundamente laicista, beligerante contra la fe católica. Pero además de Francia, otras como Irlanda, también de una destacada cultura y religión católica, se encuentran en parecida situación. En general, puede decirse que Polonia es una excepción, y ello pese a haber estado sometida a una dictadura comunista durante décadas, pero de la que salió robustecida en su fe debido en gran parte a la labor realizada por san Juan Pablo II como instrumento providencial elegido por la Virgen María para conseguirlo.
No se debe olvidar que «Europa» es la denominación que tiene nuestro continente tras el final de la Edad Media, periodo de un milenio de años desde la caída del Imperio Romano −final del siglo V− hasta el comienzo de la evangelización de América por España, casi coincidiendo con el cisma luterano protestante de 1517. Anteriormente era denominada como la «Cristiandad», que definía con claridad meridiana su identidad histórica, religiosa y cultural. Esa identidad, como decimos, experimentó un punto de acusada inflexión a partir del siglo XVII con el racionalismo cartesiano, la Enciclopedia, la Ilustración y la fundación de la masonería especulativa en Londres en 1717, que confluirían provocando en 1789 el acontecimiento conocido en la historia como la Revolución Francesa.
A partir de entonces, ese movimiento filosófico y cultural, y enemigo de la religión católica, se expandirá por el continente europeo durante el siglo XIX. Tendrá a España como un singular objetivo a batir, dada su catolicidad y la presencia en el mundo de su gran imperio. La España europea será infiltrada por las logias llegadas, en especial con la invasión napoleónica y los ilustrados «afrancesados». Y que dará lugar a las guerras carlistas entre los tradicionalistas españoles católicos y los liberales, mientras en paralelo llegaban a la España de ultramar. Eso para dar comienzo a los procesos independentistas en los Virreinatos de la Corona, lo que culminará a finales del siglo XIX, en 1898, con la extinción del Imperio católico español. Conseguido ese objetivo, el siguiente será el de eliminar los imperios continentales europeos cristianos: el católico de Austria Hungría y el ortodoxo de la «madre» Rusia de los zares, lo que se conseguirá con la Gran Guerra europea, hoy Primera Guerra Mundial. La siguiente fase del proceso de descristianizacion de la antigua Cristiandad europea tendrá dos poderosos instrumentos para conseguirlo: el Imperio alemán nazi −Tercer Reich− y el comunista soviético surgido de la anterior contienda mundial con la desaparición de la Rusia ortodoxa. Esa Segunda Guerra Mundial estará muy presente en los designios inescrutables de la Providencia con anterioridad a su comienzo, en plena vigencia todavía de la Primera. Se manifestará en una pequeña aldea portuguesa denominada Fátima a partir del 13 de mayo de 1917. Esa guerra había comenzado en 1914 combatiendo los imperios centrales europeos −alemán y austrohúngaro− contra Rusia, Francia e Inglaterra y sus demás aliados, tras el asesinato del archiduque y heredero de la Corona del Imperio austrohúngaro Francisco Fernando y su esposa en Sarajevo. En mayo de 1917 esa guerra ya iba camino de su tercer año y en febrero se había convertido en mundial con la incorporación de Estados Unidos. Y al mes siguiente, en marzo, una revolución con gran presencia masónica había derrocado al Zar Nicolás II de la dinastía Romanov, colocando en el poder a Kerensky. Etapa intermedia para el Octubre Rojo de ese mismo año en que la revolución bolchevique consiguió el poder.
En ese dramático escenario, el Cielo se hizo particularmente visible a la humanidad en la persona de la Madre de Dios, trayendo un mensaje de esperanza para acabar con esa guerra y para evitar «una guerra mayor». El mensaje les fue dado a conocer el 13 de julio de dicho año a tres pequeños pastorinhos: Jacintita y Francisco, hermanos entre sí de 7 y 9 años de edad, respectivamente (hoy canonizados como santos) y su prima Lucía de 10 años. Importante es recordar que dicho día les dirá que «esa guerra −la que estaban viviendo− acabaría pronto» , pero que «las guerras son consecuencia de los pecados de los hombres» y que, «si no había conversión, vendría otra guerra mayor». La que sería Segunda Guerra Mundial que, desde su «eterno presente», Dios sabía se produciría en 1939 si no intervenía de manera singular para alterar el curso de los acontecimientos provocados por los hombres. Sin duda, sabiendo también que esa conversión solicitada no se producirá, prometerá la extraordinaria gracia de impedirla mediante una singular intervención de Su Madre: «La Consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón» «por medio del Papa». Es este acontecimiento de una gran trascendencia en la Teología de la Historia por colocar a la Inmaculada Concepción en el centro de la «Era de María», que había comenzado en París en 1830 con su aparición como María Milagrosa a la (hoy) santa Catalina Labouré. En 1842 se aparecerá en Roma y convertirá instantáneamente al judío Alfonso de Ratisbona; y otros 12 años más tarde, el 8 de diciembre de 1854, será definido el dogma de la Inmaculada Concepción.
Pues bien, el Inmaculado Corazón de Maria, al que debía consagrarse Rusia, es precisamente el «Corazón de la Inmaculada» y veremos las no meras decisivas coincidencias que protagonizará en la historia del siglo XX. Esta historia y la del siglo XXI actual, están marcadas por esa fecha del 8 de diciembre con dos muy importantes acontecimientos, sucedidos «coincidiendo» precisamente con ese día y muy vinculados ambos entre sí. El primero tendrá una importancia decisiva para el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, el cual definirá la historia del siglo XX. Finalizaba 1941, camino del tercer año del comienzo de la misma, y la evolución militar de la guerra señalaba un claro predominio del Tercer Reich alemán sobre los ejércitos de los aliados.
En ese escenario, el 7 de diciembre la aviación del Imperio del Japón bombardeó por sorpresa la base militar estadounidense de Pearl Harbour en el Pacífico, ocasionando gran cantidad de bajas en hombres y buques de guerra. La consecuencia fue que al día siguiente, 8 de diciembre, el presidente Roosevelt compareció en el Congreso y EE UU, hasta entonces «no beligerante», entró en la guerra junto a los aliados. Hay unanimidad en considerar que esa fecha marcó el comienzo de un cambio drástico en su desarrollo. Cambio que se confirmó plenamente con la consagración efectuada por el Papa Pío XII el año siguiente, primero radiofónica el 31 de octubre y a continuación solemnemente desde la Basílica de San Pedro el 8 de diciembre de 1942. Lo sucedido en esas fechas significó que Europa no cayera derrotada bajo el yugo nazi, sometida a unos valores radicalmente opuestos a los cristianos. Pero de esa guerra también emergió otro imperio con valores tan anticristianos como los de los nazis aunque fueran contrarios a ellos: la URSS. Así, al finalizar la guerra en 1945, los vencedores del bando aliado se dividieron entre los liderados por EE UU y los liderados por la URSS, en un enfrentamiento calificado de «Guerra Fría», al no desencadenarse una guerra frontal entre ambos debido a la disuasión causada por la posesión que tenían del arma nuclear. Esa Guerra Fría, con la constante amenaza de ser «caliente», acabó en 1991, al desplomarse la URSS cual castillo de naipes y sin violencia alguna. La fecha fue exactamente 50 años después de la que significaría un decisivo cambio en la contienda mundial: del 8 de diciembre de 1941 al 8 de diciembre de 1991. La historia actual la definen esas dos fechas. Tras el nazismo y el comunismo soviético, el wokismo es el actual enemigo del cristianismo. Pero Ella prometió que, al final, «mi Inmaculado Corazón Triunfará».
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