Experimento
Un experimento científico entre un chimpancé y un bebé que desafió los límites de la investigación
Durante nueve meses fueron tratados igual en un experimento que, lejos de humanizar al animal, hizo que el niño imitara conductas propias de un simio
En 1931, los psicólogos Luella y Winthrop Niles Kellogg llevaron a cabo un polémico experimento que incluía a su propio hijo, Donald, y a una cría de chimpancé llamada Gua. La pareja pretendía comprobar si, al ser criados en las mismas condiciones, el animal adoptaría comportamientos humanos. Lo que ocurrió, sin embargo, fue muy distinto de lo esperado.
Donald, que apenas tenía diez meses cuando comenzó el estudio, fue vestido igual que Gua, criado en su misma habitación y sometido a idénticas pruebas. Los Kellogg anotaron minuciosamente cada reacción, desde la forma de gatear hasta la respuesta a estímulos sonoros, llegando incluso a golpear sus cráneos con cucharas para comparar la resonancia. El experimento, que pretendía resaltar la influencia del ambiente sobre el desarrollo, se convirtió pronto en motivo de alarma para los propios investigadores.
En apenas nueve meses, los Kellogg observaron una transformación inquietante: mientras Gua progresaba físicamente, Donald empezó a imitar conductas del chimpancé. El niño gruñía, mordía y gateaba de manera similar a su “hermana adoptiva”, y apenas mostraba avances en el lenguaje. Aterrorizada, la madre comenzó a temer que su hijo se estuviera volviendo “más simio que humano”, lo que precipitó la interrupción del programa.
Un experimento condenado al fracaso
El trabajo se interrumpió en marzo de 1932, cuando Gua fue devuelta a una colonia de primates en Florida. Aunque Winthrop publicó un libro titulado El mono y el niño: un estudio sobre la influencia ambiental en el comportamiento temprano, el proyecto fue pronto criticado por sus métodos invasivos y su falta de ética. The Psychological Review sugirió que los Kellogg abandonaron por agotamiento y porque el chimpancé se había vuelto más difícil de controlar.
El final del experimento no fue menos trágico para sus protagonistas. Donald, marcado por su infancia atípica, murió en 1973 a los 43 años tras quitarse la vida, solo un año después del fallecimiento de sus padres. Gua tampoco tuvo un destino mejor: apenas un año después de ser separada de la familia, murió de neumonía con tres años de edad.
El caso de los Kellogg es recordado hoy como uno de los ejemplos más polémicos de hasta dónde la ciencia estuvo dispuesta a llegar en el siglo XX para resolver el eterno debate entre naturaleza y crianza. Con el tiempo, más que un avance científico, quedó como un triste recordatorio de los riesgos de traspasar los límites éticos de la investigación.