Guardia Civil

«Hay que detener a ese loco antes de que mate a alguien»

A Alexander Etxeberri, amigo de Morate y condenado por tráfico de drogas, le queda otra causa: el atropello de un guardia civil

Cuando la Guardia Civil dio el alto a Alexander, en la foto, por exceder el límite de velocidad permitido, éste portaba documentación falsa
Cuando la Guardia Civil dio el alto a Alexander, en la foto, por exceder el límite de velocidad permitido, éste portaba documentación falsalarazon

¡Clic! Al escuchar el característico ruido, los dos guardias civiles que permanecían dentro de un coche camuflado equipado con un radar para detectar los vehículos que circulaban con exceso de velocidad, se inclinaron sobre la pantalla de la cámara y comprobaron que el coche que había pasado junto a ellos iba lanzado en una zona de velocidad reducida. A través de la emisora avisaron a la patrulla uniformada que había un kilómetro más adelante: «¡Parad al Volkswagen golf gris claro! La máquina le ha cazado a 81 kilómetros por hora».

Cuando lo ve acercarse, el guardia que esperaba en la calzada le da el alto y el coche se detiene a su lado. A través de la ventanilla, le pide al conductor, un joven con camiseta y bermudas, el permiso de conducir. «Llevo una fotocopia. Espero que no le importe agente», responde algo nervioso. Hierático, el guardia civil la examina. Está a nombre de Roberto Carlos Miraba Medranda, un ecuatoriano con permiso de trabajo en nuestro país. La foto corresponde con la cara del conductor pero su experiencia le hace sospechar y le pregunta de forma abrupta: «¿Cuándo nació usted?» El joven responde. El día y el año coinciden, pero el mes no. La respuesta escama al guardia civil que insiste: «¿Cómo se llama su padre?» El conductor responde: “Juan Miraba”. “¿Y su madre?” «María Medranda». El agente coteja los datos con el permiso de conducir y comprueba que ninguno coincide. Observa el rostro del conductor. Está desencajado. «Estacione usted en ese camino de tierra de la derecha, apague y saque las llaves del contacto», le ordena.

El joven hace amago de obedecer, pero de repente pisa el acelerador a fondo «y sale derrapando», explica el miembro del instituto armado en el atestado al que ha tenido acceso LA RAZÓN. «Me atropella. Instintivamente me agarro a la camisa del conductor a través de la ventanilla para tratar de detenerlo. Me arrastra unos metros, pero me acabo soltado. Caigo al suelo y me atropella con la rueda trasera». Su compañero corre a ayudarle, pero el herido resta importancia a sus lesiones y pide ayuda para subir al vehículo policial. «¡Hay que detener a ese loco antes de que mate a alguien!». Sólo le importa evitar que provoque un accidente.

Comienza la persecución a gran velocidad. «El del Golf me ha atropellado y se da a la fuga. Vamos por la nacional N.340 en dirección a Albatera», comunica a través de la emisora a sus compañeros del coche camuflado para que refuercen el operativo. El vehículo infractor cruza el pequeño pueblo alicantino con el motor rugiendo. «Circulaba de forma temeraria, en sentido contrario a la marcha. Casi atropella a dos personas que querían cruzar la calle. Luego casi impacta con una furgoneta pero el otro conductor lo logró evitar por los pelos». Al salir del pueblo, se hace un recto en una glorieta y estrella el coche contra un terraplén. El coche policial se detiene a su lado. Sólo un guardia se lanza en su persecución. El otro, herido por el atropello, se ve obligado a quedarse en el coche. «Cuando le alcanza, el joven le pega una patada, lo tira al suelo y desaparece corriendo a través de un campo plantado de granados».

El huido piensa que les ha dado esquinazo, no cuenta con que el coche camuflado del radar acudiera a reforzar el seguimiento. Uno de los guardias se baja del vehículo para socorrer a los dos compañeros heridos. El otro reinicia la búsqueda del fugitivo: «A un kilómetro aproximadamente observo cómo de un huerto sale una persona corriendo. La descripción que nos habían dado coincide. Paro el coche y empiezo a perseguirle a pie. Le grito que pare, que soy guardia civil, pero hace caso omiso. Corremos un buen rato hasta que le alcanzo. Salto sobre él y los dos caemos al suelo. Empezamos a forcejear porque se resiste a la detención, pero al final consigo reducirlo y le inmovilizo. Llegan entonces dos policías locales de Albatera y me ayudan a esposarlo».

El detenido insiste en que se llama Roberto Carlos Miraba y que nació en Ecuador, pero los agentes, incrédulos, deciden corroborar sus datos. Le toman las huellas y, a través del Sistema Automático de Identificación de Detenidos, comprueban que, en realidad, su verdadero nombre es Alexander Etxeberri Llanos, colombiano. Su hoja de antecedentes dice que fue condenado en 2005 por un delito de tráfico de drogas a ocho años de prisión y que tiene dos requisitorias de búsqueda, detención e ingreso en prisión por quebrantamiento de condena. Por eso huyó del control dejando abandonadas en el interior del vehículo, propiedad de un tal Sergio Morate, a sus dos mascotas: un perro y una tortuga. Los hechos ocurrieron el 27 de junio de 2012. Tres años después, en el verano de 2015, estos dos jóvenes se hicieron tristemente famosos en toda España por el doble crimen de Cuenca.

Este pasado viernes Alexander se sentó en el banquillo. Se le juzgaba por la huida del control de la patrulla de la Guardia Civil en 2012, acusado de varios delitos: contra la seguridad vial, atentado contra la autoridad, lesiones y usurpación de estado civil, lo que se conoce como suplantación de personalidad. El fiscal pedía para él ocho años y medio de prisión, pero el juicio tuvo que ser suspendido. A Roberto Carlos Miraba, el suplantado, nadie le había avisado de que tenía que acudir y su testimonio es imprescindible para probar uno de los delitos. El juicio quedó aplazado sin fecha hasta que lo encuentren.