Muere el Papa Francisco

El líder global que reavivó la diplomacia de la paz

Su ánimo de acercar posturas en conflictos internacionales y de diálogo con otras religiones ha sido su seña de identidad

El Papa Francisco llega al Vaticano en silla de ruedas
El Papa Francisco llega al Vaticano en silla de ruedas Captura de pantallaLR

A lo largo de estos casi doce años de pontificado, aun sin grandes giros, las relaciones exteriores del Vaticano han adquirido un semblante franciscano forjado durante los años de ministerio sacerdotal y episcopal del hoy Papa en una archidiócesis tan heterogénea como la bonaerense en consonancia con los complejos contrastes característicos del sur del continente americano. En la triada formada por Estados Unidos, Rusia y China, el Pontífice llegado desde «el fin del mundo» ha cosechado hitos diplomáticos de gran calado.

El primer «match point» fue su determinante mediación entre la Administración Obama y la dictadura castrista que puso fin en 2014 a más de medio siglo sin relaciones diplomáticas formales entre Washington y La Habana. A pesar de que la visita de un sucesor del apóstol Pedro a Moscú o a Pekín parezca un anhelo casi irrealizable en los tiempos que corren, Francisco pasará a la historia por haber sido el primer Papa en encontrarse con un patriarca de la ortodoxia rusa, Cirilo I, un hito sin parangón en la bimilenaria historia del cristianismo ocasionada por la frialdad de las relaciones entre ambas Iglesias y que concluyó con la firma de una declaración conjunta de marcado cariz ecuménico por parte de los líderes religiosos de la «primera» y de la «tercera» Roma.

Inspirado en la diplomacia realista de la «ostpolitik» desarrollada por la Santa Sede durante la Guerra Fría bajo los pontificados de Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II e impulsada por el cardenal Agostino Casaroli, el diálogo con el régimen comunista chino dio sus frutos en 2018 cuando China y el Vaticano alcanzaron un acuerdo sobre el nombramiento de obispos, una cuestión muy espinosa. Aunque renovado en sucesivas ocasiones, sus disposiciones no han dejado de estar en la picota a consecuencia a las restricciones al ejercicio de la libertad religiosa impuestas por Xi Jinping.

La reciente situación en Oriente Medio ha merecido la condena del Pontífice argentino quien, como ya hiciera Juan Pablo II en 2003 ante la invasión de Irak, ha redoblado esfuerzos para implorar la paz en la región. Olvidado de la memoria colectiva queda uno de los gestos más simbólicos de este papado: el encuentro de Francisco y de Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, con los líderes israelí –Shimon Peres– y palestino –Mahmud Abás– en los jardines vaticanos en 2014 para invocar la paz en una tierra tres veces santa.

Un propósito idéntico al que ha venido insistiendo desde aquel fatídico 24 de febrero de 2022 cuando Rusia, violando el derecho internacional, decidió invadir Ucrania. Tres años de derramamiento de sangre en los que Francisco no ha cejado en animar al diálogo. Si bien es cierto que la neutralidad estratégica de la Santa Sede le ha permitido presentarse como un interlocutor imparcial, sus postulados antibelicistas han generado fricciones con Moscú. Pero la acción humanitaria vaticana en beneficio de los damnificados articulada por el cardenal Konrad Krajewski y el Dicasterio para el Servicio de la Caridad ha sido elogiada por todos.

En materia de derechos humanos, Francisco ha dado buena prueba del mandamiento de amor al prójimo. El Papa que deseaba en 2013 «una Iglesia pobre y para los pobres» eligió Lampedusa, punto candente de la inmigración irregular en el Mediterráneo, como destino de su primer viaje apostólico fuera de Roma y, tres años más tarde, tras invitar a los estados europeos a una mayor solidaridad durante la crisis migratoria de 2016, decidió dar ejemplo acogiendo en el Vaticano a 12 refugiados sirios después de haber visitado un campo de refugiados en Lesbos. Tampoco le tembló el pulso para denunciar con contundencia la persecución sufrida por los rohingyas en Myanmar, la antigua Birmania, que había sido la primera etapa de su quinto viaje apostólico a Asia o las políticas de Trump respecto a la inmigración. Su rechazo de la cultura del descarte y su denuncia del capitalismo salvaje le ha llevado a defender en multitud de foros internacionales la transición a modelos económicos alejados de la idolatría al dios «dinero» que graviten en torno a la sacralidad de la persona. Crisis social, crisis económica y crisis ecológica serían para Francisco las tres patas de la destrucción a la que está abocada la humanidad de mantener los derroteros actuales. Así, la encíclica Laudato si’ fue un punto de inflexión en el magisterio del apodado «papa verde».

África y los problemas que la asolan han ocupado un lugar predilecto en el corazón de Francisco. En 2015 visitó una República Centroafricana aún convulsa por los conflictos que la corroen desde hace más de una década. Como acto simbólico fue en su capital, Bangui, donde abrió la primera puerta santa del Jubileo extraordinario de la misericordia convocado en 2016.

Un clamor de denuncia contra la violencia y la pobreza en el tercer mundo que se repitió en 2022 en el Congo y Sudán del Sur. Profundizando en esta apuesta ecuménica y de diálogo interreligioso, Francisco ha consolidado las relaciones con el patriarcado de Constantinopla liderado por su «hermano Andrés» –apelativo cariñoso que suele utilizar con el patriarca Bartolomé I–, ahondado en la fraternidad con el judaísmo. Significativo ha sido también el diálogo con mundo islámico. Bergoglio no solo ha sido también el primer vicario de Cristo en visitar Irak (en 2021), donde se reunió con Alí al-Sistani, una de las figuras más importantes del islam chiita, sino también el primero en pisar la península arábiga hasta en dos ocasiones: Emiratos Árabes Unidos en 2019 y Bahréin en 2022 (una gripe le privó de hacerlo una tercera vez en la COP 28 de Dubái celebrada en 2023). Precisamente, en Abu Dhabi firmó un documento sobre la fraternidad humana junto con Muhammad Sayyid Tantawy, gran imán de la Universidad Al-Azhar de El Cairo y líder espiritual de los suníes.

Una incesante labor diplomática sobre la horma del «poverello» de Asís que ha servido para redefinir el papel del Vaticano en el escenario global e influir en los grandes desafíos de nuestro tiempo. Su liderazgo moral y su capacidad para mediar en los conflictos latentes que acechan al mundo en pleno siglo XXI han servido para reforzar la posición de la Santa Sede como un actor de relevancia en el panorama internacional portando un mensaje de paz, de fraternidad y de justicia hasta las más lejanas periferias geográficas y existenciales mientras siguen resonando la incertidumbre, la discordia y la fragmentación. Aunque en líneas generales ha continuado la estela marcada por sus más inmediatos predecesores en cuestiones como los derechos humanos y el diálogo con creyentes de otras confesiones, Francisco ha asumido un rol más innovador en la mediación de conflictos, conferido una mayor relevancia a la justicia social y ambiental e impreso un tono menos doctrinal y más pastoral a la diplomacia vaticana en estos años.

*Luis Rodrigo de Castro es profesor de relaciones internacionales en CEU San Pablo