Primer Papa en Mongolia
Misa papal en Mongolia con recado para China
Francisco elogia al centenar de católicos del gigante asiático que desafió a Beijing para participar en la eucaristía del país vecino
Ningún pontífice romano ha puesto un pie en China hasta la fecha. A Francisco también parece resistírsele a pesar del encaje de bolillos que viene haciendo la diplomacia vaticana en las últimas décadas y que parece haberse reforzado en este pontificado con un acuerdo bilateral provisional firmado en septiembre de 2018 con no pocos flecos y trabas. El Gobierno de Xi Jinping pareciera que busca probar, si no la paciencia de la Santa Sede, sí al menos dejar caer que marca las reglas del juego ante Roma.
Solo así se entienden algunos desafíos recientes como la designación de forma unilateral por parte de Beijing de Joseph Shen Bin como nuevo obispo de Shanghái cuando el «contrato» acordaba que cualquier nombramiento episcopal correspondería, como en cualquier otro país del mundo, al Papa, con el visto bueno del Estado. Este ten con ten acrecienta la existencia de una Iglesia clandestina fiel a Roma frente a la Iglesia oficialista, que no mueve ficha sin el parecer del Partido.
En este ambiente de cierto malestar por parte del Vaticano con su contraparte asiática, Francisco aterrizó el pasado viernes en Mongolia, que comparte con China algo más de 4.600 kilómetros de frontera. Esta cercanía hacía pensar en un desplazamiento masivo de parte de los 12 millones de católicos que viven en el gigante asiático. Pero no.
En el polideportivo se encontraban un centenar de católicos chinos. Junto a ellos, el cardenal emérito de Hon Kong, Jhon Tong; el actual arzobispo Stephen Chow Sau-yan y el obispo de Macao, Stephen Lee Bun-sang. Chow explicó a los medios que llegó con él un grupo de 40 personas y otros se han organizado por su cuenta.
El régimen comunista habría prohibido el desplazamiento de cualquier obispo continental y el veto, por tanto, sería extensible a cualquier fiel católico que quisiera cruzar la frontera. El pequeño grupo que pudo estar presente en la misa papal se desplazó en tren con un viaje de más de veinte horas, evitando el avión para evitar su registro. «En la aduana nos preguntaron si éramos católicos, dijimos que estábamos haciendo turismo», confiesa una peregrina china que denuncia la «presión» en la que viven los habitantes que se confiesan cristianos. Es más, esta mujer advierte de que «tememos que a nuestro regreso nos inviten a ‘conversaciones’».
En este contexto, se hacía inevitable algún tipo de guiño por parte de Jorge Mario Bergoglio al vecino. Y llegó este domingo, durante la única eucaristía pública que ha celebrado en suelo mongol, en el palacio de hielo de la capital Ulán Bator. Fue al final, cuando ya había concluido la celebración. El Papa se dirigió a los fieles presentes: «Aquí están estos dos hermanos obispos, el emérito de Hong Kong y el actual obispo. Quiero aprovechar su presencia para enviar un caluroso saludo al noble pueblo chino. Deseo a todo ese pueblo lo mejor y seguir adelante, progresando siempre. A los católicos chinos les pido que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos». Esta mención directa, por un lado, supone una defensa de los allí presentes ante posibles represalias y, por otro, una reivindicación del reconocimiento de la Iglesia. Un sutil recado programado por la diplomacia vaticana y verbalizado por Francisco.
En cualquier caso, con este episodio vuelve a ponerse de manifiesto ese doble juego de Beijing con Roma. Si el Papa, al sobrevolar el país, envió un mensaje «de unidad y de paz» que fue acogido por las autoridades chinas con un deseo de «reforzar la confianza mutua», sin embargo, poco parece aportar Xi Jinping para rebajar las sospechas.
Más allá de este hecho, sería absurdo hablar de un fracaso de convocatoria de la misa celebrada este domingo en Ulán Bator, la capital de Mongolia. Es cierto que no acabaron de ocuparse los 2.500 puestos del aforo. Sin embargo, sí se llenaron unas 2.000 butacas. Todo un triunfo si se tiene en cuenta que no llegan a 1.500 los católicos mongoles en un país no precisamente pequeño en extensión de 3,3 millones de habitantes.
El Papa presidió la eucaristía que fue oficiada por el joven cardenal italiano Giorgio Marengo, que es el prefecto apostólico de Mongolia y el presidente de las Conferencias Episcopales de Asia, y por el español, José Luis Munbiela Sierra, obispo de Almaty en Kazajistán. En la homilía, el pontífice explicó que «Jesús quiere revelar a todos en esta tierra de Mongolia que para ser felices no hace falta ser grandes, ricos o poderosos».
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