Opinión
De misionero en Chiclayo a líder global
León XIV comprende dos mundos. Va a poder hablar de tú a tú tanto a los desfavorecidos de America Latina y el Caribe como a Trump
Si sorprendentes fueron las palabras que improvisó en español desde el balcón de la Basílica de San Pedro el día de su elección, no lo fueron menos las que también improvisó en inglés al inicio de su homilía durante la misa que ayer celebró en la Capilla Sixtina junto con los cardenales (aplico el adjetivo “sorprendentes” en su sentido más positivo). Y lo fueron no por su contenido, sino porque suponen un gesto de complicidad que, en mi opinión, va mucho más allá de lo meramente afectivo y anecdótico: indican una clara toma de posición.
Recordemos que Robert Prevost tiene doble nacionalidad (estadounidense y peruana), que es nieto de inmigrantes y que ha vivido como misionero en Perú muchos años, llegando a ser obispo de Chiclayo. Comprende los dos mundos. Creo que a nadie se le escapa a estas alturas que su elección hay que entenderla, aunque no sólo, en clave geopolítica, porque León XIV les va a poder hablar de tú a tú tanto a los millones de desfavorecidos de América Latina y el Caribe como al presidente Donald Trump.
El nombre elegido no es tampoco casual, es una referencia directa a la Doctrina Social de la Iglesia y un engarce claro con el pontificado de Francisco, sin necesidad de nada más. Y ha escocido, claro que sí, tanto a los "neocon" como a los "teocon norteamericanos", y para muestra de ello las palabras con las que se despachó en redes Laura Loomer: "Es anti-Trump, anti-MAGA, pro-fronteras abiertas y un marxista total como el Papa Francisco. Los católicos no tienen nada bueno que esperar. Sólo otra marioneta marxista en el Vaticano". Aquí se demuestra, una vez más, la ignorancia y el atrevimiento de esta gente.
En el número 1 de la encíclica "Rerum novarum", que supuso el pistoletazo de salida para la Doctrina Social de la Iglesia, podemos leer: "Es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa (…) Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios". Y desde entonces, 1891, palabras similares han sido escritas o pronunciadas por quienes han ido ocupando la Sede de Pedro. El Papa Francisco no fue una excepción y León XIV tampoco lo será.
La justicia social no es un invento de la izquierda política para promover el rencor y la lucha de clases, como tampoco lo fue la teología de la liberación. La justicia social es un imperativo ético universal que está en el centro de la Doctrina Social de la Iglesia, que emana del núcleo mismo del kerigma y del depósito de la fe: no se puede ser católico sin aceptar este postulado. Yendo más allá: nos jugamos el futuro de la humanidad en una civilización decente.
Y esto es lo que han comprendido, creo yo, los cardenales electores. Nuestro mundo está marcado, triste y dramáticamente, por liderazgos cada vez menos amigables, en un momento histórico dominado por la desesperanza, la desconfianza y la confrontación, justo cuando la Humanidad necesita todo lo contrario porque tiene retos de una envergadura monumental que sólo tendrán solución si se afrontan en unidad: me refiero, sobre todo, al cambio climático, el desarrollo de la inteligencia artificial y la transición demográfica.
Por eso, el ejemplo que han dado los cardenales tiene tanto valor, más allá de los límites eclesiales, incluido el breve comunicado que emitieron tras la última congregación general antes del cónclave, una súplica por la paz en Ucrania y Oriente Medio. Súplica que continuó en su primera intervención el nuevo Papa. Que fue también la súplica del Papa Francisco en su última aparición pública el domingo de pascua. Por eso hay que tender puentes, generar cultura del encuentro, fomentar diálogos valientes y corajudos, como gustaba decir Francisco.
De la homilía de ayer, claramente cristológica y dirigida "ad intra" de la comunidad eclesial, destaco las siguientes palabras: "Hablamos de ambientes en los que no es fácil testimoniar y anunciar el Evangelio y donde se ridiculiza a quien cree, se le obstaculiza y desprecia, o, a lo sumo, se le soporta y compadece. Y, sin embargo, precisamente por esto, son lugares en los que la misión es más urgente". Y esa misión, había señalado un poco antes, se tiene que realizar "no tanto gracias a la magnificencia de sus estructuras y a la grandiosidad de sus construcciones- como los monumentos en los que nos encontramos-, sino por la santidad de sus miembros".