Opinión

Niños que se autolesionan

Para cambiar el sistema educativo habría que empezar por cambiar las cabezas de los educadores

 El veinte por ciento de nuestros niños y adolescentes tienen comportamientos autolesivos
El veinte por ciento de nuestros niños y adolescentes tienen comportamientos autolesivosDreamstime

En mi artículo anterior escribí sobre las causas que hallan los expertos para que casi el veinte por ciento de nuestros niños y adolescentes tengan comportamientos como cortarse la piel, arrancarse el pelo, introducirse objetos lesivos, golpearse la cabeza… Dicen los mismos expertos que no lo hacen con idea de suicidarse, sino más bien de autocontrolar su dolor, su ira, su frustración, su impotencia, su desamor… ¿Les parecen pocos motivos para pensar en el suicidio?

El fracaso de este sistema tan civilizado nos da remedios para todo: atiendan a los críos, llévenlos al pediatra, anímenlos a hacer deporte, busquen un buen psicólogo… En fin, parche tras parche para que las criaturitas crezcan siendo tan enfermos mentales como sus antecesores. Se me ocurre a mí, desde mi ignorancia, si no podríamos empezar cambiando la educación radicalmente. Esta que tenemos ahora descompone, crea adultos uniformes y desbaratados que caminan hacia la mala vida. Eso sí, con una imponente información en su intelecto. Es verdad que para cambiar el sistema educativo habría que empezar por cambiar las cabezas de los educadores. Y, antes aún, los discernimientos de los poderosos de la educación. Pero, queridos, o lo hacemos o nos vamos a pique todos con nuestro mundo llenito de máquinas, inteligencias artificiales, productividad máxima, edificios que llegan hasta el sol o plagas que acaban con la supervivencia.

O comenzamos a hacernos responsables de que la única educación es la del bien común, trasladada a cada uno de nosotros, o adiós mundo cruel. La mayoría de los niños nacen inocentes, con la única marca de una genética. Ellos son los que nos tienen que educar a los adultos. Han de ser nuestros maestros. Y las criaturas, no lo olviden, desean jugar, hacerse amigos sin competir, curiosear lo que les rodea, disfrutar de la familia, deleitarse con la diferencia, saber que el dolor se puede llorar valientemente, ayudar al más débil… Así podría estar muchas páginas, que podríamos resumir con un educar para la convivencia desde el amor propio.