Misionero en Madagascar
Padre Opeka: "A los países ricos les importan más los trámites que dar de comer a los pobres"
El conocido como "El apóstol de la basura" pide en su visita a Madrid un mayor compromiso humanitario global y ruega a los jóvenes "que salgan del adormecimiento que les ha provocado la sociedad de consumo"
El padre Pedro Opeka lleva más de medio siglo como misionero en Madagascar al lado de los más pobres, siendo testigo de la cara más amarga de la vida, de las precarias condiciones en las que miles de menores se encuentran atrapados. De hecho, ha sido nominado en varias ocasiones al Premio Nobel de la Paz por su labor humanitaria. Ayer, viajó a Madrid para participar en el congreso de la Fundación Lo Que De Verdad Importa (LQDVI), donde se reunió con más de 6.000 jóvenes para trasladarles la importancia de no apartar la mirada hacia los más necesitados en el mundo e impulsar a las nuevas generaciones para que se comprometan por esta causa.
«Creo que los jóvenes se ocupan y les preocupa lo que ocurre en esta tierra, son sensibles al desarrollo de la justicia y la paz. Sin embargo, creo que, en cierto modo, la sociedad de consumo les está adormeciendo y por ello hay que despertarles. La juventud siempre ha sido solidaria y debe seguir así», explicó el misionero argentino a LA RAZÓN minutos antes de que comenzara su intervención en este congreso que tuvo lugar en el Palacio Vistalegre de la capital.
Y es que la propia historia del padre Opeka es la de la superación y el desafío constante a la injusticia. Nacido en Buenos Aries, a los 18 años ingresó en el seminario de la obra de San Vicente de Pal en San Miguel de la congregación de La Misión: «En 1968 leí una carta en la que se explicaba que necesitaban a misioneros en Madagascar. En ese momento, en Argentina, solo había un 3% de pobreza, no como ahora, y todo el mundo decía ser creyente, así que decidí dar el paso y viajar hasta el país africano donde encontré un pueblo alegre, pero atrapado en una situación extrema de pobreza», dice el misionero católico al que muchos denominan «La Madre Teresa con pantalones» o «El apóstol de la basura». En concreto, en Madagascar, el 80% de la población vive en la actualidad por debajo del umbral de la pobreza.
Pese a los esfuerzos realizados por él y el equipo de 800 lugareños (la mayoría mujeres) que le ayudan a levantar sus proyectos, el también denominado «El santo de Madagascar» reconoce que «en este medio siglo, el país no ha evolucionado: no hay carreteras, tampoco hospitales ni maternidades, así como agua potable y electricidad. Es un país que se quedó estancado». Eso sí, confía en que el nuevo presidente de Madagascar, que asumirá su cargo el próximo sábado, de un giro a las políticas que hasta ahora se han estado llevando a cabo «y muestre realmente el amor por su patria para comenzar a cambiar el país con acciones concretas».
En estos 50 años, y a través del proyecto Akamasoa (donde se pueden realizar donaciones desde cualquier parte del mundo para ayudar a su causa), el padre Opeka ha conseguido escolarizar a casi 20.000 menores, se han construido un centenar de nuevas viviendas cada año, redes de agua y nuevos hospitales así como maternidades. «Junto a ellos, hemos levantado 22 nuevos barrios y esto supone una acción humanitaria increíble», asevera este hombre que ha sacado de los vertederos a miles de niños sin hogar.
Aunque asume que los malgaches tienen «una paciencia infinita», advierte de que ésta puede acabarse algún día ante las promesas incumplidas de sus líderes políticos y el olvido de los países desarrollados. «La ayuda internacional es siempre muy lenta. Para los países desarrollados son más importantes los trámites que la comida. Y aquí sigue muriendo gente por inanición y por faltas de medicinas. Enfermedades que tienen una sencilla cura a través de medicamentos, son mortales porque no se tiene accesos a ellos», apostilla, para, a continuación, aseverar que «tengo que reconocer que estoy desilusionado porque nos faltan líderes carismáticos en los países ricos, mandatarios con una visión universal. Formamos parte de la tierra y cada niño es el patrimonio de cada una de ellas». Por todo ello, urge al mundo a impedir que sigan muriendo niños, porque «uno no vive para morir, sino para tener una vida y un futuro»
La odisea del joven Abdul para huir del Estado Islámico
En el congreso de LQDVI también intervino Abdul, un joven kurdo de 24 años que relató a los presentes su odisea para escapar de las garras del Estado Islámico que lo mantuvo secuestrado durante cuatro meses «con la intención de lavarme la cabeza y convertirme en uno de sus soldados», relató. «No desearía ni a mi peor enemigo lo que han vivido y siguen viviendo los niños y los jóvenes en Siria.
Espero que, con mi mensaje, las palabras lleguen a todos y comprendan que el sufrimiento sigue presente», explicó a este diario. Abdul, en 2015 consiguió fugarse de la prisión donde le tenían secuestrado los yihadistas del EI. Comenzó entonces su huida hacia Europa, un viacrucis lleno de espinas: «Estuve refugiado en Turquía, atravesamos el mar en una patera en la pensaba que iba a morir, llegué a Grecia, nos cerraron las fronteras en Hungría... Al final pude llegar a Alemania y de allí viajar a Madrid», resume a este diario. Ahora, reside en la capital, trabaja en hostelería y ha conseguido reencontrarse con la que fue el amor de su vida y tener un hijo.
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