Religión
¿Y si el Papa deja de ser infalible?
«Ni menos Papa ni menos falible, sino igual de Papa e infalible», sentencian los teólogos sobre la reapertura del debate sobre el dogma por parte de Francisco
Francisco ha abierto la puerta a reconsiderar el dogma de la infalibilidad papal, un escollo insalvable para conseguir la unidad de los cristianos en tanto que no es reconocido por ortodoxos, luteranos y protestantes. Este jueves, el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, publicaba «El Obispo de Roma», un documento de más de 150 páginas, trabajado durante estos últimos cinco años, aprobado por el pontífice argentino en marzo y que hilvana con minuciosidad todos esos flecos abiertos entre las confesiones cristianas. Sin entrar en detalles, apunta a la necesidad de «una re-recepción, una reinterpretación, una interpretación oficial, un comentario actualizado o incluso una reformulación por parte de la Iglesia católica de las enseñanzas del Vaticano I», entre ellas la llamada «infalibilidad papal».
Pero, ¿qué significa que un pontífice sea infalible? La infalibilidad del Papa es un dogma de la Iglesia católica que se definió en 1870 en la constitución «Pastor Aeternus», aprobada el último día del Concilio Vaticano I, en la que se incluye también el dogma del primado del Papa. De esta manera, el Obispo de Roma no puede ser cuestionado en sus planteamiento cuando habla desde la cátedra, esto es, como pastor supremo y maestro del catolicismo y para toda la Iglesia, en un campo doctrinal limitado a las verdades de fe y moral, y siempre que se trata de una enseñanza definitiva en términos absolutos, para todos los católicos sin excepción. Es el caso de la definición de la Inmaculada Concepción por parte de Pío IX, un dogma que proclamó antes del Vaticano I, así como cuando Pio XII en 1950 cuando hizo lo propio con el dogma de la Asunción.
Asistencia del Espíritu
«El dogma se restringe a las cuestiones de fe y moral. La asistencia del Espíritu Santo llega a estas cuestiones doctrinales. Después se retira», insiste a LA RAZÓN Pablo Blanco Sarto, profesor titular de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. «Por tanto, el Papa es perfectamente falible en cuestiones políticas o deportivas, por poner un ejemplo absurdo», comenta.
De hecho, la Constitución excluyó una referencia explícita a que la definición de infalibilidad se extendiera en su totalidad a las encíclicas u otros documentos doctrinales. Así, justificar que el Obispo de Roma, sea quien sea en cada periodo de la historia, nunca se equivoca, es lo que se conoce popularmente como «papolatría».
El propio Benedicto XVI ya apuntó en 2010 sobre esta polémica que «sólo cuando se dan determinadas condiciones, cuando la tradición ha sido aclarada y sabe que no actúa de forma arbitraria puede el Papa decir: esta es la fe de la Iglesia, y una negativa al respecto no es la fe de la Iglesia». Pero, a la par, Joseph Ratzinger compartía que esto «no significa que el Papa pueda producir permanentemente afirmaciones ‘infalibles’».
En cualquier caso, Blanco Sarto apunta que «cuando el Papa, en comunión con todos los obispos del mundo, se pronuncia sobre una cuestión de fe o moral, tiene una especial asistencia del Espíritu Santo que le impide caer en el error. Estas condiciones –continúa con su reflexión– se dan también en el concilio ecuménico. Por eso, como recordó el concilio Vaticano II, el Papa no trabaja solo, y el primado del Papa es complementario a la colegialidad de los obispos».
Si se reformulara el dogma de la infalibilidad como parece vislumbrarse, ¿el Papa tendría menos autoridad o sería «menos Papa» si se reconoce que es «falible»? «Ni menos Papa ni menos falible, sino igual de Papa e infalible», sentencia Pablo Saro, que aclara cómo «el problema a veces es de tipo lingüístico y puede haber formulaciones que pueden resultar duras para otros cristianos no católicos». Y es que, a pesar de que tanto protestantes como anglicanos son conscientes de que solo se echa mano de la infalibilidad papal en ocasiones realmente extraordinarias, se sigue viendo como un gesto de arrogancia.
«Por eso Juan Pablo II, en la encíclica ‘Ut unum sint’ de 1995, propuso un ejercicio del primado papal tal como fue ejercido durante los mil primeros años del cristianismo, cuando todos los cristianos estábamos unidos», remarca el teólogo. Lo cierto es que Karol Wojtyla llegó a detallar en 1993 que «al Romano Pontífice no se le ha concedido la infalibilidad en calidad de persona privada, sino por el hecho de que desempeña el cargo de pastor y maestro de todos los cristianos». O lo que es lo mismo, no se ejerce como quien tiene autoridad en sí mismo o por sí mismo. En esa misma ocasión el Papa polaco hizo hincapié «en cuán grave» es esa responsabilidad.
En este sentido, considera que repensar la infalibilidad «puede ayudar a darse cuenta de que el ministerio del sucesor de Pedro no supone un ejercicio del poder sino de servicio». El profesor de la Universidad de Navarra echa mano de la historia inicial del cristianismo para tender una mano lo mismo a protestantes que a anglicanos: «En el siglo I, Ignacio de Antioquía lo definió como ‘aquel que preside en la caridad’. San Pedro, en el primer concilio de la Iglesia celebrado en Jerusalén en el año 49, animaba a ‘no imponer más cargas que las necesarias’, como se recoge en los Hechos de los Apóstoles». Por ello, Blanco aprecia que «es un acierto» el documento aprobado esta semana, en tanto que viene a recordar «cuál es el ámbito de asistencia del Espíritu sobre el obispo de Roma, para evitar equívocos ecuménicos».
El empeño de Küng
Lo cierto es que también, en el seno del catolicismo, la infalibilidad ha sido cuestión de debate. Uno de sus principales detractores fue el teólogo suizo Hans Küng, que en 1970 publicó el libro «¿Infalible? Una pregunta», en el que se oponía al dogma, argumentando que no tenía ni base bíblica ni en la Iglesia primitiva, sino que se adoptó por motivaciones políticas. El empeño de Küng en esta materia, al que se le revocó su habilitación para enseñar teología católica, le llevó a escribir una carta a Francisco en 2016 en la que le proponía reabrir «una discusión libre, inevitable y abierta» sobre este tema.
Jorge Mario Bergoglio le respondió en apenas unos días. Y aunque el pensador nunca desveló el contenido íntegro de la misma, sí dijo entonces estar «convencido de que, por fin, también el dogma de la infalibilidad, una cuestión fundamental y decisiva de la Iglesia católica, se podrá debatir con espíritu libre, abierto y alejado de todo prejuicio».
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