Alopecia areata

«Me quedé calva a los cuatro años, me ha costado entender que existen otras feminidades»

Jihane todavía sufre el estigma de la alopecia que padece. Fue víctima de «bullying» lo que le llevó a una fuerte depresión. Ahora, como modelo y Dj, es la inspiración de muchas jóvenes en su situación

Jihane Benassar, de 28 años, posa durante la 080 de Barcelona para el desfile de Dominnico
Jihane Benassar, de 28 años, posa en una de las fotografías realizadas por su amigo Ángel Jiménez Jihane Benassar, de 28 años, posa durante la 080 de Barcelona para el desfile de Dominnico Estrop Barcelona

Nunca se le olvidará el día en el que su pelo comenzó a caerse. Tenía cuatro años. Mientras otras niñas de su edad se dedicaban a jugar y a vivir la infancia de manera despreocupada, Jihane Benassar hacía frente a un problema que le marcaría de por vida. Ahora, a los 28 años y convertida en modelo y Dj, ha hecho de su diferencia una virtud. Pero no ha sido un camino fácil. Es más, todavía tiene muchas inseguridades que trata de gestionar de la mejor manera posible.

Y es que ser calva desde tan pequeña le ha supuesto un viacrucis físico y mental. Porque si ya de por sí perder el pelo implica un gran impacto emocional para quien lo padece, el hecho de ser mujer no hace sino agravarlo. «Primero comenzó a caerse el pelo de la cabeza, luego las cejas y por último las pestañas. Fue un proceso largo y duro. Mis padres no sabían qué me estaba pasando. A nadie de mi familia le había pasado nada igual. Fuimos a muchos médicos, incluso abandonamos nuestro país, Marruecos, y nos mudamos a España en busca de soluciones médicas que pudieran frenar mi calvicie», explica a LA RAZÓN.

Primero fueron a Granada y más tarde a Castellón, donde residen en la actualidad. Probaron todos los tratamientos que le indicaron los especialistas, pero la alopecia seguía su ritmo y no le daba tregua.

«Me recetaban muchos corticoides, me decían que quizá sería algo genético o fruto del estrés, pero sin ninguna certeza. Uno de los médicos les recomentó que me raparan la cabeza para tratar de que el pelo volviera a crecer, pero nunca más salió. A los ocho años ya estaba calva total», relata.

Comenzaron entonces los problemas a los que los niños «diferentes» se enfrentan en su día a día: «Al colegio iba con un pañuelo en la cabeza, me insultaban, se metían conmigo, se aprovechaban de mí. Yo era una niña retraída, introvertida y mi situación no ayudaba. Me sentía diferente, todos me señalaban y me decían que estaba enferma, que tenía cáncer. Fue muy duro», cuenta con pesar.

Depresión

Llegó la adolescencia y la situación no fue a mejor. Jihane quería pasar desapercibida, pero ocurría todo lo contrario. «A los 13 o 14 años, cuando ya empiezas a salir y a conocer a más gente, tuve que lidiar con los patrones de feminidad que impone la sociedad. Me decían que parecía un chico. Yo dejé de ponerme vestidos, me daba miedo quedarme en bañador... Poca gente me preguntaba lo que me pasaba, solo se metían conmigo. Yo intentaba esquivar el tema, porque cualquier comentario era negativo».

También comenzó a investigar por las redes sociales y descubrió que había más gente como ella. Por aquel entonces puso por fin nombre a su problema: alopecia areata. Según explica a este diario Alberto Romero Maté, dermatólogo del Servicio de Dermatología del Hospital Universitario de Fuenlabrada, «se desata porque el sistema inmunológico ataca a los folículos pilosos, haciendo que entren en fase de reposo y provocando la caída del pelo y evitando su posterior crecimiento. No se conoce qué pone en marcha estos mecanismos, pero se supone que la predisposición genética, las infecciones, los fármacos o el estrés pueden ser factores disparadores del proceso».

Y, aunque se trata de una patología que afecta a personas entre los 30 y los 40 años, el experto reconoce que «puede aparecer a cualquier edad, desde niños muy pequeños con meses o un año de edad hasta ancianos». La incidencia anual calculada es un paciente por cada 1.000 habitantes y el riesgo de que una persona padezca alopecia areata a lo largo de su vida se estima en torno al 2%, afectando por igual a hombres y mujeres. «La alopecia areata es una patología que provoca mucho estrés. La caída brusca del cabello sin motivo aparente y de una forma desconocida para muchos pacientes hace que la ansiedad sea la norma en la primera consulta. Hay estudios que estiman la prevalencia de trastornos de ansiedad/depresión en el 60% de los pacientes. La mayor parte de ellos, con formas más leves, se adaptan bien, sin problemas posteriores en su vida social laboral. Aquellos pacientes con evolución más rápida y más extensión o bien aquellos con brotes permanentes que producen placas de forma habitual, es frecuente que pasen por episodios de depresión y que necesiten ayuda psicológica», detalla Romero.

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Jihane también ha pasado por estados depresivo: «Sufría problemas de autoestima y acabé en depresión. Me obsesionaba mucho la idea de que la gente no sabía cómo era yo realmente», confiesa. Y es que a los 11 años decidió ponerse peluca y no se la quitó en público hasta muchos años después. De hecho, hoy en día, todavía la utiliza en determinados contextos para evitar comentarios desagradables que le siguen haciendo daño. «Cuando no me la pongo los niños pequeños me señalan por la calle y en las discotecas me miran con lástima pensando que estoy enferma. Es una constante el preguntarme si tengo cáncer y para mí es algo muy duro tener que explicarlo una y otra vez. Más aún en determinados contextos como en fiestas», dice.

No fue hasta que comenzó la carrera (estudió Diseño Gráfico) cuando se produjo un punto de inflexión en su vida. Gracias a su amigo Ángel Jiménez todo comenzó a cambiar. «Me animó a hacerme unas fotos sin peluca. Me daba muchísima vergüenza. Fíjate, cuando amigos venían a casa sin avisar y no tenía la peluca puesta me escondía. Me impactaba mucho que me vieran calva. Pero con Ángel todo fue diferente. Es más, me preguntó si podía subir algunas fotos a Instagram. Me costó mucho. Pero la reacción de la gente fue tan buena que por primera vez me sentí arropada y tranquila», reconoce.

Así, poco a poco, comenzó a desprenderse del instrumento que había sido su refugio y empezó a darse a conocer tal y como era. Le cogió el gustillo a la moda y fichó por una agencia con la que ahora trabaja en Milán. También ejerce como Dj en diferentes clubes. «Cuando decidí dar el paso pensé en que quizá mi historia o mi vida podría servir de ayuda a muchas otras mujeres que están en mi misma situación». Ahora, muchas jóvenes (o sus madres) la contactan para pedirles consejo. «Hay historias muy duras. Alguna madre me ha contado que su hija terminó quitándose la vida por el acoso que recibía con motivo de su calvicie».

Después de todo este tortuoso camino para encontrarse a sí misma y aprender a vivir sin pelo, Jihane reconoce que la normalización de las mujeres calvas en la sociedad «sigue siendo complicada, falta mucho camino por recorrer. Yo trato de poner mi granito de arena en el proceso de visibilización de esta situación. Antes odiaba la palabra calva, ahora ya no me hace daño, pero entiendo que no es fácil asumirlo. Tampoco lo es para las personas que te quieren y saben lo que sufres», concluye.