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Adiós al cielo nocturno: la inminente "ceguera astronómica" que dejará a la Tierra indefensa ante los asteroides, según la NASA

Un estudio en Nature alerta que la masificación de satélites, cuyo brillo rivalizará con los planetas, amenaza con cegar a telescopios como el Hubble al contaminar gravemente la gran mayoría de sus observaciones e impedir la identificación de asteroides

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Adiós al cielo nocturno: la inminente "ceguera astronómica" que dejará a la Tierra indefensa ante los asteroides, según la NASAImagen generada por IA

Imaginar un cielo nocturno donde las máquinas superan a las estrellas suena a ciencia ficción distópica, pero las proyecciones para finales de la década de 2030 apuntan a una realidad de 560.000 satélites orbitando sobre nuestras cabezas. Esta cifra mareante amenaza con provocar una ceguera astronómica casi total, cerrando nuestra ventana al universo justo cuando nuestra tecnología de observación es más avanzada que nunca.

De hecho, la escalada ha sido vertiginosa en los últimos años, pasando de apenas 2.000 aparatos en el año 2019 a los 15.000 que operan hoy en día. Este crecimiento exponencial ha tejido una red metálica alrededor del planeta que ya está pasando factura, transformando la órbita baja en una autopista congestionada que obstaculiza la visión clara del cosmos debido a un aumento explosivo de constelaciones satelitales. Esta saturación del entorno cercano dificulta la detección de objetos próximos, ocultando sorpresas como el hallazgo que pone en jaque a los astrónomos sobre una cuasiluna que orbitaba la Tierra sin que nadie se diera cuenta.

Asimismo, el problema no radica únicamente en la cantidad, sino en las dimensiones cada vez más colosales de estos artefactos. Los futuros modelos, pensados para satisfacer la voraz demanda de la inteligencia artificial, pasarán de los actuales 100 metros cuadrados a unos inmensos 3.000 metros cuadrados, reflejando la luz solar con una intensidad y un brillo comparable al de planetas visibles desde la superficie terrestre.

Por otra parte, las consecuencias inmediatas para la ciencia son devastadoras, tal y como recogen en un informe reciente medios especializados como Science Alert. Se estima que el 96% de las imágenes captadas por misiones vitales como el SPHEREx de la NASA, el ARRAKIHS de la Agencia Espacial Europea o el telescopio chino Xuntian quedarán inservibles. Mientras el James Webb se salva por su lejanía, el veterano Hubble verá un tercio de sus observaciones arruinadas por datos perdidos por trazas luminosas. En contraste, la órbita lejana del James Webb le permite seguir operando al máximo rendimiento, logrando hitos como el descubrimiento de una conexión imposible en la atmósfera de Saturno que desafía el conocimiento actual.

La amenaza para la seguridad terrestre

En otro orden de cosas, más allá de la frustración académica, existe un riesgo tangible para la defensa planetaria al complicarse la identificación de amenazas físicas. El exceso de luz y tráfico orbital dificulta enormemente la tarea de detectar rocas espaciales peligrosas, ya que los sensores pueden confundir fácilmente el rastro de un satélite con el de un asteroide en ruta de colisión. Aunque la red Starlink domina hoy el 75% del sector, la llegada de competidores internacionales reducirá su cuota al 10%, diversificando el caos. Ante tal incertidumbre en el rastreo espacial, se vuelve imperativo mejorar los modelos que calculan cuántas posibilidades tiene de estrellarse un cuerpo celeste peligroso contra la Luna o la Tierra.

Para concluir, las alternativas técnicas para mitigar este escenario parecen conducir a un complejo callejón sin salida. Reducir la altitud de las órbitas no es una opción viable, pues podría causar daños irreversibles en la capa de ozono, y frenar el ritmo de lanzamientos se antoja imposible dada la inmensa necesidad global de conectividad.