Inteligencia artificial

Elon Musk, empresario y fundador de OpenAI: "El trabajo será opcional. Será como practicar deportes o jugar videojuegos"

El empresario más rico del mundo vuelve a agitar el debate sobre el futuro del empleo con una visión radical sobre la automatización total de la economía

Elon Musk, fundador de compañías como SpaceX y Neuralink, durante una presentación
Elon Musk, fundador de compañías como SpaceX y Neuralink, durante una presentaciónJAMES DUNCAN DAVIDSON

En la conversación global sobre cómo cambiará la relación entre las personas y el trabajo en las próximas décadas, pocas voces generan tanto impacto como la de Elon Musk. El fundador de Tesla, SpaceX y OpenAI (antes de abandonar la organización en 2018) ha convertido sus predicciones sobre tecnología en un epicentro de controversia recurrente. Lo que propone no es una evolución progresiva del mercado laboral, sino un giro abrupto hacia una sociedad donde la noción misma de empleo podría diluirse.

Sus reflexiones se produjeron en un foro económico internacional en Washington, donde expuso una idea que, aunque inspirada en la ciencia ficción, plantea una pregunta real: ¿qué papel tendrán los humanos en un mundo dominado por inteligencias artificiales avanzadas y robots de propósito general?

La automatización como eje de un nuevo paradigma

Musk sostiene que el avance simultáneo de la IA y la robótica acelerará la transición hacia una economía capaz de funcionar con una intervención humana mínima. Su premisa es simple: si las máquinas son capaces de realizar prácticamente todas las tareas productivas, el trabajo dejará de ser un requisito para la subsistencia. Según su visión, en un horizonte de entre diez y veinte años, tener un empleo será una actividad voluntaria, vinculada más al deseo personal que a la necesidad.

La metáfora que emplea, comparar el trabajo con un pasatiempo, se apoya en dos pilares. El primero es el desarrollo de robots humanoides polivalentes, un campo en el que Tesla está invirtiendo de forma agresiva. El segundo, la consolidación de sistemas de IA cada vez más autónomos, capaces no solo de analizar datos, sino también de planificar, ejecutar y tomar decisiones complejas.

En este ecosistema encaja Optimus, el robot humanoide anunciado por Tesla en 2021. Aunque su despliegue comercial ha sufrido retrasos, Musk lo ha descrito como una pieza estratégica destinada a redefinir el valor económico de la compañía. Según él, una sociedad plagada de robots de este tipo permitiría liberar a los humanos de las restricciones laborales más rutinarias.

Un mundo sin dinero: de la utopía literaria a la especulación económica

La otra parte de la ecuación, la desaparición del dinero como elemento central, hunde sus raíces en la ciencia ficción. Musk reconoce abiertamente que toma inspiración del universo “post-escasez” creado por el escritor escocés Iain M. Banks en la saga La Cultura, donde las IA hiperevolucionadas administran recursos de manera tan eficiente que la escasez deja de existir.

Llevar esa teoría a la realidad es, sin embargo, un escenario extremadamente complejo. El propio Musk ha defendido en varias ocasiones la idea de un ingreso universal elevado como mecanismo para sostener a la población en un contexto de automatización total, aunque nunca ha detallado cómo se financiaría ni qué implicaciones fiscales tendría.

Expertos en política pública y economía laboral consideran que la narrativa de un futuro sin empleo obligatorio sigue siendo demasiado optimista. Entre las voces críticas destaca Ioana Marinescu (Universidad de Pensilvania), quien recuerda que, si bien los avances en IA se abaratan con rapidez, la robótica industrial continúa siendo costosa, especializada y difícil de escalar. Las máquinas físicas, a diferencia del software, no pueden replicarse infinitamente.

A ello se suma un debate político aún más espinoso: ¿cómo garantizar políticas redistributivas que compensen la pérdida de empleos sin generar tensiones sociales? Samuel Solomon (Universidad de Temple) advierte que la implantación de una renta básica universal exige consensos que hoy parecen lejanos incluso en economías avanzadas.

La brecha entre el capital tecnológico y el resto de la economía ya se ha ampliado en los últimos cinco años, tal como reflejan los informes financieros de las grandes tecnológicas. La IA genera riqueza, pero la concentración del valor en un puñado de empresas sugiere que un futuro igualitario no es el camino natural del mercado.

Aun si se resolviera la dimensión económica, persiste un desafío más profundo: el de propósito. ¿Qué sucede con la identidad humana en una sociedad donde la productividad deja de ser un pilar central en su vida? El economista Anton Korinek (Universidad de Virginia) recuerda estudios longitudinales como el de Harvard iniciado en 1938, que muestran que la felicidad humana depende en gran parte de vínculos sociales y actividades con sentido. Muchas de ellas, señala, hoy se articulan a través del trabajo.

El propio Musk reconoce esta frontera incierta. Si las máquinas hacen todo mejor que nosotros, se pregunta, ¿qué lugar ocupará la creatividad, el sentido de logro o la realización personal?