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Así es 'La Bestia', la limusina de 9 toneladas con contramedidas defensivas del presidente de EE. UU.

La versión actual de la limusina presidencial entró en servicio en 2018 y puede resistir una amplia variedad de ataques, incluso con armas químicas y misiles

Así es 'La Bestia', la limusina de 9 toneladas con contramedidas defensivas del presidente de EE. UU.
Así es 'La Bestia', la limusina de 9 toneladas con contramedidas defensivas del presidente de EE. UU.Casa Blanca.

El que puede considerarse como el coche más seguro del mundo está llegando al fin de su ciclo de vida. La limusina presidencial fabricada por Cadillac se conoce popularmente como 'La Bestia' desde que su primera versión entrara en servicio en 2001, bajo la presidencia de George W. Bush. La segunda iteración llegó con Barack Obama en 2009 y la tercera, actualmente en uso, se incorporó en 2018 con Donald Trump. En un reciente programa de Jay Leno's Garage, el expresentador de The Tonight Show pudo echar un vistazo a La Bestia, pero sin acceder al interior del vehículo, en compañía de dos miembros de la División de Protección Presidencial del Servicio Secreto, Steve Abel y Jay Nasworthy, que le confirmaron que su vida útil es de 8 años, con lo que su sucesor debería llegar en 2026, además de comentar algunas curiosidades de esta limusina presidencial.

Entre ellas, que el vehículo de 9 toneladas, en la práctica un búnker rodante con una amplia variedad de contramedidas defensivas, está construido para parecerse a un Cadillac pero utiliza un chasis de camión modificado que tiene una longitud de cinco metros y medio. Su aspecto exterior es diferente al de cualquier otro Cadillac, pero mantiene un parecido con el sedán insignia del fabricante CT6 mientras que el salpicadero de su interior es, según Nasworthy, similar al de un Cadillac Escalade 'de hace un par de años'.

Como es de esperar en un coche presidencial, cuenta con comodidades como asientos con funciones integradas de calefacción, enfriamiento y masaje, pero lo más interesante son los aspectos que lo convierten en una fortaleza sobre ruedas. La limusina presidencial está diseñada para resistir una amplia variedad de ataques y poner a salvo al presidente de los EE. UU. de la forma más rápida y segura posible en una situación de peligro, aunque sus capacidades exactas están clasificadas.

La Bestia emplea un blindaje pesado, responsable tanto de su enorme peso como de su altura, 178 cm, que puede repeler ataques directos, incluyendo granadas antitanque, bombas lapa, minas y hasta misiles de tipo Stinger.

Cuenta con neumáticos reforzados con kevlar y de tipo run-flat, que pueden seguir rodando aun después de ser dañados y recibir varios impactos, y una bomba de combustible auxiliar redundante para ayudar a garantizar que el motor siga funcionando si algo le sucede a su sistema de suministro de combustible principal. El motor que emplea es un V8 Vortec de General Motors, compañía matriz de Cadillac, que tiene una potencia de 300 caballos.

La Bestia, en enero de 2021 con Joe Biden a bordo.
La Bestia, en enero de 2021 con Joe Biden a bordo. Jerry Glaser.

Un sistema de supresión de incendios asegura que, en el caso de un accidente que produzca llamas, los ocupantes no se quemen vivos dentro del vehículo. La cabina está sellada, motivo por el que las ventanas no pueden abrirse, y un sistema ambiental de grado militar permite la protección en entornos de guerra nuclear, biológica y química.

También se incluye un sistema de visión nocturna para la conducción y una suite de comunicaciones que se conecta a la red inalámbrica segura de la caravana del presidente. Entre su equipamiento médico se encuentran bolsas de sangre que contienen el mismo tipo que la del presidente y se mantienen refrigeradas dentro del vehículo para el caso de una emergencia en la que la ambulancia de la caravana no pueda acceder al presidente.

Las medidas defensivas de la Bestia se mantienen muy en secreto, pero se ha publicado que incluyen la capacidad de desplegar cortinas de humo, manchas de aceite, dispersar gas lacrimógeno e incluso enviar cargas eléctricas a través de las manijas de las puertas del coche.

Cuando llegan al final de su vida útil, estos vehículos son destruidos por razones de seguridad. Su coste se estima en aproximadamente dos millones de dólares por unidad.