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Estreno

"Pubertat": El verano en que la inocencia se rompió

La nueva serie de HBO Max explora, con mirada fresca y sin lecciones forzadas, cómo una comunidad se fractura tras una denuncia de agresión sexual adolescente

"Pubertat": El verano en que la inocencia se rompió HBO Max

En “Pubertat” todo empieza con un rumor, ese tipo de comentario que se cuela en las redes sociales y que, en cuestión de horas, pasa de ser un secreto de pasillo a convertirse en un terremoto que remueve la vida de una comunidad entera. Tres adolescentes son señalados como responsables de una agresión sexual ocurrida la noche de San Juan y la armonía aparente de una colla castellera catalana se resquebraja. A partir de ahí, nadie vuelve a estar a salvo, ni los acusados, ni la víctima, ni los padres, ni siquiera los vecinos que se creían inmunes a lo que pasa al otro lado de la plaza.

Leticia Dolera, que firma como creadora, directora e intérprete, evita cualquier tentación de convertir esta premisa en un sermón o en un thriller de brocha gorda. Su apuesta es otra: llevar al espectador a un espacio incómodo, pero necesario, en el que cada personaje tiene un papel vital y cada subtrama respira con vida propia. Nada está ahí como relleno. Lo familiar, lo laboral, lo sentimental y lo cultural se entrelazan como las manos de los castellers que levantan la torre: si una pieza falla, se tambalea todo el conjunto.

Uno de los mayores aciertos de la serie es mostrar que no estamos ante un caso aislado ni ante «los monstruos del barrio». El verdadero motor está en cómo una sociedad, muchas veces sin quererlo, actúa como incubadora de este tipo de situaciones, y al mismo tiempo hace de juez y de escudo hipócrita cuando se le piden responsabilidades sobre las mismas grietas que ha creado. Dolera se atreve a poner ese espejo delante del público y la imagen que devuelve no siempre resulta halagadora.

La historia juega con la duda y con los tiempos. Primero asistimos a los rumores, después a la confirmación de que algo pasó, más tarde al desmoronamiento de la comunidad y, finalmente, a la inevitable pregunta: ¿puede un niño ser un agresor sexual o todo es consecuencia de su edad y de la confusión que la acompaña? Lejos de simplificar, la serie se adentra en los grises. Dolera entiende que la adolescencia es un territorio movedizo, en el que los chavales experimentan sin manual de instrucciones y los adultos, demasiadas veces, tampoco saben cómo guiar.

La ambientación juega un papel determinante. Escoger el universo casteller no fue un capricho folclórico, sino una decisión con peso simbólico: la colla es tradición, es comunidad, es también resistencia colectiva frente a la individualidad que nos impone el presente. Pero también es un espacio de tensiones, de roles heredados, de vínculos generacionales que transmiten valores y prejuicios. Si el castell se aguanta es porque hay confianza entre quienes forman la base y quienes suben. Si esa confianza se quiebra, la torre se viene abajo. Lo mismo ocurre con las familias y con la sociedad.

El reparto es otro de los grandes logros. Los adultos, encabezados por Dolera, Xavi Sáez o Betsy Túrnez, dotan de densidad a los conflictos, pero son los debutantes de 13 y 14 años los que cargan con el peso emocional más grande. Su frescura y vulnerabilidad funcionan como un recordatorio de lo cerca que queda la niñez y de lo rápido que se cruza esa línea invisible hacia el mundo adulto. Y aquí Dolera acierta al dirigirlos con paciencia y ternura, alejándose del efectismo y logrando que el espectador vea en ellos más que simples personajes: chavales que podrían estar en cualquier esquina.

Aunque en algunos pasajes el guion se permite ser discursivo, nunca cae en la trampa del adoctrinamiento. De hecho, uno de sus puntos fuertes es mostrar contradicciones reales: madres feministas que no saben qué hacer cuando el acusado es su hijo, padres atrapados en los corsés de la masculinidad heredada, adolescentes que se mueven entre el tabú, el deseo y la confusión de una sexualidad aprendida a golpe de algoritmo. Nadie sale indemne, pero tampoco demonizado. Comprender no significa justificar, y esa delgada línea es la que la serie recorre con valentía.

El resultado es un drama coral que no solo interpela sobre el consentimiento, el tabú o la violencia sexual, sino también sobre la incomunicación familiar, la influencia de las redes, el peso del legado cultural y la fragilidad de nuestras certezas. “Pubertat”, ya disponible en HBO Max, es actual, fresca, intensa y, sobre todo, necesaria. Es de esas producciones que confirman que la televisión puede ser un lugar de reflexión y entretenimiento a la vez, sin artificios grandilocuentes, sin discursos mascados, con la honestidad suficiente para dejarnos pensando más allá del último plano.

Los castelles de "PubertatHBO Max

El castell como espejo de la sociedad

Además de una ventana a la cultura catalana con más raigambre, “Pubertat” convierte una tradición de vértigo visual como los castells en la metáfora perfecta de lo que sostiene a una comunidad. La base la forman los adultos, responsables de crear un suelo firme, y arriba suben los más jóvenes, que dependen de la confianza depositada en quienes los sostienen. La serie utiliza esa imagen como un recordatorio poderoso: si la piña falla, el castell se desploma. Así también funciona nuestra sociedad, donde cada generación debería permitir que la siguiente ascienda más alto. La ficción convierte esa tradición en símbolo y advertencia al mismo tiempo.