
Estreno
"The Buccaneers": Duquesas, pop y traiciones con corsé
La segunda temporada de la serie de Apple TV muestra madurez, brillo visual y sorpresas tan intensas como los desafíos emocionales de sus protagonistas

Tras irrumpir en la aristocracia británica con vestidos de plumas, acentos americanos y una banda sonora de playlist indie, las chicas de “The Buccaneers” están de regreso. La segunda temporada de la serie de Apple TV+, inspirada libremente en la novela inconclusa de Edith Wharton, se estrena este miércoles 18 de junio y continúa la historia de cinco jóvenes herederas estadounidenses que, en pleno 1870, aterrizaron en Londres con la misión de casarse bien, divertirse más y resistir los corsés (metafóricos y literales) de la alta sociedad inglesa. Pero ahora que el desembarco ya ocurrió, el desafío es otro: gobernar un mundo que nunca pensó cederles espacio.
Al centro de la trama sigue Nan St. George (Kristine Froseth), convertida en duquesa no por amor, sino para proteger a su hermana Jinny (Imogen Waterhouse) de un marido violento. Con ese matrimonio de conveniencia arranca esta nueva temporada, donde los votos nupciales dan paso al silencio incómodo de una relación sin afecto. Mientras su marido Theo (Guy Remmers) trata de creer en la historia que se han contado, Nan navega la vida de palacio con el peso de lo que dejó atrás: Guy Thwarte (Matthew Broome), el amor verdadero que huyó con su hermana a Italia.
A ese trío emocional se suman las historias de sus compañeras de conquista. Conchita (Alisha Boe), antes puro desparpajo y ahora madre de familia con deudas, decide capitalizar sus contactos y monta una agencia matrimonial con Richard, su esposo. Lizzy (Aubri Ibrag) busca enamorarse por las buenas mientras tropieza con un nuevo pretendiente, y Mabel (Josie Totah) y Honoria (Mia Threapleton) exploran su vínculo lejos del foco escandaloso, como si eso aún fuera posible.
El crecimiento de cada personaje se siente más orgánico. Las protagonistas, antes un bloque alegre y alborotador, ahora se ven arrastradas por sus propios conflictos, aunque en el fondo sigan latiendo como grupo. Las decisiones pesan más, los riesgos no son anecdóticos. Y aunque la narrativa a veces disperse sus energías, el relato mantiene un equilibrio saludable entre drama y humor, sin caer en el cinismo ni en la solemnidad impostada.
La estética de la producción se mueve acertadamente entre videoclip y cuento de hadas, con un vestuario moderno, más de fashion week que de museo, un Londres empolvado y una Italia que parece sacada de un diario de viaje romántico. La serie mantiene el ritmo ágil, quizás demasiado en algunos tramos, pero con la suficiente soltura como para no perder el hilo emocional.
La música sigue siendo parte de la personalidad del show. Chappell Roan, Taylor Swift y Gracie Abrams desfilan por la banda sonora como si tuvieran entrada al club privado del siglo XIX. Y, aunque a veces el tono de la serie oscile entre la comedia ácida y el melodrama de abanico en mano, esa mezcla refuerza la idea central: esto no es historia, es reinterpretación pop con vocación feminista.
Si bien hay escenas que se resuelven con prisa y algunos conflictos que piden más tiempo para madurar, la serie esquiva el abismo de lo superficial con una premisa emocional clara: estas mujeres no solo quieren amor, quieren agencia. Y eso le da a la trama una densidad inesperada. Las tensiones legales, como el juicio de divorcio que enfrenta Patti (Christina Hendricks), madre de Nan, reflejan las trampas de una sociedad donde la ley aún escribía los finales.
Leighton Meester se incorpora como Nell, una figura enigmática que dice mucho con pocas frases y aún menos gestos. Su entrada en escena reconfigura los vínculos de poder y suma una dosis de intriga que refresca sin desentonar. Es uno de los muchos recursos que usa la temporada para oxigenar sin traicionar su propio tono.
El verdadero desafío, sin embargo, está en el corazón del relato: la tensión entre la amistad y los intereses personales. Las protagonistas se distancian, se hieren, se extrañan. Y cuando al fin alguien dice “la historia de amor deberíamos ser nosotras”, no suena a frase promocional, sino a advertencia. Porque lo que hizo de “The Buccaneers” algo más que otro drama de época con guiños modernos fue, precisamente, su retrato de una sororidad ruidosa, imperfecta y profundamente emocional.
Hay escenas memorables, como una fiesta de máscaras que se convierte en radiografía de la incomodidad aristocrática, y momentos de humor sutil que oxigenan los conflictos más densos.
Esta segunda temporada no se siente como una repetición, sino como una evolución. Donde antes había deseo de irrupción, ahora hay lucha por permanencia. Las bucaneras no son intrusas: ya tienen llaves. La pregunta es qué hacer con ellas.
Leighton Meester: madre, intriga y secretos
Leighton Meester llega a“The Buccaneers” con un personaje que no necesita presentación formal para generar impacto. Su papel como Nell, la madre biológica de Nan, aparece con dosis calculadas y consigue alterar el equilibrio emocional de una protagonista que ya caminaba por la cuerda floja. Aunque su tiempo en pantalla es limitado, su sola presencia introduce una nueva tensión: ¿cuánto de lo que somos viene marcado por la sangre? La serie insinúa que hay más por descubrir, y Meester lo aprovecha con elegancia. Su incorporación no solo suma misterio, sino también una mirada diferente sobre la maternidad, más incómoda y menos idealizada. Una aparición breve pero magnética, que ojalá tenga más espacio en el futuro.
✕
Accede a tu cuenta para comentar