Refranes

Este refrán gallego no tiene fácil traducción al castellano y esconde parte de la filosofía de Galicia

Resume la calma, la ironía y una forma concreta de mirar al cielo y a la vida

Imagen de archivo de un arcoiris con la lluvia.
Imagen de archivo de un arcoiris con la lluvia. Jesús DigesAgencia EFE

En Galicia, la lluvia no moja igual. Cae despacio, con parsimonia, como si formara parte del paisaje desde siempre. Se cuela entre las piedras, empapa los tejados, resbala por los cristales sin hacer ruido. Llueve en otoño, llueve en invierno, llueve incluso cuando parece que no llueve. Y, sin embargo, los gallegos no protestan. Se encogen de hombros, ajustan el paso, y siguen adelante.

Tal vez por eso la lluvia en Galicia no es un inconveniente, sino una forma de ser y estar. Ha moldeado el terreno y también el carácter. El gallego, dicen, es paciente y esconde una callada ironía que se cuela en el lenguaje cotidiano. Tal vez sea porque, frente a lo inevitable, en Galicia no se grita, se dice.

Y se dice con una de esas frases que ningún idioma puede traducir del todo: "Se chove, que chova". No hay equivalente exacto en castellano. Traducirlo como “si llueve, que llueva” sería quedarse corto, perder la música interior, la resignación activa, el realismo casi poético que encierra. Es una expresión que no necesita exclamaciones: basta con pronunciarla, como si fuera un conjuro contra la angustia.

No es un lamento, ni una rendición. Es una declaración de principios. Una forma de decir algo así como “no puedo evitarlo, pero puedo elegir cómo vivirlo”. Por eso se repite ante un día gris, ante un revés cotidiano, ante cualquier viento en contra. Es una forma de asumir lo que toca con dignidad y sin aspavientos, con la serenidad de quien sabe que el sol vuelve siempre, tarde o temprano.

La frase, como la mayoría de refranes, no tiene autor ni fecha concreta. Hoy forma parte del imaginario gallego: aparece en canciones, en anuncios, en camisetas, en tazas, en los muros de las redes sociales. Alguna campaña publicitaria con historia, como la de ‘Vivamos como galegos’, la convirtió en bandera, pero ya estaba antes, en las calles, en los bares o en las sobremesas.

A fin de cuentas, es algo más que una frase intraducible: es un modo de ver la vida. Porque el gallego, ante la tormenta, no se rinde ni se indigna. La contempla, la nombra, y sigue caminando. Y así, como quien no quiere la cosa, recuerda una pequeña lección: que la felicidad, a veces, consiste simplemente en aceptar que hay días en los que llueve. Y que no pasa nada. "Se chove, que chova".