Viajes

Lawrence de Arabia: ¿Héroe o farsante?

La vida de uno de los mayores aventureros del siglo XX sigue siendo objeto de discusión entre los expertos. Héroe de guerra para unos, megalómano para otros, dedicó su vida al estudio y la protección de la cultura árabe frente a los colonialismos europeos, hechos que le granjearon numerosos enemigos.

El militar, arqueólogo y escritor Lawrence de Arabia
El militar, arqueólogo y escritor Lawrence de ArabiaLowell Thomas

En busca de su equilibrio

Apenas un puñado de viajeros han conseguido marcar las páginas doradas de la Historia. Marco Polo, Magallanes y Elcano, Colón, Pedro Páez, Henry Stanley... y Edward Lawrence, conocido en Occidente como Lawrence de Arabia. Su historia, mitad realidad y la otra mitad leyenda, coloreada por escritores, cineastas e historiadores, incluso por él mismo, ha sobrepasado los límites de la verdad hasta transformarlo en una figura épica, responsable de los primeros pasos de la independencia árabe y la caída del Imperio Otomano en Oriente Medio. Pero no es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida, y los años posteriores a su muerte tras un fatal accidente en motocicleta han abierto la puerta a nuevas dudas sobre su verdadera personalidad y las acciones que realizó a lo largo de la Primera Guerra Mundial. Pero antes de formular estas dudas, vamos a presentarlo al público.

Edward Lawrence era adicto al riesgo, y lo demostraba conduciendo a 100 kilómetros por hora por las estrechas carreteras inglesas.
Edward Lawrence era adicto al riesgo, y lo demostraba conduciendo a 100 kilómetros por hora por las estrechas carreteras inglesas.T.E Lawrence

Edward Lawrence nació en Tremadic, Gales, en 1888, siendo el segundo hijo - de los cinco ilegítimos que tuvo - del terrateniente irlandés Thomas Chapman y de la gobernanta de sus hijos legítimos, Sara Maden. Esta primera e inevitable marca en su nacimiento supuso un duro golpe para él, cuando su padre le confesó la verdad, a los diez años de edad. Esta culpabilidad empujada por los estrictos códigos morales de la época victoriana, conjuntamente con sus complejos físicos, le llevaron a evitar los deportes en equipo y encerrarse en un mundo de voraces lecturas desde muy pequeño. Especial atención en estas lecturas le llamó la época medieval. Las cruzadas y los ideales caballerescos arraigaron profundamente en él y marcaron los pasos posteriores de su vida profesional, hasta el punto de que su tesis en Oxford trataba sobre la influencia de las cruzadas en la arquitectura medieval europea. La Edad Media y Oriente Medio parecían ser dos fuertes imanes que atraían con insistencia al joven Lawrence. Casi da la sensación de que su interés por estas “mitades” del mundo y de la historia encajan a la perfección con su personalidad juvenil, procurando encontrar un equilibrio entre su pasado - que le sonaba vergonzoso - y su futuro, plagado de aventuras y reconocimientos.

Apoyo al nacionalismo árabe

Sus primeros años fueron el ejemplo perfecto del aventurero europeo en los inicios del siglo XX. Recorrió a pie y en bicicleta Gran Bretaña, Francia, Siria y Palestina, participó en diversas expediciones arqueológicas en la región de la antigua Mesopotamia y se codeó con grandes figuras de su época, como Winston Churchill o el escritor Bernard Shaw. Esta relación con Oriente Medio desde su juventud le marcó para siempre. Debemos entender que cuando un europeo ya entrado en años choca con una cultura ajena, suele adoptar una posición más lejana, o incluso paternal, con respecto a esta, mientras que, cuando el acercamiento se lleva en los primeros años de formación, el individuo se entremezcla más profundamente, en ocasiones casi hasta confundirse, con esta nueva cultura. Algo así ocurrió con Lawrence. Por esto, al comenzar la Primera Guerra Mundial, fue destinado a El Cairo por sus superiores, a sabiendas de su conocimiento de la cultura árabe. Los primeros años de guerra los pasó desempeñando labores de inteligencia. Daba igual que fuera interrogando a prisioneros, o en labores cartográficas, incluso contribuyó en la organización del desembarco en Alexandreta tras el desastre de Gallipoli.

Y llegó la inspiración a los oficiales ingleses, la que guiaría los pasos de Lawrence hacia su leyenda. Desbordados por la multitud de frentes que había abierto la guerra, los británicos pensaron que la mejor manera de desestabilizar al Imperio Otomano sin necesidad de utilizar sus propias tropas era precisamente utilizando el nacionalismo árabe. Fue misión de Lawrence infiltrarse en el círculo de amistades de Feisal, el que sería primer rey de Irak pocos años después. Junto con este, adiestraron un ejército regular y fustigaron mediante una guerra de guerrillas a las tropas otomanas en Oriente Medio lo que quedó de conflicto. En julio de 1917, tras atravesar la friolera de 300 kilómetros de desierto, tomó el puerto de Aqaba, junto al mar Rojo. En diciembre conquistó Jerusalén y poco después hizo su entrada triunfal en la histórica ciudad de Damasco.

Lawrence de Arabia como el ejemplo perfecto del aventurero

Al terminar la guerra, las ambiciones coloniales británicas y francesas aplastaron el nacionalismo árabe y el territorio pasó a su control, para enfado de Lawrence, que realmente parecía abogar por un Oriente Medio independiente a las potencias europeas. Renunció a la Cruz Victoria y comenzó una serie de denuncias contra los intereses británicos y franceses por el petróleo de la zona, hasta que, en 1921, participó en la Conferencia de El Cairo y consiguió una mayor autonomía para los iraquíes y transjordanos. Aunque siempre ensombrecida por el poder inglés. Solitario y rehuyendo a la fama que había surgido en torno a su figura, buscando los riesgos que tan vivo le mantenían y ahora no encontraba, Lawrence dejó el Ejército y se alistó en la RAF - la fuerza aérea británica - bajo el seudónimo de John Hume. Comenzaron entonces años complicados para Lawrence, aburrido por la monotonía en Inglaterra y escapando de los periodistas, incluyendo un intento de suicidio en 1925. Se licenció en 1935 y se retiró en Dorsert, donde dedicó los meses siguientes a la literatura y a recuperar trazas de su amado riesgo conduciendo una de sus siete motocicletas Brough SS100 por las estrechas carreteras inglesas. El 13 de mayo de ese mismo año, tras sufrir un terrible accidente intentando esquivar a dos ciclistas, se fracturó el cráneo y falleció seis días después.

En el centro, Faisal I de Irak y, a su espalda, con uniforme, Lawrence de Arabia
En el centro, Faisal I de Irak y, a su espalda, con uniforme, Lawrence de Arabialarazon

Lawrence de Arabia fue el ejemplo perfecto del viajero que se sumerge en la cultura que visita. Conocía a la perfección la mentalidad árabe, hasta el punto que escribió un manual con 27 normas para ganarse su confianza. Además, respetaba profundamente la religión musulmana. Cuando se fueron a desplegar tropas inglesas en Hedjaz, zona santa para los árabes y una de las razones que llevaron años después a que Osama bin Laden declarase la guerra a Occidente, fue Lawrence quien aconsejó no llevar a cabo la operación. Inventor, escritor, arqueólogo, explorador, espía y diplomático, se fundió realmente con la cultura árabe, utilizando sus mismas tácticas de guerra y vistiendo igual que ellos. De hecho, fue el documentalista estadounidense Lowell Thomas quien acuñó el nombre de Lawrence de Arabia, tras grabarle combatiendo como un beduino e impresionado por su fusión con dicha cultura.

Pero no son todo alabanzas en este enigmático hombre. Mientras que su figura en occidente se ha idealizado hasta un extremo, en las tierras árabes es considerado un simple agente británico que nunca se interesó realmente por las ambiciones de independencia árabe. Se dice de él que fue un simple dinamitero que falseó su papel durante la guerra, y también se le ha tachado de fanfarrón y embaucador por sus propios compañeros de armas. Incluso el escritor Richard Aldington afirmó que Lawrence creó un personaje de ficción a partir de sí mismo y que su importancia en el nacionalismo árabe fue mucho menor de lo que posteriormente se dijo.

Un Ulises contemporáneo

Era un hombre sumamente complicado, incluso para sí mismo. En Deraa fue detenido por las autoridades otomanas al confundirlo con un desertor circasiano, y el jefe de la guarnición lo torturó y sodomizó durante varios días. El complejo que sentía por su baja altura y flaca constitución lo llevaron al borde de la anorexia, y solía bromear con el comunismo en una época particularmente delicada para las monarquías europeas. Incluso llegó a quemar dos veces su mayor obra literaria, Los siete pilares de la sabiduría, antes de publicarla definitivamente. Nadie dijo que fuera sencillo ser un genio. Se granjeó enemigos y amigos a partes iguales, tanto es su propio país como en su patria adoptiva. Unos le tachaban de traidor por frenar las ambiciones coloniales de Inglaterra y los otros nunca confiaron del todo en su papel por la independencia árabe.

Su vida tuvo a partes iguales trazas de calvario y de epopeya, parecido a un Ulises contemporáneo, y al fallecer con apenas 46 años, las mayores personalidades europeas en la guerra, la literatura y la política acudieron a su entierro. Suele pasar con hombres de su calibre. No es hasta que se quedan quietos definitivamente que todas las críticas que reciben se acallan temporalmente, y los mismos que un día lo crucificaban en la prensa, pasaron largos años adulando sus hazañas. De él ya solo queda el asombro que su vida provoca, y ese deje de duda que mantiene abierta la puerta que pesa sobre todos los hombres grandes: ¿realmente fue un héroe? ¿o apenas lo fingió, en busca de su propia leyenda?