Viajes
Recorrido por Sevilla fresco, sin fisuras y con cañas para todos
En cada una de las esquinas de la ciudad nos aguarda una sorpresa cargada de color y olores a jazmín
Conocer Sevilla a fondo en uno o dos días (que es por lo general el tiempo libre que sacamos), no parece fácil. Son demasiados edificios decorados con filigranas y ladrillos encerados con brillos bonitos, demasiadas callejuelas a punto de desplomarse sobre sus esquinas, demasiadas guitarras sonando en la calle a una misma vez. Tardaríamos dos o tres semanas en conocer Sevilla de forma razonable. En dos o tres días sería necesario, crucial, requisito indispensable, condensar nuestra visita en un recorrido certero, sin fisuras pero fresco a la vez.
Por la mañana
Desayunar en Sevilla es muy fácil. Como la ciudad está llena de cafeterías y bares, el modus operandi a la hora de desayunarse unos molletes deliciosos requiere que el viajero dé un breve paseo por alrededor de su hotel/apartamento, un paseo breve, lo justo para abrir el apetito, y luego cuando vea una terraza agradable donde el sol pegue en el ángulo deseado, pues el viajero se sienta, pide un café con tostadas, un pincho de tortilla, el suculento mollete y mientras espera a que le llegue se siente muy afortunado. Desayuno completado.
Ahora debe tenerse en cuenta que en Sevilla hace un calor que espanta a los camellos. Por esta razón debemos profesionalizarnos en esto de los recorridos turísticos. Como si recorrer la ciudad fuera en realidad una durísima peregrinación, se escogerán con cautela las horas para visitar cada una de sus esquinas, yendo aquí cuando todavía refresca la mañana y allá cuando pegue fuerte el calor. Los puntos clave de la mañana son tres: Parque de María Luisa, Plaza de Toros y la Judería. Lo mejor de estos tres lugares es que funcionan de forma parecida a un huevo Kinder, cada uno lleva una sorpresa dentro; el Parque de María Luisa nos concede una visión espectacular que es la Plaza de España y sus complejos decorados, la Plaza de Toros si está abierta ofrece sangre y tradición, el Barrio Judío tiene mil tiendas de artesanos y galerías de arte geniales con que deleitar nuestro gusto.
Y merece la pena zigzaguear por los jardines del Parque de María Luisa antes de visitar la Plaza de España. Quizá subidos en calesa, al modo romántico, tradicional, como ocurre con las góndolas en los canales de Venecia pero al estilo sevillano, más reposado, menos ostentoso, más hermoso en su sencillez. La Judería, por otro lado, resulta en la visita ideal para aquellos que busquen las mejores fotografías sobre el lado más artístico de la ciudad, donde los colores blancos de los edificios confluyen con el azul de las puertas y el amarillo de sus ventanas.
Breve parada, no tan breve
Entre la mañana y la tarde ocurre un momento de magia que llamamos almuerzo. Quizá uno de los placeres que menos remordimientos nos podrá reportar en esta ciudad. Pero cuando se visita Sevilla el asunto del almuerzo no puede despacharse así, de malas maneras, en la primera terraza barata que nos crucemos. A la forma de los religiosos del alimento se hará un ritual del almuerzo, como una aquelarre medieval pero más sabroso, brutal por los sabores, desquiciado por las cañas servidas frías.
El lugar adecuado para llevar a cabo este rito indispensable es el barrio de Triana. El procedimiento es sencillo: se busca la primera terraza en la Calle de San Jacinto y se pide una tapa y una caña; se busca la segunda terraza, se piden dos tapas y dos cañas; se busca la tercera y se piden tres cañas y tres cañas; y así sucesivamente. Luego el viajero podrá escoger entre seguir con las tapas y las cañas hasta que sea la hora de irse a dormir o continuar con su visita por la ciudad.
Recomendaciones del chef: la mojama que sirven en El Mantoncillo y los caracoles con salsa de la Taberna Miami.
Por la tarde
Ya empieza a hacer calor. Es en este momento del día donde tendremos que tirar de instinto animal y husmear en busca de los rincones más frescos de Sevilla, para que la digestión de las tapas no se nos atragante. Las visitas a la Torre del Oro, el Alcázar y la Catedral deben hacerse ahora.
La Torre del Oro que hoy alberga el Museo Naval se encuentra próxima al Guadalquivir, y la humedad del río se filtra por las paredes de este edificio histórico, nos refresca la nuca con una mano invisible y apaciguadora. Aquí pueden conocerse pequeños pero deliciosos detalles sobre la despiadada vida de los marinos españoles, desde los años de gloria durante la exploración de América hasta nuestro declive durante el siglo XIX. Arriba del todo, subiendo las escaleras estrechas, podrá obtenerse una panorámica sin parangón del río y de la ciudad.
La Catedral tiene una hermana siamesa que se llama La Giralda. Decorada con filigranas matemáticas y la friolera de 24 campanas tronando cada quince minutos, construida por los musulmanes y maquillada por los cristianos, puede verse como el símbolo indiscutible de Sevilla, o como un alfiler de ladrillo y azulejos que marca con precisión exacta el núcleo de la ciudad. Dentro de la Catedral el ambiente se humedece y se refresca (justo lo que buscábamos) y podremos encontrar tumbas de reyes importantísimos, tales y como Fernando III el Santo, Alfonso X el Sabio o Pedro I el Cruel, tres reyes de una inmensa importancia histórica en nuestro país y que ahora rezan en sus capillas con la paciencia que no tuvieron en vida.
Y el Alcázar. Luces apagadas, formas de fantasía, aromas conjugados de naranjos y jazmines. Pocas veces verá el viajero un edificio con una belleza semejante, tan mimada por continuas generaciones de artesanos andaluces y sevillanos. La visita del Alcázar debe durar un mínimo de dos horas. Solo así se empaparían los murmullos de sus fuentes escondidas en los oídos del visitante. Se caminan dos o tres pasos y se descansa en uno de sus bancos. Otros tres, cuatro pasos, y basta con detenerse y aspirar los olores.
Contenido extra
Pero Sevilla tiene tantos rincones para mostrar que los viajeros madrugadores quizá tendrían tiempo para ver un par de sitios más. En ese caso podrían ser de interés la Nao Victoria (una representación idéntica de los navíos que utilizaron Magallanes y Elcano para dar la primera vuelta al mundo), el Monasterio de Santa María de las Cuevas (hoy convertido en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo), el Museo de las Artes y Costumbres Populares (próximo a la Plaza de América) o la Iglesia de San Luis (una de las perlas escondidas de la ciudad).
Pero sin duda la mejor manera de conocer Sevilla consiste en deambular por ella. Desnudarla con nuestros pasos mientras escogemos a nuestro antojo los rincones donde queremos detenernos a mirar, sin hacer caso de los artículos de viajes ni las guías ni los mapas. Deambular por Sevilla, bailar con ella de alguna manera mientras las horas de calor nos roban el precio de sudor que implica conocerla, como una amante locuaz e insaciable. Y maravillarnos con ella porque maravillarnos es el mejor regalo que podemos hacerle a esta ciudad colorida.
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