Viajes
A la caza del buey almizclero en Noruega, solo con una navaja de acero toledano
En el Parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella encontramos la última población europea de este magnífico animal
El otro día volví a ver la película de Ice Age. Aunque me supo extraño, al reencontrarme con los personajes principales del filme (un mamut lanudo, un dientes de sable, un perezoso gigante y una criaturita humana) percatarme por primera vez de que absolutamente todas estas criaturas, a excepción del humano, están extintas a día de hoy. Claro que su extinción ha vuelto nuestro mundo uno más seguro para sobrevivir, quiero decir, imagínate que estás paseando por la Sierra de Guadarrama y un bicharraco carnívoro de 280 kilos y con unos colmillos de 17 centímetros te sale al paso y te agarra el cuello para merendar. Sería una escena muy desagradable, incluso para un animalista convencido. Pero no pude evitar un retintín de nostalgia cuando imaginé a los simpáticos animalejos de la película putrefactos bajo la tierra, cuando me miré vestido con la ropa sintética del Decathlon y eché de menos la memoria de nuestros antepasados que corrían por ahí con los labios pintados con ceniza y vestidos con pieles de bestias terroríficas que asesinaron a pedradas.
Y como estoy en Noruega, en uno de los países que más pueden parecerse al paisaje que nos muestra esta película de Ice Age (aquí hay glaciares impresionantes y enormes extensiones de terreno y auroras boreales y montañas fácilmente confundibles con gigantes), me dije, oye, Alfonso, haz una cosa: busca si hay por aquí algún animal que se parezca a esta fauna magnífica y extinta, busca al animal, saca a relucir tus dotes oxidadas de cazador primitivo, busca al animal y fusiónate con la tierra como hacíamos antes. Tecleando en Google descubrí que en el Parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella todavía sobreviven los últimos ejemplares europeos del buey almizclero. Adjunto foto de la increíble criatura para que el lector vea cómo se parece, al menos un poco, a los personajes que pululan por la película de Pixar. Y me dije, allá que voy, a jugar a los cavernícolas.
¿Qué es un buey almizclero?
Los ingleses lo llaman muskox, los científicos lo llaman Ovibos moschatus y los noruegos, atención, los noruegos lo conocen como moskusfe. Si tenemos en cuenta que la Edad de Hielo terminó hace unos 10.000, habría sido perfectamente posible encontrarnos con esta criatura que ya masticaba los pastos del norte de Europa y de Norteamérica en los años del Pleistoceno. Con una altura que ronda el metro y medio y un peso máximo de 450 kilos, a simple viste parece una extraña fusión entre una cabra, un toro y una oveja, una especie de Pokémon prehistórico y fascinante. Es una cabra por su preferencia por las alturas y su resistencia al frío (de hecho, se piensa que está más emparentado con las cabras que con los bueyes), un toro por su parecido físico a los bueyes y una oveja por su pelaje que le proporciona el abrigo perfecto para sobrevivir a los meses fríos. Nos encontramos entonces ante una criatura que roza lo legendario, un fantástico milagro de la naturaleza que los hombres cazamos durante siglos para comer, alimentarnos y sentirnos más machos.
Hasta el punto de que llegamos a extinguirlos en Europa. Si visitásemos el Museo Polar de Tromsø, fácilmente podríamos encontrarnos con algunos ejemplares disecados que cazaron con mucha astucia los antepasados de los noruegos por lo largo y ancho de su país, además de diversos carteles explicativos donde se indica cómo acabamos con todas las manadas y que su caza está prohibida en la actualidad. Solo fue una suerte que algunas manadas cruzaran el estrecho de Bering durante la Edad de Hielo, de forma que pudieron extenderse también por Canadá y Alaska hasta ocupar grandes extensiones de terreno. En Alaska también fue cazado hasta su extinción (de forma parecida a los bisontes en el resto de los Estados Unidos), pero una serie de programas de reinserción efectuados con ejemplares canadienses a lo largo de los años 30 del siglo pasado han permitido que este fascinante animal vuelva a mordisquear los pastos de Noruega y de Alaska. No son peligrosos, pobres bichos, pero sí que son profundamente territoriales y cuando se cabrean son capaces de correr a 60 kilómetros por hora (mientras Ussain Bolt no llega a los 45 kilómetros por hora), entonces suponemos que no sería buena idea acercarse a menos de 200 metros de ellos, si llegásemos a encontrárnoslos. Pero no nos comerán, lógicamente, así que en este aspecto podemos andar tranquilos: se alimentan únicamente de pastos, sauces, líquenes y musgos.
Cómo prepararnos para buscarlos
Buscar bueyes almizcleros no es una tarea fácil. Hace falta tener un poco de indio potawatomio o de vikingo temerario para encontrarlos en los 1.693 km²del Parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella. Aunque se calcula que en el parque residen actualmente cerca de 260 ejemplares, y que estos se mueven en manadas de entre 12 y 24 miembros, dependiendo de la época del año, su pelaje oscuro se camufla a la perfección con su entorno durante las oscuras semanas del otoño. Durante el invierno destaca su color marrón contra las nieves impolutas pero aquí encontramos una nueva desventaja, que es la de movernos por terrenos donde la nieve nos llega hasta las rodillas. No. No es fácil buscar bueyes almizcleros.
En el Parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella tenemos dos maneras de encontrarlos. La primera, la más fácil, consiste en reservar un día en uno de los safaris que te llevan para arriba y para abajo a lo largo del parque en su búsqueda. El precio es de unos 50 euros y los guías se las saben todas. Si vamos con ellos tendremos el avistamiento casi garantizado.
Pero ya avisé que me dejó tocado aquella película de Pixar y yo no quería la opción fácil, la opción moderna del safari, no señora; yo quería la opción difícil, la opción primitiva, la que te obliga a subir montañas y bajarlas y jadear jurando que dejaremos de fumar y a odiar la naturaleza mientras te sientes inmensamente dependiente de ella por su belleza y todo lo que tiene para regalarnos. Pero ya nunca seremos primitivos del todo: nos faltan pelos en las orejas y nos sobran enfermedades. Así que lo mejor en este caso sería ir correctamente equipado para la aventura con buen calzado de montaña, prismáticos, la navaja de acero toledano que siempre debemos llevar en este tipo de viajes, ropa de abrigo, un poncho para cubrirnos durante las lloviznas ocasionales y casi constantes en este rincón del mundo y algunas provisiones (azúcares y proteínas) para recargar energías. Y como seguimos sin ser primitivos del todo, también podemos ayudarnos con las marcas que señalan el Musk Ox Trail, una serie de senderos estrechos que recorren un total de 16 kilómetros de parque y que supuestamente señalan las zonas donde son más probables los avistamientos de bueyes almizcleros.
Una búsqueda agotadora
Y comienza la aventura. El Parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella es increíblemente hermoso y en las zonas donde no crecen finos árboles de hoja caduca nos enfrentamos a una extensa tundra de líquenes de colores verde fosforito, achaparrados setos de bayas (bayas comestibles y deliciosas en algunos casos, yo las probé jugando a ser primitivo y susurrando oraciones a los espíritus del viento) gruesas capas de musgo y enormes lenguas de granito. Cuando alcanzamos la cima del monte Høgsnyta podemos incluso encontrarnos con las primeras y precoces nieves del invierno noruego. Y continúa la aventura. Renos de un porte navideño y musarañas diminutas corretean también por aquí, facilitándonos una necesaria fusión con la naturaleza casi glaciar que nos rodea. Cuervos enviados por el dios moribundo Odín graznan a nuestro paso y oscurecen el cielo, ya nublado, con sus densas alas negras. Todo aquí es inmenso, novedoso, primitivo. Únicamente nosotros que caminamos sudorosos por el Musk Ox Trail desentonamos con el entorno.
Vemos con los prismáticos, quizá a cuatro o cinco kilómetros, lo que parecen dos siluetas de bueyes almizcleros. Están lejos y las nubes amenazan tormenta. Pero la aventura debe continuar. Yo quise jugar y tardé tres días (caminando una media de seis horas diarias) en encontrarme a una distancia razonable del condenado bicho. Y me alegro de que fueran tres días, me alegro mucho de que sea difícil encontrar a los bueyes almizcleros. El Parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella no es un zoológico y aquí no dan de comer a los bichos para que se acerquen a nosotros. Es un pedacito del Pleistoceno resucitado en el corazón helado de Noruega. El primer día yo era un hombre contemporáneo; el segundo, una criatura por determinar que se agachaba ágilmente entre los árboles y que trotaba con pies ligeros entre las alfombras húmedas de liquen; el tercer día era un cazador de los de verdad, agotado, empapado por la lluvia refrescante, obnubilado por este entorno psicodélico que me había agarrado con todas sus fuerzas. Escuché el rumor adormilado de una torrentera y llené mi cantimplora junto a la orilla. Levanté la cabeza y allí estaba. Casi podría haberlo confundido con una piedra cubierta de musgo pero estaba allí, pastando con absoluta tranquilidad y emanando un olor excitante a vida. Es una criatura de las películas se me había cruzado en el mundo real. Un recuerdo desolador de cuando el hombre era primitivo, esquivo, que tú puedes buscar y rastrear en este punto diminuto del Universo.
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