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Stop haters: se acabaron los ciberacosadores

Con 384 peticiones de amparo resueltas y 17 pendientes de juicio esta asociación se ha convertido en la única tabla de salvación para los que, como Pablo, sufren un acoso constante en las redes: «El estrés que me generaban los insultos de mi ex mujer me llevó a perder el trabajo», asegura

La historia de Pablo solo es un caso de los cientos que lleva este organismo, que también ha recibido casos de «bullying», «mobbing» y «stalking» / Alberto Roldán
La historia de Pablo solo es un caso de los cientos que lleva este organismo, que también ha recibido casos de «bullying», «mobbing» y «stalking» / Alberto Roldánlarazon

Con 384 peticiones de amparo resueltas y 17 pendientes de juicio esta asociación se ha convertido en la única tabla de salvación para los que, como Pablo, sufren un acoso constante en las redes: «El estrés que me generaban los insultos de mi ex mujer me llevó a perder el trabajo», asegura.

El día que Pablo encontró su casa vacía tras volver del trabajo, su entonces mujer, Ana, le perjuró que no volvería a tener ninguna relación con su hija, que le arruinaría la vida y que no se olvidaría jamás de ella. Así ponía fin de un portazo a una convivencia marcada por la desconfianza. Lo que él no sabía es que esa fractura seguiría abierta hasta siete años después de su separación y, lo que es peor, supondría un acoso diario a través de correos electrónicos y redes sociales en las que acumularía hasta 2.000 mensajes al mes. «Lástima que no te entre un cáncer» o «Te voy a denunciar por tocarme los cojones» son dos de los miles que ha recibido y que, desde hace un par de años, ha decidido no abrir.

«Desde que pusimos fin a nuestra relación, me ha escrito para decirme que está pasando un cáncer o que mi hija tiene enfermedades falsas, incluso se ha hecho pasar por ella en muchas ocasiones», relata Pablo sobre el «modus operandi» de Ana. «Había que hacer las cosas como ella quería, si no, me amenazaba con denunciarme por maltrato de género».

No contenta con ello, los avisos se multiplicaron para insistir en esta misma idea: «No te quiere nadie, payaso sinvergüenza». Lo que les ha llevado a un batiburrillo de juicios -cinco al año- en los que el desgaste emocional ha sido exponencialmente mayor que la pérdida de tiempo o dinero. «Ella tiene justicia gratuita porque no trabaja o lo hace en negro, por lo que no pierde nada».

Ana tenía serios problemas con el dinero y se valía de alguna mentira para recabar cada vez más. «Era una compradora compulsiva. Le intenté llevar a psicólogos mil veces, pero no ha servido de nada. Al final, era la madre de mi hija y tenía que tragar carros y carretas». De hecho, amigos de ella le fueron a buscar al gimnasio para pedirle más dinero y, en el caso más extremo, avaló el piso de una amiga con la cuenta corriente que tenían en común. Así que decidió cortar cualquier tipo de comunicación con ella, pero su actual novio decidió recuperarlas. «Me exigía la pensión de mi hija, lo cual es absurdo porque tengo programadas las transferencias por si algún día tengo algún imprevisto».

Como éstas, otras tantas cosas que hacen de Pablo «un mal padre», «un sinvergüenza» y «una mala persona» a ojos de su ex mujer, condenada por un tribunal a pagarle 70 euros por amenazas y coacciones. «Me ha dicho de todo, pero lo que más me duele es que no me permita ver a mi hija». La menor, tras varios intentos de ponerse en contacto con él, decide abrirse una cuenta de Instagram que, a los pocos días, descubre su madre y utiliza para seguir acosando a su anterior relación. «Tiene 14 años, por lo que es consciente de todo lo que ocurre, pero está muy influenciada». Tanto, que ha sido capaz de asumir la distancia de su padre y el acoso al que le somete su madre tanto a él como a su nueva familia.

Desde hace tres años, Pablo ha rehecho su vida: se casó con su nueva mujer y vive con ella y con sus dos hijos. El padre de los menores mantiene su correspondiente relación y todo es complementario. Sin embargo, en su caso es justo al contrario. «Mi mujer actual me ha pedido que abra los ojos porque no es normal por lo que estoy pasando», cuenta Pablo, que se ha pasado días enteros histérico y sin que nadie pudiera aguantar su mal humor. Por ello, decidió acudir a Stop Haters, la primera asociación española contra el ciberacoso. Este es sólo un caso particular, pues el organismo lleva otros tantos relacionados con «bullying», «mobbing» o «stalking». «No sabía a quién más recurrir, ellos son mi último recurso. Me cuesta mucho interiorizar que soy una víctima. Llevo siete años esperando a que se canse y me deje en paz, pero no ha sido así».

«Las víctimas nunca saben por lo que están pasando. Cuando empiezan a ser conscientes se siente culpables». La que habla es Sara G. Antúnez, abogada de Stop Haters, la organización que creó en octubre de 2017, junto a Pedro García Aguado, para combatir el acoso digital. Por el momento, cuentan con 384 peticiones resueltas y 17 pendientes de juicio. «Cuando el acosador ve que no hay consecuencias, ataca con más fuerza. Por eso, nuestro primer objetivo es dar un toque de atención al acosador para que cese en su actuación».

Y aún más, no sólo está el hostigamiento, sino las consecuencias que éste genera: Pablo, por ejemplo, sufrió un latigazo cervical por el estrés acumulado que le llevó a recibir alrededor de 50 sesiones de fisioterapia y la pérdida de su trabajo por sus continuas ausencias, motivadas por las citaciones judiciales. «Yo soy un hombre fuerte y puedo con esto, pero llega un momento en que tu mente va por un lado y tu cuerpo por otro, por lo que tienes que parar y tomar una determinación».

«Me daba vergüenza contarlo»

El primer paso es la querella. Para Ana, en este caso, solicitan hasta siete años de prisión. «Lo que buscamos es que Pablo respire», asegura su abogada. Sobre todo, después de tantos años aguantando y ocultado la realidad a su familia y a sus compañeros. «Me daba mucha vergüenza contarlo, con lo cual lo he llevado en silencio lo más dignamente que he podido y sin volverme loco». Es por eso, insiste Antúnez, por lo que no son tan habituales recibir casos de hombre acosados.

«Siempre se ha pensado que el hombre que es acosado es mariquita, ¡los cojones!», afirma con contundencia Pablo. Pues, a veces, el maltrato se instaura en la vida de cualquiera sin que se dé cuenta. Es cuando el problema tiene que erradicarse de cuajo. De hecho, hoy, podría decirse que Pablo ha matado su opción de odiar a Ana hasta el final. Sólo quiere recuperar el contacto con su hija, sanar los latigazos de su primera relación y sepultar los malos recuerdos con los de su nueva familia.