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Entrevista

«No funciona lo de ser hijo en la oficina y CEO en casa»

La consultora de empresa familiar Paola Corbalán señala que «profesionalizar no es expulsar a los familiares para sustituirlos por ejecutivos con MBA de Harvard»

Paola Corbalán La Razón

En España, más de 300.000 empresas familiares afrontarán un relevo generacional en la próxima década, un proceso en el que solo el 30% consigue sobrevivir. Paola Corbalán sabe bien por qué: vivió la transición en la compañía fundada por su padre, la dirigió once años y gestionó su venta a un grupo internacional. Ahora, en «De hij@ a CEO», desgrana las heridas silenciosas y los dilemas emocionales que condicionan el futuro de estos negocios que sostienen el 57% del PIB privado. Su mensaje es claro: el verdadero desafío no está en los números, sino en las conversaciones que nunca llegan a producirse.

Un empresario me dijo una vez: «problema en la casa, problema en el chiringuito… y viceversa». ¿Es posible separar familia y empresa?

Quien ha crecido dentro de una empresa familiar sabe que esa separación absoluta es casi imposible. Lo que ocurre en la empresa cala en la familia y viceversa, porque somos las mismas personas. No se trata de ser Dr. Jekyll en casa y Mr. Hyde en la oficina; no funciona lo de ser hijo en la oficina y CEO en casa. Conviene definir espacios para hablar de lo empresarial y lo familiar, pero las emociones viajan de un lado a otro. Esa permeabilidad forma parte de la condición humana.

Usted ha vivido el relevo, lo ha gestionado, lo ha sufrido y ahora lo enseña. ¿Qué frase cuesta más pronunciar y cuál cuesta más escuchar?

Para un padre, la que más duele escuchar es: «Papá, no quiero seguir con la empresa familiar». El concepto de legado pesa mucho. Y la que más cuesta pronunciar es: «Hijo, aún no me fío de ti, no creo que estés preparado». En los sucesores, la frase que casi nadie verbaliza pero todos sienten es: «Tengo miedo a defraudar, a no estar a la altura, a que nunca me reconozcan más allá del apellido». Esa es la mochila emocional del «Hijo De». Y para ambos lados, la frase más paralizante sigue siendo la misma: «Hijo, esto siempre se ha hecho así».

¿La empresa familiar es, a veces, una trampa emocional con nómina?

Por algo se le llama jaula de oro. En un relevo conviven identidad, reconocimiento, expectativas y miedo. La nómina, en algunos casos, solo está garantizada si el fundador está de buen humor. Por eso es tan importante entender la complejidad del proceso, trabajar el autoconocimiento y gestionar las emociones.

Usted defiende que profesionalizar no es traicionar y que poner límites no es deslealtad.

Profesionalizar no es expulsar a los familiares para sustituirlos por ejecutivos con MBA de Harvard. Es ordenar, revisar roles y recolocar piezas para que el sistema empresa–familia funcione mejor. El objetivo es el mismo: hacer crecer la empresa sin dañar los vínculos.Pero eso exige límites. Decir «Papá, esto ya no lo decides tú porque pertenece a la esfera ejecutiva y lo decido yo como CEO» es duro, pero necesario. Si no se establecen límites claros, el relevo se queda eternamente en ámbar.

¿Se rompen más empresas por lo que se hace… o por lo que nunca se dice?

Sin duda por lo que nunca se dice. El silencio es el cáncer de la empresa familiar. Lo no expresado se enquista y estalla tarde o temprano. Cuando uno se equivoca, puede pedir perdón; cuando calla, espera que el otro adivine lo que necesita. Y eso conduce al conflicto. Las conversaciones honestas son la principal herramienta de salud organizativa.

Hay empresas familiares que facturan millones y siguen decidiendo como cuando cabían en una mesa camilla.

Y esa mentalidad puede llevarlas al fracaso. Cuando la empresa es pequeña, uno puede controlarlo todo. Cuando crece, el fundador se convierte en cuello de botella. Apostar por la supervivencia exige modelos de gobernanza sólidos: consejeros independientes, directivos externos y estructuras que ayuden a la familia a tomar mejores decisiones.

Si mañana su hija o su hijo le dijera «mamá, no quiero tu empresa», ¿qué respondería?

No tengo hijos, pero poniéndome en la piel de esa madre, la respuesta dependería de si he logrado desapegar mi identidad de la empresa. Si lo he conseguido, querré que mis hijos sigan su propio camino; si no, me sentiré defraudada. Como consultora, siempre animo a decidir desde la autenticidad. El hijo complaciente termina sufriendo… y haciendo sufrir al negocio. El relevo solo funciona cuando cada uno elige desde su verdad.