En el límite difuso entre Asturias y Galicia, donde el río Navia traza una frontera líquida, se esconde Riodeporcos. Esta aldea de la parroquia de Sena (Ibias) pertenece al Principado, pero su alma está anclada en tierras gallegas. Para llegar a este sitio, hay un ritual obligado: cruzar el puente colgante que une O Vilar de Cuíña (A Fonsagrada, Lugo) con este rincón perdido en el tiempo.

El puente fue construido hace 40 años y tiene 80 metros de estructura metálica y tablones de madera que desafían el vértigo a 20 metros sobre el cauce. Con cada paso, el balanceo suave del puente y el rumor del agua convierten el trayecto en una experiencia casi ceremonial. La alternativa para llegar a este pueblos es una pista forestal de 6 kilómetros, desde Sena, pero que queda relegada al olvido: aquí, la aventura empieza suspendida entre el cielo y el río.

Al pisar Riodeporcos, la sensación es la de un reloj que parece detenerse. Las casas de piedra, los senderos flanqueados por robles y el murmullo del viento componen una sinfonía rural de un pueblo que hay que visitar sí o sí porque es una maravilla. No hay prisa, ni ruido; solo el eco de un modo de vida que resiste a la modernidad y que es el sueño de muchos, que cansados de la prisas y del jaleo quieren conocer esta zona de Asturias, tan desconocida para el turista como virgen, salvaje y preciosa.

La aldea es la puerta a uno de los paisajes más vírgenes del noroeste. Hacia Asturias, el Parque Natural de las Fuentes del Narcea despliega bosques milenarios y rutas de oso. A pocos kilómetros, el desfiladero de Bustelín, con sus paredes cinceladas por el agua, ofrece un espectáculo geológico único. Del lado gallego, las montañas de A Fonsagrada custodian tradiciones ancestrales.

Si quieres conocer este sitio mágico apúntalo en tu agenda de verano o de otoño o de invierno, cualquier etapa es buena para conocer este lugar que es el paraíso dentro del paraíso.