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Sociedad

Cavar la propia tumba en pleno siglo XXI

"Pienso que la mayor trampa de la indiferencia es hacernos creer que el dolor ajeno nunca nos alcanzará"

Olga Seco, articulista y colaboradora de LA RAZÓN La RazónLa Razón

Creo que cavar la propia tumba es uno de esos gestos donde la violencia alcanza su forma más desnuda. ¡Terrible! Sí, no es solo la preparación de la muerte, es la obediencia forzada que convierte a la víctima en cómplice de su desaparición... Pensándolo bien, cada palada es una humillación más, una derrota antes del final. Es brutal, imaginar que la tierra no se abre para dar fruto, sino para tragarse la dignidad de quien aún respira.

He visto a un joven de 24 años, secuestrado en Israel por Hamas, obligado a hacerlo. El dato aparece en titulares y videos, pero lo esencial no está en la noticia, sino en lo que revela: la barbarie tiene memoria. Los nazis ya habían inventado este ritual en los bosques europeos, obligando a los prisioneros a cavar sus fosas comunes. No era necesidad, era pedagogía del terror: mostrar que incluso el gesto final estaba bajo control. Hoy, en otro escenario y bajo otras banderas, el mismo método regresa. Sí, idéntico...

Damas y caballeros: la crueldad no necesita imaginación. Se repite a sí misma porque sabe que funciona. La mayoría de las veces, por no decir todas, cambia los uniformes y los discursos, pero no cambia el guion: quebrar la dignidad antes de quitar la vida. Y esa repetición es lo que debería hacernos pensar más que el hecho en sí, porque muestra hasta qué punto las lecciones del pasado quedaron a medias, hasta qué punto el “nunca más” fue más consigna que compromiso.

Muchas veces, lo intolerable es también lo reconocible. Al ver al joven (opinión subjetiva) recordamos las fotografías en blanco y negro de otra época. Y ese reconocimiento nos obliga a preguntarnos qué hacemos hoy con lo que vemos.¿Lo consumimos como un dato más en el torrente de noticias?¿Dejamos que la indignación dure lo que tarda en llegar la próxima imagen? ¿O nos atrevemos a detenernos y aceptar que esta escena abre una grieta en nuestra idea de humanidad? Porque cada vez que normalizamos el horror, cada vez que lo dejamos pasar, colaboramos también en esa excavación. No con palas, sino con indiferencia...

La tumba debería ser lugar de memoria y reposo, no escenario de sumisión. Lo duro es pensar que la tierra, que debe sostener semillas y raíces, no convertirse en verdugo. Hay una inversión brutal en esa imagen: la vida que debería brotar de la tierra se convierte en silencio. El cuerpo, que debería resistir, es reducido a máquina obediente de su propio final...

Afinando la reflexión creo que cavar la propia tumba debería ser solo una metáfora. Una advertencia, un recurso del lenguaje para señalar errores... ¡Nunca un acto real! El hecho de que vuelva a ser literal es la confirmación de que la barbarie nunca se extingue, solo se adormece y reaparece cuando encuentra espacio. La historia, como la hierba dura, siempre vuelve a crecer donde se pensaba arrancada.

La tierra cubrirá el cuerpo, como siempre ocurre. Lo que no podemos permitir es que también cubra nuestra conciencia. Porque el día que la memoria quede enterrada junto con las víctimas, el hoyo dejará de ser individual y se convertirá en tumba común. Y entonces ya no será solo un joven obligado a cavar. Seremos nosotros, como especie, cavando la nuestra.

Pienso que la mayor trampa de la indiferencia es hacernos creer que el dolor ajeno nunca nos alcanzará.En realidad cada vez que miramos hacia otro lado vamos levantando, ladrillo a ladrillo, el muro de una tumba común. Sí, la misma en la que un día también nosotros quedaremos encerrados.