Escapadas rurales
El pueblo de tres provincias que asombra por sus cuevas que hoy son bodegas
Este municipio milenario, cerealista y vinícola se encuentra a menos de dos horas de Madrid y a apenas unos minutos del corazón de la Ribera del Duero
En la segoviana comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña, en un bello y espectacular paraje repleto de montes y valles junto al arroyo Botijas, se encuentra un pequeño municipio milenario con mucha historia detrás y leyendas varias.
Un pueblo que puede presumir de poder contar con un patrimonio artístico y monumental más que interesante, además de construcciones populares y tradicionales como son las casas de piedra caliza unida con argamasa de barro y paja típicas, que hacen de de este lugar una parada obligatoria visita para aquellos viajeros ávidos de conocer nuevos y singulares lugares.
Una localidad que debe su nombre a las numerosas cuevas excavadas en la ladera, antaño viviendas, pero que hoy son bodegas subterráneas en las que se guarda el vino que se elabora en esta zona cercana a la Ribera del Duero, y que sirven también como lugar de ocio para disfrutar de una buena merienda o almuerzo entre amigos.
Situado a apenas 180 kilómetros de Madrid, 115 de Segovia, 78 de Valladolid y a menos de veinte de Peñafiel, este municipio tiene la curiosidad de que se encuentra prácticamente en tres provincias: Burgos, Valladolid y Segovia. Pertenece a esta última pero limita al oeste con Valladolid y al este con Burgos.
De hecho, cuenta una leyenda que una vez los obispos de estas tres diócesis quedaron a comer en este pueblo para hablar de sus cosas y de la Iglesia sentándose cada uno en una silla situada en su propia provincia debido a la especial orografía de este lugar que es lo que le da su singularidad. Y es que, al estar asentado en una ladera para buscar la orilla del río Botijas en su camino hacia el Duero, donde desemboca, se forma un hermoso valle digno de admiración.
Se trata de Cuevas de Provanco, Covas de Provança o Cuebas de Pero Blanco, en sus orígenes del siglo X, o más en concreto en el año 943, cuando fue repoblada por Asur Fernández, y que debe su nombre a la gran cantidad de cuevas excavadas en la ladera.
Un pueblo agrícola que se dedica especialmente al cereal de secano, como es la cebada y el trigo, pero también tiene viñedos plantados en las laderas, y ganadería ovina que aprovecha los pastos de hasta tres cañadas, y crianza de pollos de corral.
Un lugar recóndito según se llega pero que luego se abre en toda su plenitud ofreciendo una estampa sin igual y que ofrece unos miradores desde los que se pueden observar todos los valles cercanos.
En Cuevas de Provanco, además, el viajero puede disfrutar también de variado patrimonio artístico y monumental, que tiene a la iglesia de la Vera Cruz y a los restos de su castillo medieval, como protagonistas además de las bodegas subterráneas mencionadas anteriormente.
La primera, de época románica, fue reformada en el siglo XVI y posteriores, incluso en el XX cuando se desmoronó la torre. En este templo, que cuenta con un ábside decorado con pintura al fresco que podría ser del siglo XV, se encontró hace 38 años la Virgen del Rescate de madera policromada y del siglo XIII. También es digno de ver la pila bautismal del siglo XIV y otra escultura de la Virgen de la Vega de época románica, según se explica en la web municipal.
Respecto a la segunda, se trata de una fortaleza de los siglos XIV y XV, de la que apenas quedan unos vestigios y se conserva un lienzo, pero que merece atención también, al igual que los lavaderos y las fuentes que hablan del modo de vida no ten lejano en este municipio.
Leyenda de la Santa-Penta
Cuevas de Provanco tiene otras leyendas también, como la de un rey moro viudo de una mujer cristiana que vivía con s hija Penta en el castillo que tenía numerosos pretendientes debido a su belleza. Si bien, esta joven esta joven estaba más interesada en una vida ermitaña y contemplativa dedicada a la oración, pero cuando su padre se enteró intentó matarla sin éxito ya que Penta logró huir y se ocultó en una cueva pudiendo así cumplir su deseo.
Otra cuenta que al final el rey moro sí aceptó los anhelos de su hija pero con la condición de que nadie podría darle de comer ni de beber en su vida ermitaña en la cueva, si bien, y gracias a su fervor y devoción cristiana, fueron las palomas de la zona quienes se encargaron de alimentarla, llevando a Penta cereales y frutos del bosque con su pico
Existe otra leyenda que cuenta que bajo las ruinas del castillo había un caballo de oro y que en la fortaleza existían pasadizos secretos y túneles que conectaban con distintas zonas del pueblo como la cárcel o el río, que se usaban para huir.
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Pasividad ante la tragedia