Seminci
Seminci: Los cantos a la vida, protagonistas de la tercera jornada del festival
La luz sobre la oscuridad preside ‘Rita’, la “alegría de vivir” impregna ‘Grand Tour’, la urgencia de compartir reina en ‘Christmas Eve in Miller’s Point’ y el grito por la resiliencia domina ‘The Brutalist’
Cuatro películas antagónicas, en extremos opuestos de la vacua etiqueta del cine de autor, protagonizaron hoy la tercera jornada de la 69 Semana Internacional de Cine de Valladolid, todas ellas atravesadas por el hilo común de encerrar historias que no son sino cantos a la vida y al disfrutar el momento, a ser posible con quienes más nos quieren. La jornada arrancó fuera de competición con ‘Rita’, el debut tras la cámara de la actriz Paz Vega, que pone su mirada a la altura de su protagonista de siete años, para intentar narrar desde la luz una historia de violencia doméstica. Como un auténtico ‘joie de vivre’ afronta el portugués Miguel Gomes ‘Grand Tour’, su último trabajo, una huida hacia adelante en clave de viaje fascinado a través del tiempo, el espacio y el amor. Por su parte, el norteamericano Tyler Taormina reivindica el sentimiento de comunidad frente a la alienación que impregna la sociedad de su país en ‘Christmas Eve in Miller’s Point’. Y la guinda al pastel llega con ‘The Burtalist’, la epopeya de Brady Corbet que sin duda sonará en la próxima edición de los premios Óscar.
Con ‘Rita’, una historia ambientada en la Sevilla de mediados de los años 80 que ella misma conoció en su infancia, Paz Vega rinde “homenaje a esas madres que lo sacrificaron todo y no pudieron elegir otras vidas”. “No quería entrar en el morbo ni retratar la tragedia per se tal cual. Prefería quedarme con la mirada de los niños, con su inocencia, con ese sentimiento de esperanza, que lo hay. Hay que tener esperanza. Como decía Mary Poppins: la medicina, con una cucharada de azúcar, entra mejor. Aquí sí hay medicina, hay crítica, pero quería expresarlo desde un lugar lleno de amor y de luz pese a todo”, resumió en la presentación ante los medios.
En declaraciones recogidas por Ical, Vega se refirió a una charla que mantiene la madre de la protagonista (interpretada por ella misma) con la pequeña, en la que le pide que no dependa de nadie en el futuro. “Esa conversación la hemos tenido todas con nuestras madres, pero ellas no la pudieron tener con sus madres. Ahora somos las mujeres que somos y vivimos esta realidad porque nuestras madres hicieron el clic; aunque ellas no lo pudieron vivir, nos dijeron: ‘Estudia, no dependas, sé libre, no creas que el matrimonio es la solución para todo’, que es lo que les decían a ellas”, relató.
Cuestionada sobre si en el futuro le gustaría encaminar su trayectoria más hacia la faceta de directora que a la de actriz, aseguró que lo que más ilusión le haría en este momento sería poder dedicarse a “escribir y dirigir con una continuidad” que le permita vivir. “Levantar ‘Rita’ ha sido un proceso largo”, apuntó sobre un recorrido que se ha prolongado durante ocho años, pandemia de por medio.
“Soy actriz y disfruto interpretando, pero realmente esto es lo que a mí me ha gustado desde siempre, aunque no he sabido darle forma antes. Lo primero que hice de niña, de hecho, fue dirigir una escuela de teatro en mi propio colegio. Eso estaba ahí, de alguna manera, pero como no pude estudiar cine hubiera sido muy loco querer haber dado este paso primero. Ahora, tras tantos años de experiencia, me sentía preparada. Ojalá la siguiente no tarde tantos años en levantarla. Ya tengo el guion y a ver qué pasa”, expuso, además de aclarar que lo que no tiene intención de repetir jamás es la experiencia de estar a la vez delante y detrás de la cámara.
Descubrir y jugar
Por su parte, el cineasta portugués Miguel Gomes, presidente del jurado internacional de Seminci en 2018, regresó hoy al certamen vallisoletano para respaldar el estreno en España de ‘Grand Tour’, donde pasado y presente dialogan en un relato sobre los misterios, vértigos y la aventura que rodea las relaciones sentimentales, que le valió el premio al mejor director en la pasada edición del Festival de Cannes.
Ambientada en el sudeste asiático a comienzos del pasado siglo, la película dialoga abiertamente con el presente a través de imágenes grabadas en la actualidad en Myanmar, Vietnam, Singapur, Tailandia, Japón y China, países por los que deambulan sus dos protagonistas: Edward, un funcionario del Imperio Británico que emprende un viaje de huida cuando su novia Molly deja Londres para encontrarse con él, casarse, y emprender una vida juntos.
Con una poética utilización de la música y la bisagra de la melancolía, Gomes guillotina en dos mitades su película, para brindar al espectador la mirada del personaje masculino y femenino, y sus antagónicos modos y formas de afrontar las inseguridades que acompañan a todo compromiso.
El director explicó en Valladolid que intentar capturar “la locura y la belleza que es el mundo” es un tema “recurrente” en todas sus películas, y que lamentablemente es algo que “está muy devaluado en la sociedad”. “Es muy lindo estar vivo. No sé cómo es estar muerto, un día lo descubriré, pero espero que no sea hoy”, bromeó antes de apuntar que nuestro mundo “es muchas veces un lugar horrible, pero encierra mucha belleza también”.
En ese sentido, explicó que se plantea cada rodaje como “una aventura”, que en su caso “no pasa por filmar lo cotidiano, sino por abrir la puerta y cruzar el umbral. Puedes salir hacia muy lejos o no llegar tan lejos, pero en el fondo es lo mismo: se trata de intentar llegar a un lugar que no es el mío, sea el campo portugués en ‘Aquel querido mes de agosto’, sea África en ‘Tabú’, o sean los rincones portugueses que reflejamos en ‘Las mil y una noches’. Se trata de intentar mirar y descubrir algo que nos apetezca compartir con el espectador”.
Al respecto, subrayó que “no se trata de querer decir algo con la película ni de lanzar mensajes al espectador. El gran Manoel de Oliveira decía que para mandar un mensaje al espectador mejor iba a Correos, que es más barato que hacer una película. El cine no es para decir, sino para compartir algo que después, con suerte, permita al espectador llegar a un sitio diferente del que tú planteaste”.
También regresaba a orillas del Pisuerga hoy el cineasta norteamericano Tyler Taormina, dos años después de defender ‘Happer’s Comet’ en tiempo de Historia, para presentar ‘Christmas Eve in Miller’s Point’, su nuevo trabajo. Pese a partir de “un tono diferente”, ambos films reflejan un mismo sentimiento de pesadumbre en sus retratos complementarios de la “alienación” que, a su juicio, “impregna la cultura estadounidense”. “La película muestra la relación que muchos compatriotas sienten con mi país, que conjuga un amor verdadero pero a la vez una tristeza real”, sentenció.
Lo que en su anterior trabajo eran paisajes desolados y silenciosos, con personajes que “no eran muy importantes ya que todos ellos representaban un todo único y un universo profundo”, en ‘Christmas Eve in Miller’s Point’ se convierte en un deambular interminable de familiares y amigos que se reúnen en torno a la casa familiar de la abuela en la que posiblemente sea su última Navidad juntos. Ruido, bullicio y jolgorio que no alcanzan para tapar todas las historias de soledad que hay tras cada uno de los personajes que desfilan ante la cámara, escobando en breves líneas de diálogo la pesada carga que cada uno arrastra.
“Desde mi punto de vista las dos películas pertenecen a un único ecosistema, que ofrece una visión amplia de cómo diferentes personas se adaptan al legado cultural que les rodea. Mi estado natural es intentar conectar con las personas e intentar mantener una relación con ellas. Soy una persona muy cariñosa y me frustra el distanciamiento y la separación que predomina en mi sociedad y cultura”, explicó en declaraciones recogidas por Ical.
Como referentes, no dudó en apuntar a Dickens, que “aunque no fue cineasta es responsable en muchos casos de cómo interpretamos la Navidad hoy”. En ese sentido, comentó que con el estreno de la película en el Festival de Cannes, donde participó dentro de la Quincena de Cineastas, fue consciente de que “existe algo existencial siempre en las películas navideñas, con personajes como el señor Scrooge que vive un despertar existencial que le hace apreciar el valor de la vida y ser consciente de que pasa demasiado rápido”. En ese sentido, explicó que con esta obra pretendían “poner el foco en el aquí y en el ahora”, algo que concebían casi como “una misión espiritual”.
Más grande que la vida
Los semanistas pudieron también disfrutar del estreno en España de ‘The Brutalist’, la tercera película como director del actor Brady Corbet, que le valió el León de Plata al mejor director en el Festival de Venecia. Por un trabajo que ahonda en los claroscuros del sueño americano a través de la epopeya de un arquitecto húngaro superviviente del Holocausto.
“Lo que importa es el destino, no el camino”, arroja desde la pantalla el personaje que interpreta en el film Ariane Labed (que ayer sábado precisamente presentaba en Valladolid su debut como directora), aunque las tres horas y 35 minutos de ‘The Brutalist’ se empeñen en demostrar precisamente lo contrario, que es el camino el que forja a los héroes.
Corbet ha necesitado cerca de una década para convertir su sueño en realidad. Escrita junto a su esposa Mona Fastvold y filmada en 70mm y en formato VistaVision, en homenaje a los grandes clásicos de los años 50 en los que transcurre el grueso del relato, la película sigue las andanzas de Laszlo Toth, un húngaro judío que huyó del Holocausto dejando al amor de su vida atrás, para emprender una nueva vida en la floreciente América.
Encarnado por Adrien Brody, 22 años después de dar vida a ‘El pianista’ de Polanski, Toth encarna el ideal del hombre hecho a sí mismo en esta historia ‘bigger tan life’, entroncando con los protagonistas de obras maestras como ‘Ciudadano Kane’, de Orson Welles, o la más reciente ‘The Master’, de Paul Thomas Anderson.
Toth llega a Estados Unidos en 1947, cuando la tierra de las oportunidades está en plena construcción y tenía todo por ofrecer. Atrás ha tenido que dejar por la Segunda Guerra Mundial a su mujer Erzsébet y a Zsófia, la hija huérfana que dejó su hermana.
En paralelo al desarrollo de la creciente y enfermiza obsesión del hombre por su obra, a lo largo de tres décadas y media Corbet muestra cómo el árido capitalismo se va erigiendo como única forma relacional posible. Como telón de fondo, la historia de amor de Toth y su esposa Erzsébet (interpretada por Felicity Jones) es el corazón de un relato que encuentra su contrapunto en el ambicioso magnate interpretado por Guy Pearce, como mecenas del valioso e incomprendido arquitecto.
Mención especial merecen la hermosa (y oscura) fotografía de Lol Crawley y la elíptica e hipnótica partitura creada para la ocasión por el artista británico Daniel Blumberg, piezas claves en la que sin duda es una de las películas del año.
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