Cataluña

Diario de una cuarentena con niños: Día 4

Día IV: El colegio sobrevive a pesar de todo

Camila y Pablo siguen su horario escolar, más o menos
Camila y Pablo siguen su horario escolar, más o menoslarazon

“Papi, algún colegio ha sobrevivido”, pregunta Camila, la niña de ocho años que ha empezado a hacer matemáticas en casa a eso de las nueve y media de la mañana por culpa del confinamiento. “No, cariño, han caído todos. Pero eso significa que todos también volverán, no te preocupes”, contestas siguiendo la lógica aristotélica de que si todo el mundo es especial, entonces es que nadie lo es. Por tanto, si todos los colegios están cerrados, es que ninguno está cerrado, aunque su versión casera sea muy rudimentaria.

Siguiendo las recomendaciones de los psicólogos, que abogan por que los niños mantengan cierta rutina para que tengan sensación de orden y, por tanto, de tranquilidad, seguimos un planning estricto y laxo a un tiempo. Es decir, lo seguimos hasta que alguno se quejan demasiado y tu ya estás cansado de ser el malo. A las 9.30 hemos empezado con matemáticas. A los cinco minutos, crees que ser profesor no parece tan difícil. A los diez minutos crees que ser profesor es algo que sólo los santos consiguen sin perder la cabeza. A los quince minutos miras la hora constantemente y rezas porque pase el tiempo. A los 20 minutos, en el delirio ya crees que si puedes ser profesor sin cuatro años de universidad, puedes ser médico sin saber de medicina, por qué no. A los 25 minutos te das cuenta que no puedes, pero a la media hora descubres que ya han pasado 30 minutos, que el tiempo es maravilloso porque pasa. No, no te rindes. ¿Por qué no te rindes? ¿Por qué el mundo reducido a un apartamento tiene razón de ser?

Estamos en una gran representación de la normalidad, y lo hacemos de fábula, somos unos actores estupendos. Cuando mis hijos no miran, aplaudo, porque lo estamos haciendo bien a pesar de todo. ¿representar un colegio es ser un colegio? Sí, claro que sí, o al menos es lo que más se le parece, maldita sea.

La segunda hora toca castellano, y decido hacer una comprensión lectora. Le doy a la mayor, para que lea al pequeño, “Las aventuras de Cebollín”, de Gianni Rodari. Su madre lo leía a la edad de Camila, así que parece adecuado para su edad. La historia va de unas pobres cebollas a la que el rey, un limón maligno, rocía de perfume para que no huelan tan mal. Parece que rocíen a las cebollas con desinfectante para que puedan mantenerse libre del coronavirus. Ahora todo te lleva a lo mismo, es ridículo. “Si fuese una cebolla, siempre llevaría gorro”, dice Pablo, el pequeño. ¿Por qué?, pregunto. “Porque es muy fea esa cosa que tiene en la cabeza”, dice. Es coqueto, me parece bien, al menos la coquetería nos acerca a la normalidad.

Ahora están en el descanso. Gritan tanto que está claro que están en el descanso, la representación teatral del patio es todavía más perfecta. “Te imaginas que los juguetes hablasen. Te imaginas”, dice Camila al pequeño. Sí, lo imagina, “sería lo más”. Está claro que en la representación de la normalidad siguen echando de menos a otros niños, a sus amigos. “Yo también, cariño, yo también”, les digo.

Toca catalán antes de la hora de la comida. Es el primer día de colegio en casa y no nos vamos a desesperar. No vamos a caer en los horrorosos humores del rey Limón. Ha encerrado a Cebollón en la cárcel injustamente. A ver, ¿por qué encierran a Cebollón en la cárcel? Camila responde correctamente. Pablo sólo dice, “es que me aburre leer”. No, no, no nos vamos a desesperar, el rey Limón no podrá con nosotros.