Cataluña

Diario de una cuarentena con niños: día 6

Las rutinas empiezan a fallar

Los niños no cambian, prefieren jugar al simulacro de escuela
Los niños no cambian, prefieren jugar al simulacro de escuelalarazon

Juro que no he enseñado nunca a los niños a mentir, pero lo hacen a la perfección. Es decir, en realidad no me necesitan en absoluto para que les enseñe nada, lo aprenden solitos. Entonces, ¿por qué me esfuerzo en enseñarles matemáticas, comprensión lectora, dibujo, ¡incluso yoga! ¡¡No he hecho yoga en la vida!! Supongo que es esa manía de establecer rutinas. Establecemos rutinas. A la fuerza. Las establecemos a lo bestia, y la verdad es que empiezan a tambalearse.

Cada día, intentamos repetir lo que hacen en el colegio, pero tenemos un handicap, no sabemos exactamente qué hacían antes en el colegio. Sabemos que iban, conocemos a sus profesores, tenemos pruebas de que estaban allí todo el rato, pero ningún documento que nos explique qué hacían en todo momento. “Papá, las profesoras nunca se van de clase, no te puedes ir”, dice Pablo, que sabe desde los tres años cómo aprovecharse de las circunstancias a su favor. Así que tengo que quedarme, no sea que los niños pierdan las rutinas.

A los cinco minutos, el niño, aburrido de contar "cinco más uno”, contraataca. “Papá, ¿puedo disfrazarme?”, pregunta dando saltitos. Eso ya empieza a ser extraño. “Pablo, ¡tú no te disfrazas cuando estás en clase!”, digo serio. “Que sí, tú no lo sabes, siempre nos disfrazamos de flamencas”. Tiene razón, en realidad no lo sé. Oh, me encantaría pensar que en su colegio tuviesen como rutina hacer matemáticas disfrazados de flamencas, pero no me lo creo. Tengo ese defecto. No creo a mis hijos, lo reconozco. Ya lo he dicho, no he enseñado a mentir a los niños, pero creo que les he enseñado a que no les creo, mientan o no.

Los pobres llevan seis días sin salir de casa. Soy la única referencia adulta que tienen. Por lógica, tienen que pensar que todos los adultos son como yo porque ya no ven a nadie más. Quizá mienten precisamente porque no los creo. Es decir, saben que los adultos son suspicaces, así que lo que tienen que hacer para interesarnos es mentirnos, darnos la razón, y que así pasemos más tiempo con ellos. “Papi, es guay que estemos encerrados. Bueno, no es guay que no podamos salir, pero sí que estemos encerrados porque así tú no tienes que irte a trabajar”, dice Pablo a la hora de dormir. Sonrío y le deseo buenas noches. Me marcho antes de que se me escape una lágrima. No debería ser así, los niños no deberían ser los que dan esperanza y amor a los adultos, pero es así. El mundo está al revés.

"¿Te has lavado los dientes, Camila?, pregunto a la mayor. “¡Sí, claro!”, dice. Sé perfectamente que miente, siempre miente la primera vez para ver si puede escaquearse, y claro que hoy no le voy a decir nada. Buenas noches, niños, os juro que mañana será otro día. No sé cómo, pero empezaremos a hacerlos un poco diferentes. Hemos aprendido a levantar rutinas, ahora aprenderemos a escapar de ellas.