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Elena Garro, la mujer que supo quién mató a Kennedy

Nuevos informes avalan que la escritora conoció a Lee Harvey Oswald un par de meses antes del magnicidio de Dallas

Fotografía del 22 de noviembre 1963 en donde aparece JFK acompañado de su esposa, Jacqueline, momentos antes de su asesinato
Fotografía del 22 de noviembre 1963 en donde aparece JFK acompañado de su esposa, Jacqueline, momentos antes de su asesinatolarazon

Hace dos años, el presidente Donald Trump ordenó que se iniciara la desclasificación de aquellos documentos relacionados con el asesinato de John F. Kennedy que permanecían todavía bajo el sello “secreto” o “clasificado”. Lo torpe de la decisión, realizada sin consultar a ninguna agencia gubernamental, hizo que la publicación de estos papeles se viera interrumpida de forma repentina, aunque algunos de ellos vieron la luz. Su contenido sirve para conocer pequeñas historias vinculadas al magnicidio de Dallas, nuevos detalles que nos ayudan a saber más de la posible implicación de algunos nombres que han quedado desdibujados por años y años de especulación. Entre ellos destaca una mujer, Elena Garro, una de las grandes autoras de la literatura mexicana.

Con su obra “Los recuerdos del porvenir”, muchos han sido los que han señalado a Garro como la precursora del realismo mágico, publicada en 1963, cuatro años antes que “Cien años de soledad” de García Márquez. Pero la autora también destacó como narradora de relatos breves y como periodista, aunque su biografía quedó marcada por ser la segunda esposa del Premio Nobel Octavio Paz. La autora nunca ocultó su mirada crítica hacia el comunismo, especialmente hacia el régimen de Fidel Castro.

Pero Elena Garro llamó la atención de las autoridades estadounidenses no por sus muchos méritos literarios sino por su probable implicación en uno de los crímenes más enigmáticos del siglo XX. Un par de meses antes del atentado de Dallas, Garro había conocido a Lee Harvey Oswald considerado por muchos como el autor material del asesinato. Los documentos desclasificados por Trump ahondan en esta cuestión.

A finales de septiembre de 1963, en la Ciudad de México, la escritora acudió a una de las llamadas fiestas de twist, donde se podía bailar al ritmo de la popular música de Chubby Checker. La celebración la había organizado un grupo de simpatizantes castristas y entre los presentes había un joven estadounidense que llevaba poco tiempo en el país tratando de lograr un visado para llegar a Cuba. Según recordaría Garro, Oswald estaba allí gracias a haber sido invitado por dos chicos de aspecto “beatnik” y por Sylvia Durán, una funcionaria de la embajada cubana. La escritora era prima del marido de Sylvia, Horacio Durán.

Oswald, a sus 24 años, estaba tratando por segunda vez de traicionar a su país y entregarse al comunismo. En 1959 había desertado para irse a vivir a la Unión Soviética donde permaneció hasta 1962. Un año después de su retorno a Estados Unidos, su objetivo era trasladarse a Cuba. México era la posible puerta de entrada y allí lo intentó durante una semana, pero tanto la embajada rusa como la cubana le denegaron el visado. Finalmente el 2 de octubre partió para Dallas donde el 22 de noviembre disparó contra Kennedy. Dos días más tardes el propio Oswald era asesinado en el garaje de las dependencias policiales de Dallas por Jack Ruby, un tipo con fuertes vínculos con la mafia.

En los numerosos informes desclasificados sobre tan controvertido caso, el nombre de Elena Garro e, incluso, el de su hija Elena Paz aparecen con cierta regularidad. Para los servicios de inteligencia ellas personificaban una pista importante para aclarar uno de los mayores enigmas de todos los tiempos. La CIA consideraba la Ciudad de México un punto de encuentro importante de espías en tiempos de la Guerra Fría. Por su parte, el FBI estaba tratando de cerrar el caso lo más pronto posible, tal vez para intentar ocultar que tenían bajo seguimiento a Oswald desde hacía tiempo, aunque en el último momento esa vigilancia había fallado de la peor manera posible.

En varias conversaciones con las autoridades estadounidenses, Garro explicó que en la fiesta Oswald y sus amigos, entre ellos el diplomático cubano Eusebio Azcue, hablaron abiertamente de que sería conveniente que alguien acabara con la vida del presidente de Estados Unidos. Un diplomático llamado Charles Thomas se reunió el 10 de diciembre de 1965 con Garro para tomarle declaración. Hacía casi un año que se había presentado el Informe Warren, la investigación oficial sobre el caso, pero Thomas sospechaba que las conclusión a la que se había llegado, es decir que Oswald había actuado solo, no era la acertada. Garro podía ser un testigo fundamental. Este diario ha accedido al memorándum completo del diplomático y del que se envió copia a J. Edgar Hoover, el todopoderoso director del FBI. Thomas escribió que la señora Paz, tal y como es nombrada en el documento, “vio a Lee Harvey Oswald en una fiesta en casa de su primo, Rubén Durán, cuando Oswald estaba en México antes del asesinato de Kennedy”. Garro también le dijo que Sylvia Durán había tenido una relación de carácter sexual con el hombre acusado de asesinar a JFK. Cuando se enteró de lo ocurrido en Dallas y vio la imagen de Oswald en los periódicos, Elena Garro y su hija trataron de acudir a la embajada estadounidense para explicar lo que sabían, pero les acabaron recomendando que ni se les ocurriera hacerlo porque aquello estaba lleno de “espías comunistas”. Lo mejor que podían hacer era esconderse como acabaron haciendo.

Mientras Thomas se reunía con la escritora, la oficina de la CIA en México lanzó un cable asegurando que el testimonio de Garro era creíble. En esa información se comunicaba que la autora había visto a Oswald el 2 o el 3 de septiembre en Ciudad de México, aunque la fecha está equivocada porque el sospechoso llegó durante la segunda mitad de ese mes. La Agencia se preocupó en subrayar que Garro hablaba de que Oswald se encontraba en un entorno formado por comunistas y filocomunistas. En el mismo documento se recordó que muchos comunistas mexicanos creían que el asesinato de Kennedy era obra de Fidel Castro.

El 22 de diciembre de 1965, Hoover escribía en un memorándum que las alegaciones de Garro “no tienen base real” y se atrevía a afirmar que Oswald no puso los pies en México. Tres días más tarde, Charles Thomas regresaba a Estados Unidos mientras el FBI trataba de bombardear la credibilidad del diplomático y su testigo. En una nota redactada a mano por el jefe de la oficina mexicana de la CIA, Win Scott, adjunta a uno de los informes sobre Elena Garro puede leerse que “ella también está loca”.

El periodista Philip Shenon investigó la pista mexicana con detalle en su libro “JFK Caso Abierto” donde reivindicaba la labor de Thomas. Pudo hablar con Durán que le negó haber tenido una historia con Oswald, pero también encontró nuevos testigos que confirmaron la presencia tanto de Garro como del sospechoso en la fiesta. Uno de ellos fue el sobrino de la escritora que reconoció que nunca había hablado antes del tema porque tenía miedo.

En 1976, la Cámara de Representantes de Estados Unidos decidió volver a abrir el caso para acabar con años de especulación. En sus conclusiones, dadas a conocer en 1978, el denominado como Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos llegaba a la conclusión que Oswald fue el asesino, pero que muy probablemente no actuó solo. En su informe también dedicaba un espacio a la historia de Elena Garro estableciendo que, pese a que en 1964 informó a la CIA de lo que sabía, la Comisión Warren no la tuvo en cuenta. Ahora, en 1978, se aseguraba que se tenía que haber investigado más una pista fiable.

Hay un epílogo triste a todo esto. Charles Thomas, el único investigador que se tomó en serio a Elena Garro, trató de convencer a las autoridades de su país para que siguieran ahondando en la pista mexicana sobre Oswald. Nadie le hizo caso. En 1971 se suicidó.