Historia
¿Las playas vuelven a dar miedo 200 años después?
En 1820 el nuevo rey Jorge IV de Inglaterra popularizó la idea de ir a la costa a descansar y disfrutar del mar, cuando antes era visto como un territorio de contrabandistas, epidemias y monstruos marinos
Aunque parezca mentira, las playas siempre despertaron auténtico terror en los seres humanos. No nos referimos a los que vieron en 1975 la película “Tiburón” y se negaron a ir ese verano a la costa, sino a algo mucho más arcano. En el tercer círculo del infierno, Dante coloca un terreno de arena húmeda convertida en fango para resaltar su tenebrosa localización. Nada comparado con el noveno círculo donde ya habla de desiertos de arena y las tormentas torturan a los que allí han sido condenados. En Homero, las playas son lugares donde aparecen los ejércitos navales enemigos y se inician las batallas. En la Edad Media, es el gran espacio donde los monstruos marinos, el leviatán, el kraken se vislumbran en la distancia. En el siglo XVII es el lugar de piratas y contrabandistas y el siglo XVIII arranca con los naufragios de “Robinson Crusoe”, de Daniel Dafoe. Nada bueno salía de las playas, donde el comercio también traía enfermedades y plagas como la peste o la viruela. La propia “La Ilíada” habla del ejército griego afectado por la peste a las puertas de Troya.
Dile a alguien de 1645 que el gran drama de la población mundial de 2020 es que no podrá ir a la playa libremente, sino que tendrá que pedir turno dividiendo la arena en parcelas, y pensará que eres un tipo que ha perdido el juicio. Creerá que el mundo se ha vuelto loco y se reirá tanto que puede que coja disentería y muera. La relación del hombre con la playa siempre ha sido compleja. El coronavirus puede que vuelva al mundo del revés, pero eso no quiere decir que sea malo.
La popularidad de la playa, en realidad, sólo fue un reflejo del asco que produjo la revolución industrial. Las ciudades se convirtieron en centros de esclavismo y polución. La población necesitaba lugares donde huir y encontró en la playa un buen refugio. Además, las nuevas redes de tren empezaron a hacer más accesible para todos el llegar a las costas. El miedo dio paso al deseo. Todo estaba preparado para que naciera el nuevo boom que ha durado ¿hasta este 2020?
El gran responsable de este cambio de paradigma fue el rey Jorge IV de Inglaterra, uno de los monarcas ingleses más mujeriegos y sin vergüenzas que hayan existido nunca. En 1783, cuando todavía era regente, empezó a visitar Brighton, una pequeña localidad costera a una hora de Londres. En 1820, ya rey, lo había convertido en un lugar idílico de descanso y bienestar y lo había puesto de moda, prácticamente por obligación, como centro de divertimento y restitución. Sus médicos le habían recomendado el agua de mar como remedio para superar la gota y empezó a habilitar la zona para proveerse de todo el confort necesario, incluido túneles subterráneos para ir de escondidas a las casas de sus amantes. En 1820, ya rey, lo convirtió en lugar prácticamente obligado de divertimento y restitución física.
El agua de mar siempre había sido visto como una fuerza curativa, pero fue Jorge quien lo convirtió en moda atrayendo primero a los aristócratas, después a la alta burguesía que quería jugar a la aristocracia, después a la baja burguesía que quería aspirar a más y por último a las clases trabajadoras, que si sus deleznables señores no tenían miedo al mar, entonces ellos tampoco iban a tenerlo. La idea de que el agua de mar vigorizaba los nervios y los paseos por la playa recuperaban el spleen se hizo tan popular que se olvidó rápidamente para dar paso a la invención del turismo masivo.
El primer “balneario” del mar nació en 1730 en la localidad de Scarborough, muy cerca de York. Allí los aristócratas iban a tratarse con las frías aguas inglesas de todos los males posibles, de raquitismo a melancolía, impotencia, tuberculosis, histeria, incluso lepra. Brighton fue uno de los muchos que le siguieron, convirtiéndose en el primer gran resort turístico, con su pabellón real incluido, y la idea fue copiada por todos los pueblos costeros de Europa.
Los románticos empezaron entonces a idealizar el paisaje costero y el horizonte, quedándose horas mirando el navegar de la marea. El miedo fue desapareciendo poco a poco del imaginario colectivo hasta que con la cultura de masas la playa se convirtió en el sueño de la clase trabajadora. Las masificaciones ya eran absurdas, se construían pueblos expresamente para albergar a estos turistas salvajes, tipo Benidorm, con sus enormes edificios a pie de mar, y ya parecía cosa de locos que alguien hubiese temido alguna vez la playa.
De 1840 a 2020, este es el reinado de las playas tal y como lo conocemos hasta hoy. No llegan a ser ni a 200 años en toda la historia de la humanidad. Sí, los romanos también disfrutaban de las playas, pero no de esta forma compulsiva, sino como un relax calmante. ¿Las playas volverán a ser lo que fueron? Si se confirma que vuelven a ser foco de infecciones y no su curación, está claro que no. Además, el cambio climático está devorando el 75 por ciento de las playas de arena de todo el mundo así que, ¿no tendría más sentido inventarse nuevos sueños paradisíacos?
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