Tribuna

Al otro lado de la pared

Nos hemos convertido por arte de magia y sin saberlo en figurantes

Al principio, la impresión de irrealidad, de estar viviendo una pesadilla o un mal sueño. Imposible que en el siglo XXI, y en Europa, pueda ocurrir algo así.

Alguna película, y convertidos por arte de magia y sin saberlo en figurantes. La realidad virtual, que nos ha absorbido. Seres de ficción, una experiencia desconocida. Atrapados pasajeramente en otra dimensión de la existencia. ¿Por cuánto tiempo? En la ficción inverosímil no hay lugar para el pronóstico, tampoco para el asombro.

El no saber. La casa da seguridad, pero qué hay al otro lado de la pared que nos han puesto delante, la pared que no deja ver. Con qué sorpresas nos vamos a encontrar cuando el sueño o lo que sea acabe. ¿Lo que nos cuentan lo tenemos que creer?

La historia discurría por sus cauces y de repente un socavón. La vida era previsible y un vendaval que la sacude. Si se restablecerá el paso. Si habrá aguantado la raíz. Si volveremos a tener el mismo sitio que antes ocupábamos cuando el mundo se recomponga.

Si la vida que nos aguarda será como la de antes, o si habremos de adaptarnos a esa nueva normalidad de la que todos hablan y que nadie sabe cómo va a ser.

Las relaciones sociales, si definitivamente se implantarán las distancias que previenen el riesgo de contagio, o si será esto algo circunstancial y pasajero.

Las mascarillas, si se convertirán en una prenda más de nuestra habitual indumentaria.

Los trabajos y los días, si volverán a regirse por la domesticada libertad de la costumbre; las escenas cotidianas de antes en plazas y parques públicos, escuelas, bibliotecas, museos, iglesias, librerías..., si será posible recobrarlas como rutina; los antiguos rituales –cines, restaurantes, viajes...–, si el tiempo que todo lo cura nos los restituirá sanos y salvos.

Los abrazos y los besos, los apretones de mano y las palmadas en la espalda, ¿cuánto tiempo tendrán que esperar? Y las caricias a los niños.

Las manos, que ahora hay que lavarse tantas veces con agua y jabón, si quedarán como estigmatizadas por ser portadoras del peligro, y si será prescriptivo el uso de los guantes.

Echar una mano a alguien, pasar algo de mano en mano, dar la mano, o estrecharla, o tendérsela a quien lo necesita: ¿designarán actos reales o serán a partir de ahora frases hechas destinadas a permanecer en el diccionario como vestigio de otra época?

Y quién sabe si también estas otras: decir algo con la mano en el corazón, poner la mano en el fuego por quien sea, estar con las manos cruzadas sin hacer nada, o volver con ellas vacías, o frotárnoslas de contento, o llevárnoslas a la cabeza.

Y que los niños o las parejas vayan cogidos de la mano, y llevar del brazo a un anciano, ¿estará bien visto? Y lo mismo cortar con la mano una flor, o emplearla para beber el agua de una fuente o empuñar una vara con que ayudarnos a andar por los caminos del monte y trepar a las montañas.