Literatura

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Barbara Comyns: “He visto en las Ramblas palomas más grandes que gallinas encerradas en jaulas”

La escritora de "La hija del veterinario", novela que acabó en Barcelona, vivió 16 años en un piso cerca de la estación de Rosellón con Balmes. Lo retrató en "Pájaros en pequeñas jaulas"

Barbara Comyns cuando trabajaba de modelo en los años 40
Barbara Comyns cuando trabajaba de modelo en los años 40La RazónArchivo

Cuando la escritora Barbara Comyns llegó a Barcelona después de una corta estancia en Ibiza, no tuvo la mejor de las impresiones. Esperaba “la luminosa luz y las casas brillantes” que encontró la primera vez que pisó Mallorca, pero lo que vio solo fue la suciedad de un puerto industrial que de alguna manera olía a negro y el bullicio desordenado y gris de unas Ramblas que tenían “palomas del tamaño de gallinas encerradas en pequeñas jaulas”. Así se sentía ella, un pájaro grande, y a sus 31 años de alguna forma ya viejo, encerrado en la más pequeñas de las jaulas, una ciudad en la que no conocía a nadie y en la que no sabía su idioma.

Barbara Comyns es una de las escritoras británicas que redefinieron el panorama literario anglosajón a mediados del siglo XX con Penelope Mortimer, Beryl Bainbridge, Muriel Spark, Sybille Bedford, etc. Después de ser pintora, modelo, cocinera, ilustradora de publicidad o afinadora de pianos, se casó en segundas nupcias con Richard Strettell Comyns Carr, que trabajaba en la sección quinta del MI-6, que incluía España y Portugal. Su jefe era Kim Philby, que resultó ser un agente doble al servicio de los rusos, lo que derivó en que el peso del gobierno cayese sobre el matrimonio. “Siempre me preguntan si mi marido era un espía por lo que pasó con Kim Philby. La verdad es que no. Kim era una persona muy divertida, todo un encanto. La agencia consideró que mi marido era un traidor porque lo sabía y no dijo nada o era un idiota porque nunca se dio cuenta. Así que lo mejor era enviarnos a España y olvidarse del asunto”, comentaba Comyns.

El matrimonio llega a España en 1956 y se refugia un corta temporada en Ibiza. Su experiencia en las islas la explicará en “Out of the red, into de blue”, novela de 1960. “Somos una pequeña familia. Mi marido, Raymond, mis dos hijos ya crecidos, Nicholas y Caroline, y yo misma. Raymond ha trabajado en una oficina del gobierno como funcionario temporal, lo que ya le iba bien porque hubiese cobrado sólo un poquito más si fuera indefinido. Yo escribía un poco, y tenía algunas novelas publicadas, aunque sólo una había tenido éxito. Aún así, el poco dinero que ganábamos era muy útil porque, tuviésemos lo que tuviésemos, siempre vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Al menos los niños estudiaban en casa, así que no teníamos que pagar colegio”, escribe.

Ibiza se convierte en la historia en Ciroco y el libro se limita a explicar las vicisitudes del matrimonio en un país que no es el suyo y los extraños personajes con los que se encuentran, tanto los locales como la loca fauna de ingleses que pululan por ahí. “Ha sido el invierno más frío que puede que Europa haya conocido nunca. Puede que la isla lo haya aguantado mejor que otros lugares, pero sus edicicios se construyeron para alejar el calor, así que parecía imposible que la calefacción funcionase. Los viejos y los enfermos morían como moscas. Cada día los caballos negros con penacho empujaban los cadáveres por las calles hacia el solitario cementerio oculto por los cipreses... En las noches, la falta de una buena iluminación, hacía que el frío fuese más difícil de soportar. Pero cuando amanecía, los horrores de la noche se olvidaban rápido y miraba mi bollito y mi café frío con relajada felicidad”.

Comyns no se esconde y bautiza Barbara a la narradora, una mujer que no tiene miedo en contar sus neurosis, escapándose tres veces de casa, como momentos de extraña epifanía que dan un toque muy ibicenco a la historia. “Si en una película pusiesen un cielo y unas montañas como esta, con la nostálgica llamada del cuco, todos los críticos creerían que era una imagen demasiado cursi, pero no lo era, era simplemente maravilloso, una de las mejores cosas que me han pasado nunca. Estaba tan feliz de estar sola para que pudiera estar triste y alegre al mismo tiempo sin tener a otras personas pensando lo que sea que piensan cuando una expresa sus sentimientos en público. Podía sentir las lágrimas lavándome el polvo de mis mejillas”, describe en una de sus escapadas.

En la novela, la familia regresa a Londres, donde al marido consigue un trabajo estable y pueden olvidarse de las penurias en un país extranjero. Pero lo cierto es que después de aquellos cortos meses, Comyns y su familia se mudan a Barcelona. Al llegar, se instalan en un viejo hotel cerca de las Ramblas. El hecho de tener que comer todos los días en restaurantes les obliga a buscar una casa propia rápido y se instalan precipitadamente en un piso “que parece el único en Barcelona que no tiene balcón”. Sus primeros meses no serán muy agradables. Aquí Barbara es Flora y Richard será Leo. “Ese año hubo una falta de agua en Barcelona. y algunos de los pisos superiores se quedaban sin agua durante días. El portero llevaba cubos de llenos desde el sótano para los vecinos. Si se oía el sonido de la lluvia por la noche, Flora despertaba a Leo de un codazo y exclamaba: ¡Despierta, puede que mañana podamos ducharnos!”

Estamos en los años 1957/58 y Comyns sólo tiene como refugio su escritura, y sabemos que en 1959 publicará “La hija del veterinario” o sea que podríamos deducir que una de las mejores novelas inglesas del siglo XX se escribió en Barcelona. Así comienza la historia: «Mi madre estaba en el vestíbulo oscuro... Era menuda y tenía los hombros caídos y los dientes torcidos, por lo que, si hubiera sido un perro, mi padre la habría sacrificado». Nadie comienza las novelas mejor que Barbara Comyns. Hay que olvidarse del realismo mágico de los autores del boom de una vez y sus aventuras en la Barcelona de los 60/70. Diez años antes, una mujer inglesa consiguió cotas más altas de extrañeza y poesía en un pisito de L’Eixample, y desde luego toda la magia ya era suya.

En “Birds in tiny cages”, Comyns nos hablará, con la soledad y extrañeza de las protagonistas de todas sus novelas, de una ciudad que mirará a vista de pájaro, desde su entrañable ático, donde como único refugio tendrá su diario, “para poder decir a Leo que estoy demasiado ocupada para empezar a aprender español. A mis 31 años soy demasiado vieja para eso, aunque eso es mentira, Leo tiene 35 y parece que está aprendiendo a todas horas”. El marido trabajará a todas horas y la dejará demasiado tiempo libre. La aparición de un pintor y su amigo escultor darán el giro a la historia y marcarán el principio y el fin de muchas cosas. “Echaría de menos estos sonidos si ahora volviésemos a Inglaterra. En realidad, echaría de menos muchas cosas. Empiezo a adorar a España y a sentir que es mi hogar. Las estrellas empiezan a aparecer en el cielo y está demasiado oscuro para seguir escribiendo”, concluye.

Al final del libro dudan si mudarse a Madrid, pero rechazan la idea rápido “porque no hay costa y los inviernos son muy fríos”. Lo que sí hará Comyns antes de regresar a Inglaterra será vivir en San Roque, en Cádiz, en 1973. Tampoco durarán mucho, la inflación crece y la libra baja y les será difícil mantener su tren de vida. En 1974 dirán adiós a 18 años en España. Así describe Comyns una de sus múltiples mudanzas. “Le ayudé a ordenar libros y ropa, lo que significa que llevé los libros a la terraza y empezamos a leer”.

La editorial Gatopardo acaba de publicar “Los que cambiaron y los que murieron”, la mejor novela de Comyns después de “El hija del veterinario”. Así comienza, “Los patos atravesaron nadando las ventanas del salón. El peso del agua las había abierto a la fuerza, de modo que los animales entraron en el interior”. La historia nos habla de una pequeña comunidad en que suceden todo tipo de calamidades, empezando por el desbordamiento del río. De nuevo, Comyns mezcla la inocencia del punto de vista con la sordidez de lo narrado para conseguir casi una parábola bíblica, si éstas te permitiesen reírte de sus personajes.

Antes, Alba editorial había recuperado “La hija del veterinario”, “El enebro”· y “Y las cucharillas eran de Woolsworth”. ¿Sus dos novelas españolas no tienen traducción? No, y tampoco es extraño, porque tampoco se encuentran reeditadas en inglés. Sin embargo condensan a la perfección esa especie de realismo mágico postvictoriano que tienen todas sus historias, como si el humo no te permitiese ver bien y lo que describes de tu alrededor fuera todo fantástico.