Entrevista

Lassalle: “La pérdida de seguridad, prosperidad y salud han puesto en tensión el sistema liberal”

Entrevista con José María Lassalle, autor de “El liberalismo herido”

José María Lassalle
José María LassalleLa Razón

José María Lassalle (Santander, 1966) acaba de publicar “El liberalismo herido”, una obra en la que plantea un liberalismo renovado frente al terreno que va ganando el populismo. Diputado durante tres legislaturas con el PP y secretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital en el Gobierno de Mariano Rajoy, Lassalle es doctor en Derecho y actualmente es profesor de Filosofía del Derecho en ICADE y Director del Foro de Humanismo Tecnológico de ESADE.

Hace mucho énfasis en contraponer a liberalismo y neoliberalismo. Dice que son enemigos.

El neoliberalismo ha desarrollado a lo largo de su planteamiento teórico una confrontación poco amistosa con el pensamiento liberal al culparle de la debilidad política de la democracia y de Occidente por no cuidar lo que considera un rasgo esencial de la defensa de la democracia, que es su superioridad económica y su apuesta por defender una libertad vinculada a una interpretación del hombre como homo oeconomicus. Frente a ello, el pensamiento liberal ha considerado siempre que el hombre no solo puede ser entendido en términos económicos sino también en términos morales. Es decir, la defensa de la tolerancia, el respeto, la capacidad de relacionarse con el otro en términos de igualdad y equidad son aspectos fundamentales también para el desarrollo de una libertad que, como decía Montesquieu, solo puede entenderse desde la Ley.

En su diagnóstico, apunta a que el liberalismo ha quedado herido por las dinámicas globales. ¿Por qué ha sido incapaz de dar respuesta a la globalización?

Entre otras cosas, porque requiere transcender las fronteras de Occidente, donde está profundamente arraigado el pensamiento liberal democrático, y abrirse a un diálogo con otros ámbitos políticamente diferentes en la interpretación de cómo relacionarse con la organización de la política; cómo expresar la vivencia de la comunidad o el reparto de los derechos y de los bienes; y, de cómo deben generarse los servicios y las prestaciones dentro de un mercado. Eso hace cada vez más compleja la capacidad de dar respuesta a un mundo cada vez más lleno de tensiones y donde la articulación de consensos y diálogos es cada vez más difícil de alcanzar.

En este sentido, ¿cree que el liberalismo es exportable más allá de Occidente? Ha habido experiencias que sí lo han demostrado, aunque muy puntuales.

La experiencia de estas últimas décadas pone de manifiesto que el traslado del pensamiento liberal a otros ámbitos culturales tiene dificultades muy profundas, estructurales, que limitan su capacidad para permear a las sociedades del mundo oriental o árabe. Sin embargo, es verdad que ha habido países que han sido capaces, dentro de estos esquemas culturales distintos, de desarrollar democracias liberales reconocibles como tales, como Japón, Corea del Sur o Taiwán.

¿Cree que en Occidente podemos dirigirnos hacia el modelo de China? Lo deja entrever al explicar que la tecnología irá ganando más espacio de control y vigilancia sobre nosotros.

Pues es un riesgo, en la medida en que no estamos completamente empoderados sobre el control de nuestros datos. Estamos protegidos en relación a nuestra privacidad e intimidad de los datos que configuran nuestra huella digital, pero no tenemos un empoderamiento y una capacidad para decidir sobre la proyección que tienen nuestros datos en términos económicos. Y esa falta de capacidad de control sobre nuestros datos es un elemento básico para entender hacia dónde tenemos que orientar los debates sobre la libertad en el siglo XXI. Tienen cada vez más una dimensión que nos relaciona con cuestiones de orden tecnológico.

En el libro afirma que los valores e instituciones de la democracia han quedado derruidos, ¿por qué?

Porque la confianza en el progreso y la esperanza de que el futuro siempre será mejor es una experiencia que ha sido desterrada de la mente de la mayoría de las personas. La capacidad para comprender que la vida en democracia puede desarrollarse desde un punto de vista político en términos pacíficos porque somos capaces de elaborar consensos que eviten la polarización y, por tanto, la confrontación permanente entre unos y otros también se ha visto reducida, limitada, cuestionada y, sobre todo, porque las bases de la prosperidad, asentada sobre la defensa de la propiedad, la libertad económica, la existencia de derechos sociales y un estado del bienestar que garantizaban unos mínimos de seguridad, está cuestionada por la irrupción de una serie de situaciones de desigualdad y de precariedad que afectan sobre todo a las clases medias y que hace que estas cuestionen cada vez más la viabilidad del modelo democrático liberal. Uno de los principales problemas de la democracia es que las clases medias se están rebelando frente a los mecanismos de la democracia y reclamando con nostalgia que alguien decida por ellos para restaurar la prosperidad perdida y el bienestar que asocian a épocas pasadas.

En el libro trata a Trump. ¿Cómo se expresa o dónde se refleja el populismo aquí en España?

Se refleja en muchos de los comportamientos que la política cotidiana proyecta. Todos están contribuyendo a la polarización de los discursos políticos. La polarización es claramente una de las herramientas que el populismo usa para favorecer su visión de la sociedad. Una sociedad polarizada necesita embrutecer la imagen que se tiene del otro, de quien no piensa como nosotros, para objetivarlo y que uno no sienta un reproche moral dentro de su propia conciencia cuando maltrata ideológicamente a quien tiene enfrente. Esa percepción de la política polarizada es algo que, desgraciadamente, no solo podamos atribuir a alguien y se va convirtiendo en el soporte de una nueva forma de democracia, que ha plasmado Trump, pero que plasman otros.

Es decir, de los cinco partidos principales en España, ¿no escapa ninguno?

Todos ellos están contagiados ya por dinámicas populistas, pero algunos han convertido esa dinámica populista en algo estructural, como Vox o Podemos.

Y, en este sentido, ¿en qué se concreta esta nueva democracia hacia la que vamos?

Vamos hacia una democracia populista. El eje de legitimidad de la democracia, que era el liberalismo, al debilitarse y ser puesto en cuestión, va haciendo que las bases de la construcción de la democracia y articulación del sujeto político y de cómo se relaciona este con la sociedad tengan cada vez más ribetes y perfiles populistas.

El liberalismo está herido, pero ¿por qué cree que está tan demonizado?

Porque ha perdido una batalla en torno a los relatos políticos sobre los que se ha reconstruido la configuración de las fuerzas ideológicas en el siglo XXI, que han marginado al pensamiento liberal y lo han colocado en una posición incómoda, confundiendo con el pensamiento neoliberal y su discurso profundamente económico. Y, porque la sentimentalización ideológica que afrontó el neoconservadurismo en Estados Unidos después de la crisis de seguridad de 2001, llevó a que la lógica de consensos, de racionalidad política, de defensa de dinámicas integradoras de lo que eran la manera de aproximarse a la política se rompiera y se inoculara el populismo hasta alcanzar los niveles que tenemos ahora. La crisis de seguridad de 2001, la crisis económica de 2008 y la crisis sanitaria de 2020 han puesto en tensión los fundamentos del sistema liberal y este no ha sido capaz de responder adecuadamente ante los desafíos asociados a la pérdida de seguridad, prosperidad y salud.